El niño en tiempos de la Covid
Julio Ríos Calderón
Página Siete, lunes 11 de abril de 2022
Cuando hablamos de un niño asoma a nuestros ojos la ternura y la
inocencia. Advertimos su mirada diáfana y picaresca. Observamos cómo juegan con
barquitos de papel en los charcos de agua detenida. Contestamos sus preguntas
sobre el porqué de las cosas.
Un niño es la verdad con la cara sucia, la sabiduría con el pelo
desgreñado, y la esperanza del futuro con un chicle en el bolsillo. Les
encantan los dulces, los encendedores, la Navidad, los libros con láminas.
Pero no olvidemos al niño que pide limosna, aquel que duerme en
albergues miserables, soportándolo todo hasta que un día su resistencia es
quebrada y ya no pueden ver un nuevo amanecer. A estos niños se les ve tumbados
en el piso, pisoteados como si fueran objetos.
Con el desafío de disminuir los índices de niños que viven en la pobreza, Bolivia conmemora el Día del Niño en recordatorio de aquel 12 de abril de 1952, fecha en que la OEA y UNICEF redactaron la declaración de Principios Universales del Niño, a consecuencia de la desigualdad y maltrato que sufrían y aún sufren en el mundo.
Está visto que los niños rechazados tienen una percepción sumamente
aguda. Comprenden su situación con amarga realidad. Profundamente heridos, a
menudo evitan el contacto con otra gente, temerosos de verse rechazados de nuevo.
La mayoría solo ha conocido el fracaso de su casa; y en muy pocos casos,
el éxito que alcanzan gracias a su propio esfuerzo les infunde una confianza
que no tiene precio.
Hoy solo tienen los años. No conocen el árbol de Navidad, jamás
descubren un regalo. Y a menudo estos niños se hacen jóvenes y luego hombres,
entonces el mundo parece más grande y más temible. Nuestra tarea estriba en
buscar su defensa, en amarlos y proporcionarles un hogar que puedan tener
legítimamente como suyo.
Se impone justicia para sancionar las insanas influencias de terceros
que utilizan a sus hijos, a niños adoptados o bien a la niñez desvalida en
general con el fin de conseguir dinero por la vía de la compasión, el hurto o
la explotación.
Es necesario facultar a instituciones que revisten competencia en este
panorama desolador de mayor control y de un ejercicio más riguroso en el
desarrollo de los niños utilizados para fines de lucro.
Sentimos muy poco por la niñez que necesita más de la ternura y de la
bondad, en suma, de mayor humanidad. El niño es la herencia invalorable para el
destino de un país que merece, para sus nuevas generaciones, mejor suerte y
destino.
Demos a los niños la oportunidad de aprender a vivir, así podrán crecer
y desarrollarse en el área que tengan destinada.
Nuestro es muy sencillo: regar a tiempo y protegerlos de las malezas, pero no ocultarlos del sol. Después, el niño, tal como una flor, podrá crecer por su cuenta y mostrar lo mejor de sí.