EL PEPINO
EN TIEMPOS DE LA COVID – 19
“Policromo turbión de serpentina”
GRITA BAILA SALTA
EL PEPINO
El
Pepino, con voz de falsete y con el traje ancho, molesta al anciano como al
niño, a la mujer como a la jovenzuela. Grita, baila y salta. Es el desenfreno
del Carnaval hecho carne. Es su principal bufón donde todo es permitido. “Va
siempre solo, mezclándose entre las comparsas y la muchedumbre. Burlón y
romántico, héroe de los chiquillos callejeros, interviene en todos los
desórdenes, presta ayuda caballeresca a quienes la necesitan y es víctima
propiciatoria de todas las peleas”, escribe Wálter Montenegro en el cuento El
Pepino.Pepino chorizo, sin calzón.
Gritan los niños mientras siguen por la calle al solitario y bochinchero
personaje que ha dado la hoyada paceña. Pepino laphinchu, chauchita, chauchita.
Los chicos le piden que les regale dinero para dejar de molestarlo. Pepino sin
dinero, arrojá dinero, arrojá dinero.
La figura carnavalera bota monedas para atraer a los pequeños y pegarles con el
chorizo (un paquete cilíndrico de tela lleno de trapo). Pepino chorizo, mal
embutido… De esa manera, los “rapazuelos” festejaban y compartían las picardías
de los pepinos a mediados del siglo pasado.
Es un personaje único porque “carece de connotaciones étnicas de clase (…), en
el sentido de que su disfraz económico y cómodo permite bailar de Pepino a
cualquiera”, comentan Eveline Sigl y David Mendoza en su libro No se baila así
nomás.
El Pepino es un ser único que tiene vida efímera pero intensa, que baila por
las calles en la época carnavalera para morir el Domingo de Tentación con la
misma alegría del primer día y volver a nacer al año siguiente. En su máscara
de sonrisa amplia suele ocultar alguna tristeza y con más de 100 años se ha
convertido en parte indisoluble de las carnestolendas y de la cultura paceña.
Montenegro afirma que nadie tiene idea exacta de su nacimiento. “Es una especie
de hijo natural del Carnaval”.
Por eso su partida de bautizo no se inscribe en los registros de las
sacristías, “sino en la Policía”, comenta el escritor cochabambino, quien añade
que “el Pepino es depositado una noche cualquiera en los umbrales de la ciudad
envuelto en los pañales humildes de su disfraz”.
No
obstante, según la antropóloga Beatriz Rossells en el libro Fiesta popular
paceña, el surgimiento del Pepino se establece el año 1908, cuando su figura
aparece por primera vez en una impresión fotográfica. “Es un solo Pepino,
pleno, bicolor, en medio de la comparsa ‘Nueva Marina del Placer’. Siete
jóvenes de origen indígena vestidos de blanco son los marineros, sus compañeras
de pollera portan mantas tejidas y algunos niños pequeños (…).
Posando en un costado, en la parte alta, junto a unos invitados, aparece el Pepino, solo, con los brazos abiertos, saludando”, describe la investigadora y docente de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). La foto y la investigación demuestran los más de 100 años de este personaje en las carnestolendas paceñas, pues “no sabemos cuántos pepinos existían en 1908, seguramente no era el único. Es decir, no conocemos en qué momento preciso de la década del siglo XX o de las décadas anteriores del siglo XIX se dio esta innovación, recreación, apropiación o empoderamiento de este personaje carnavalero”, explica Rossells.
Este individuo bullanguero es heredero de la cultura andina y europea. En la
nota “Pepino de La Paz, historia centenaria”, del suplemento Tendencias del
periódico La Razón del 18 de enero de 2015, se indica que existen dos fuentes
que dieron origen y evolución al Pepino: el Pierrot y el K’usillo.
En el estudio 100 años del Carnaval en La Paz, del libro Fiesta Popular Paceña, Rossells explica que los personajes de la comedia de arte italiana estaban bien asentados en la ciudad de La Paz a mediados del siglo XIX, tiempo en que se presentaban figuras como los arlequines, dominós, fígaros, toreros, pajes y diablos. “No se tiene información sobre una fecha específica en la que los personajes de la Comedia del Arte italiana, Pierrot, Colombina y Arlequín, principalmente, hubieran ingresado al universo carnavalero paceño, pero se poseen muchos datos sobre su presencia en el imaginario de la ciudad”, rememora.
