ADIÓS OSCAR
In memoriam, Oscar
Alberto Vargas de la Fuente
(1946-2022)
La muerte de un gran amigo, compañero de nuestro grupo HERMANDAD N0.40,
constituye un momento trascendental no sólo para él, sino para todo su entorno.
El fallecimiento de un compañero es el cambio de estado de la materia para
trascender a otro plano de existencia. De esta manera, no tiene por qué
significar un drama en todos los casos, pues la defunción de un eslabón también
es el recordatorio de la vida venidera.
Para nosotros así es, pero desde el sentimiento humano, nos perdemos y
nos ganan las lágrimas, por eso hoy no sonreiré al escribir porque me duele
toda el alma. Qué difícil es cuando fallece un Hermano al que quisimos mucho.
Duele ver a los amigos porque sabemos que ellos están vivos y Oscar Alberto Vargas de la Fuente ya murió;
ellos siguen conversando y la voz del hermano, ya nunca la escucharemos; esa
voz suya suave, firme, y por tanto convincente y sabia, se calló para siempre.
Hoy duelen hasta nuestros cabellos grises porque nos hacen pensar en la poca
blanca cabellera del amigo. Nació en La Paz el 21 de junio de 1946; vivió casi
76 años intensos.
Auditor financiero de profesión, hizo del orden, la organización y la
disciplina tres dones, como cualidades o características muy valoradas que
hacían referencia a sus capacidades en todo desempeño administrativo incuestionable. Supo adaptarse con rapidez y
facilidad a distintas funciones o situaciones. Respondió ante diferentes
desafíos, desde su ingreso el 24 de octubre de 1991, hasta conquistar la Presidencia
de nuestra institución HERMANDAD No. 40.
Después del último grado del simbolismo, la Maestría, siguió el camino
espiritual de perfección en un itinerario espiritual que tuvo su paso por los
grados cuarto, noveno y catorce, siendo Presidente de estas instancias
superiores, de ahí continuó rumbo a los grados veinticuatro, treinta, treinta y
uno y treinta y dos, éste último denominado Príncipe del Tabernáculo. Un grado
más y coronaba su vida institucional en el último grado trigésimo tercero,
donde la consagración del amigo concluye.
Fue un esposo ejemplar, un padre y un abuelo cabal. Era muy serio, pero
sabía sonreír. Su hablar con todo el conocimiento que poseía, alternaba junto a
su mirada con las pupilas de sus ojos que se cerraban y se abrían, se encendían
y se apagaban, cual las bombillas de luz intermitente de un aviso luminoso de
Broadway.
Deja a Amalia, su esposa, sus hijos Fabricio, Enzo y Fabiana, cuyo calor
entibiara las reuniones hogareñas hasta que cada uno de ellos asuma con
resignación que la muerte también es una aspiración. Vivirá en el Oriente
Eterno alumbrado por el cielo junto a Dios, nuestro Señor, lejos del trafago y
real mundo avasallado de gobiernos abusivos y guerras.
En su tumba imaginamos una columna rota o sin acabar, símbolo de que el
trabajo del amigo quedó inconcluso o de que uno de los pilares de la institución
se ha roto. Todas las existencias son indefinidas y solamente cuando se
prodigan a los amigos las concluimos, como un constructor, burilando la forma
final de su autenticidad y de su confianza. La última de este itinerario de
Oscar, de la que no podemos ahuyentar la tristeza, nos impone ser fuertes para
seguir luchando y para aceptar nuestro destino con dignidad y sin temor.
Por mucho que nos haya unido con él un sentimiento muy íntimo de
solidaridad fraterna, ante su muerte no podemos resignarnos a sumergirnos en
aquel silencio, aconsejado por la sabiduría brahmánica, en cuyo fondo de
aniquilación es posible participar de la unidad, donde para los seres juntos en
la vida, se desmorona el muro de la muerte física y se restablece el sentido
unánime de nuestro destino de átomos. Hay evidentemente entre esto y aquello,
una penumbra de eternidad a la que no es accesible la palabra, ni aún el
pensamiento.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; y no basta
con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces, la
vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre. Oscar Vargas,
nos deja el recuerdo de su obra, de su ejemplo y la esperanza de que un día,
por la bondad de Dios, hemos de volver a reunirnos para siempre.
