Oruro tierra de
AMOR Y DE CARNAVAL
Julio Ríos Calderón
Página Siete 18 de febrero de 2023
Asoman circunstancias que llaman profundamente la atención de los carnavales de Oruro. Uno de ellos es la forma cómo se originaron. Fue, sin vacilación alguna, producto del devenir de diferentes rituales indígenas, para la siembra, para la cría, y otros, bajo su visión ancestral del mundo. Pero es su majestuosidad que no tiene nada que apetecer a los del Brasil o de México, y hoy se difunde mundialmente.
En los días actuales, amplificados a todo el país y enriquecidos con la presencia de comparsas de todos los departamentos de Bolivia, las carnestolendas de los Andes han sido en sus albores una manifestación de fe y de regocijo, por entonces sólo reservada a cultores de la tradición nacional, es decir, a la esencia misma de lo folclórico.
El tiempo y lo espectacular de las danzas, fueron cediendo paso a instituciones organizadas, a grupos juveniles de la sociedad y a una multitud de gente que sólo quería danzar, o en el mejor de los casos, difundir la coreografía de otras regiones del país.
Los carnavales actuales suman miles de bailarines agrupados en comparsas llamativas por vestimentas y bailes. Son portadores de una nacionalidad que se encumbra en la danza, entre la reiteración de lo religioso y lo pagano.
El carnaval de Oruro asoma la conjunción de más de 28 000 danzantes, cerca de 10 000 músicos distribuidos en 150 bandas, baile callejero con un escenario colmado de más de 400.000 espectadores del país y extranjeros en casi cuatro kilómetros de distancia. Una reunión inimaginable de niños, niñas, mujeres y hombres, que cantan, bailan y trabajan, en honor a la Virgen del Socavón.
Allí, en medio de ese beato fervor y del sentimiento impío, resalta la Diablada, portadora de la más extraordinaria muestra de fe hacia la imagen de la Virgen del Socavón. Lo infernal de su aspecto, lo maravilloso de su danza y lo extraordinario de su atuendo, reflejan el alto nivel de creación artesanal.
Durante la realización del Carnaval en el año 2018, mujeres orureñas y de todas las regiones del país —en esta crónica se pone de relieve la presencia de la bellísima empresaria y emprendedora orureña, Claudia Saracho Montaño, quien destaca un sombrero de “Morena”, un pantalón negro y su torso desnudo se arropa a través de una elegante y muy escotada blusa blanca—, manifestaron la indiscutible belleza femenina boliviana. La preciosidad y el sensualismo de la mujer orureña y boliviana se constituyen en uno de los principales atractivos de la principal expresión folklórica religiosa del mundo.
Las máscaras, los bordados, la música y la sincronización de cientos de bailarines, dan al carnaval de Oruro el mayor espectáculo del mundo, razón por la que se le otorga a Oruro el título de Capital del Folclore Boliviano y, a nivel internacional, el de Patrimonio Intangible de la Humanidad.
Visitar Oruro en esa festividad, es vivir inmerso en un mundo de fantasías donde el realismo mágico y lo real maravilloso, danzan del brazo al compás de conjuntos musicales tradicionales.
Si aquellos personajes de leyenda fueron los que animaron las horas cotidianas de los orureños, en los primeros cincuenta años del siglo XX, los otros, los surgidos en la otra tradición del pueblo, son los que aún perduran en la literatura, el diálogo y las reuniones de intelectuales. Allí está el Chiru Chiru. No hay duda que en los socavones mineros se tejieron las historias más fantásticas y apasionantes de Oruro.
La creencia en seres superiores, como el Tío de las minas, es algo que pervive en la gente del subsuelo y en la festividad del carnaval. Pero también está el misticismo llevado a la devoción por la Virgen del Socavón, la joven Candelaria, así denominada por un franciscano. Entre el bien y el mal, constante en la vida de todos los pueblos, el cielo y el infierno mantienen distancia en medio de creencias arraigadas, supersticiones y fe religiosa.