Entre los personajes clásicos —añade la investigación—, los más reconocidos y perdurables son el Pierrot, considerado el precursor del payaso, con la cara blanca y sombrero de pico, y el arlequín, quienes se disputan el amor de una mujer, la Colombina. El advenimiento de la cultura burguesa en las ciudades de Bolivia a finales del siglo XIX e inicios del XX se sirvió del Carnaval para “hacer más patente la diferenciación de las clases sociales, de los ámbitos de distinción, del área urbana y rural”. Por ello se adoptaron políticas de disciplinamiento en nombre de la sociedad “civilizada” y en contra de la diversión “bárbara”.
“La fiesta del desorden se convierte en un desorden vigilado y destinado a las
élites, que usarán disfraces caros e importados como los trajes de pierrots y
dominós”, describe. De acuerdo con la investigación de Rossells, la población
paceña pobre trató de imitar las nuevas modas del Carnaval mediante el “mal
gusto y lo barato”.
“El Pierrot caló hondo en esta fiesta, pero en el transcurso de unos años fue apropiado y convertido en Pepino, es decir, a través del cambio de los textiles y de color en el traje, añadiéndole franjas de tonos contrastantes”. Por su sencillez, el antiguo Pierrot —posterior- mente Pepino— fue el personaje más accesible a todas las clases sociales.
Como otra influencia se encuentra al K’usillo, un personaje místico que forma parte de varias danzas autóctonas y que, según Rigoberto Paredes, es un ser precolombino transformado en una imagen de diablo europeo.
En la investigación de David Mendoza y Evelin Sigl se aclara que al referirse al diablo se habla del producto de una compleja relación entre la cosmovisión andina y el catolicismo. El diablo colonial fue inventado “por los religiosos europeos del siglo XVI, que establecieron una analogía muy libre entre los seres del manqa pacha (mundo de ‘adentro’ fértil y reino subterráneo de los difuntos), los dioses precolombinos Supay y Huari, y el demonio cristiano”.
Según esta definición, el K’usillo es un “diablo”, pero uno que “molesta” a las mujeres, que lleva encanto, la tentación y el peligro, tanto para hombres como así también para mujeres.
Bufón europeo. Por otra parte, Teresa Gisbert explica, en el libro Máscaras de los Andes bolivianos, que la careta y el traje del Pepino “recuerdan al bufón europeo que en nuestro medio ha abandonado a sus compañeros Pierrot, Arlequín y Colombina para imitar al K’usillo, bufón nativo con connotaciones eróticas”.
“Hay relación entre estos dos personajes (el Pepino y el K’usillo) —escribe Rossells— en cuanto al carácter y simbolismo, (pues) ambos son solitarios, pero alegres y cómicos que hacen travesuras e incluso dan volteretas”, refiere la nota publicada en Tendencias, que señala que la nariz puntiaguda del Pepino actual es una clara herencia de la máscara del K’usillo.
En cuanto al nombre del personaje paceño, deriva supuestamente del trapecista, músico y payaso nacido en Montevideo (Uruguay) José Podestá, más conocido como Pepino 88 (debido a su traje, que tenía un gran letrero en su espalda que decía “el Gran Pepino”, al que agregó el número 88). Después de infinitos recorridos por las calles de la sede de gobierno, el Pepino adquiere personalidad, rostro y vestimenta propios, que lo hacen único en el mundo.
José Farfán, director del Taller de Danzas Fantasía Boliviana, recuerda que en
la década de los años 50, el Pepino vestía con trajes anchos, de una tela de
piel de lobo o de brocato, con cuellos coloridos y “de buena calidad”, señala.
Antonio
Paredes Candia, en la Revista Municipal de Arte y Letras de 1956, describe que
el traje del Pepino en esos tiempos era muy parecido al del clown, “ancho de
piernas y de mangas, un cuello encarrujado y botones grandes en la delantera.
Cascabeles en los puños y en los tobillos, que al correr suenan alegremente”.
La máscara antigua del Pepino era de un solo color y estaba confeccionada por carnavaleros sin recursos económicos. “Un ejemplo de ello son los lustrabotas que no tenían dinero para hacer el disfraz y empezaron a costurar su traje de distintos colores. La careta la hacían de taquilleras de color, tratando de darle matiz y las lanitas insertas en la máscara que siempre estaban a la venta en las mesas para las q’oas”, describe Rossells.