Gracias, Hermano, por haberme dado la luz e investirme en mi ingreso a
nuestra institución. Estará tan divina circunstancia para siempre, indeleble en
mi memoria. Fue mi iniciación uno de los días más felices de mi vida.
Te despido con un hasta pronto Querido Hermano Oscar.
The death of a great friend, a
companion of our group HERMANDAD N0.40, constitutes a transcendental moment not
only for him, but for all his environment. The death of a companion is the
change of state of matter to transcend to another plane of existence. In this
way, it does not necessarily mean drama in all cases, for the death of a link
is also a reminder of the life to come.
For us it is so, but from human
feeling, we lose ourselves and are overcome by tears, so I will not smile when
I write today because it hurts my whole soul. How difficult it is when a
Brother we loved dearly passes away. It hurts to see our friends because we
know that they are alive and Oscar Alberto Vargas de la Fuente is dead; they
continue to talk and we will never hear the voice of the brother; that soft,
firm, and therefore convincing and wise voice of his is silent forever. Today
even our grey hair hurts because it makes us think of the little white hair of
our friend. Born in La Paz on 21 June 1946, he lived almost 76 intense years.
A financial auditor by
profession, he made order, organisation and discipline his three gifts, as
highly valued qualities or characteristics that referred to his abilities in
all unquestionable administrative performance. He was able to adapt quickly and
easily to different functions or situations. He responded to different
challenges, from his entry on 24 October 1991, until he conquered the
Presidency of our institution HERMANDAD No. 40.
After the last degree of
symbolism, Mastery, he followed the spiritual path of perfection in a spiritual
itinerary that had its passage through the fourth, ninth and fourteenth
degrees, being President of these higher instances, from there he continued on
his way to the twenty-fourth, thirtieth, thirty-first and thirty-second
degrees, the latter called Prince of the Tabernacle. One more degree and he
crowned his institutional life in the last thirty-third degree, where the
consecration of the friend concludes.
He was an exemplary husband,
father and grandfather. He was very serious, but he knew how to smile. His
speech, with all the knowledge he possessed, alternated with his gaze with the
pupils of his eyes that closed and opened, flickered on and off, like the
flashing light bulbs of a Broadway sign.
He leaves Amalia, his wife, his
children Fabricio, Enzo and Fabiana, whose warmth will warm the home gatherings
until each of them assumes with resignation that death is also an aspiration.
He will live in the Eternal East, illuminated by the sky next to God, our Lord,
far from the tragic and real world overwhelmed by abusive governments and wars.
On his grave we imagine a broken
or unfinished column, a symbol that the friend's work was unfinished or that
one of the pillars of the institution has been broken. All existences are
indefinite and only when they are lavished on friends do we conclude them, like
a builder, carving out the final form of their authenticity and trust. The last
of Oscar's itinerary, from which we cannot shake off our sadness, requires us
to be strong enough to keep on fighting and to accept our destiny with dignity
and without fear.
However much we may have been
united with him by a very intimate feeling of fraternal solidarity, in the face
of his death we cannot resign ourselves to plunging into that silence, advised
by Brahmanic wisdom, in whose depths of annihilation it is possible to
participate in the unity where, for beings together in life, the wall of
physical death crumbles and the unanimous sense of our destiny as atoms is
re-established. There is obviously between this and that, a penumbra of
eternity to which neither words nor even thought are accessible.
Death does not exist, people only
die when they forget it; and it is not enough to think about death, but it must
always be in front of us. Then life becomes more solemn, more important, more
fruitful and joyful. Oscar Vargas leaves us with the memory of his work, his
example and the hope that one day, by the goodness of God, we will meet again forever.
Thank you, Brother, for having
given me the light and invested me in my entry into our institution. Such a
divine circumstance will be forever indelible in my memory. My initiation was
one of the happiest days of my life.
I bid you farewell with a farewell Dear Brother Oscar.
Julio Ríos, licenciado en Ciencias de la Comunicación UCB y diplomado en investigación periodística por la Universidad de la Jolla, San Dieggo California USA, es escritor y crítico de arte. En la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).
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