Un elemento importante es el chorizo, que Wálter Montenegro describe “como un arma y símbolo de autoridad del Pepino, una manga cilíndrica de tela, duramente embutida de goma y trapo”.
Javier Escalier, secretario municipal de Culturas de la Alcaldía de La Paz, recuerda que, aproximadamente en la década de los años 60, los pepinos rellenaban los chorizos con arena y con pepas de palta, con los que agredían y herían a las personas. “El (entonces) alcalde Armando Escóbar Uría prohibió los chorizos, por lo que la Intendencia decomisaba estos instrumentos, para poner de moda las matasuegras, un cartón plegado con el que se pegaba a la gente”, afirma. En cuanto al baile, los pepinos no tenían una coreografía específica cuando danzaban al compás de los carnavalitos, pero al asociarse con los ch’utas cambiaron el característico ritmo por el huayño, destaca el trabajo de Rossells.
Escalier y Farfán coinciden en que el antiguo recorrido de la farándula de pepinos comenzaba en la avenida América, continuaba por la calle Evaristo Valle, la Comercio, la plaza Murillo, Ayacucho y cruzaba la avenida Mariscal Santa Cruz hasta la Plaza del Estudiante. En la actualidad, los pepinos saltan y bailan desde el puente de la Cervecería Boliviana Nacional (CBN), atraviesan la avenida Montes, la Mariscal Santa Cruz, la calle Buenaventura Bueno, para finalizar en la avenida Simón Bolívar y desconcentrarse en inmediaciones del estadio Hernando Siles.
El entierro del Pepino, que se celebra el Domingo de Tentación, es una tradición de mediados del siglo XX, sostiene el libro No se baila así nomás. En esta fiesta, el recorrido era contrario a la farándula de los pepinos, refiere Escalier, como así lo demuestran algunas fotografías del reportero gráfico Lucio Flores de la década de los años 60.
Sigl y Mendoza afirman que el entierro del Pepino adquirió un nuevo brío cuando
el conjunto Los Olvidados, el año 1986, llevó a cabo un recorrido desde la
plaza de San Pedro hasta la plaza San Francisco. “Durante varios años ese
entierro producía un encuentro intercultural y de clase, combinando tradiciones
mestizas que evocan los carnavales elitistas de antaño y tradiciones
‘populares’”, señala No se baila así nomás. El ejemplo más claro de esta
manifestación es que el entierro del Pepino suele comenzar en la plaza Murillo,
que “tiene una connotación de élite europeizada, en tanto que el Cementerio
General y el recorrido se hallan en la zona ‘popular’, partiendo desde la plaza
Garita de Lima hasta llegar a la zona de El Tejar”, señala la investigación.
Julio Ríos
Emigraron de Francia sus atuendos, pero en la ciudad de La Paz, los
nacionalizaron, los perfeccionaron, los acomodaron. Una máscara sarcástica de
mirada burlona, de ojos calculados con geometría, boca de labios gruesos lista
para gritar expresiones de alegría, orejas grandes para escuchar el sonido de
la algarabía y, un cuerpo de cuatro figuras, dos cuadradas y otras dos
alargadas, perfeccionaron su entorno físico.
Por lo estirado, cual si fuera un chorizo o un alimento que completa las
ensaladas, recibió el nombre de PEPINO. Su madre fue una trabajadora de
costuras, y su padre un payaso de nombre Pierrot, nacido en París.
Llega a la “ciudad maravillosa” en los días del carnaval. Su misión es
hacer de la alegría un himno exagerado de coreografías sin límite. El pepino,
asoma en esta crónica ilustrada con un grupo de hermosas muchachas cuya
sensualidad acompaña el personaje paceño, luciendo muy escotados trajes que
visten con el cuerpo desnudo por debajo. Caminar, correr, saltar, revolcarse y,
molestar a todo transeúnte que recibe un seco y nada contundente golpe cual
caricia de leopardo de mano de su “matasuegra” bicolor, una especie de
cachiporra de cartón bordada de colores chillones, con las que el PEPINO,
juega, fastidia, entretiene, ríe y también llora.
Los niños le persiguen, las señoras pitucas le huyen, las chicas los
mojan con globos de agua, los jóvenes lo inundan vaciando uno, dos, tres,
cuatro baldes hasta dejarlo totalmente mojado. Las avenidas Camacho y 16 de
julio, se llenan de comparsas, sumándose grupos que llegan a más de mil
pepinos.
Detrás de la máscara del PEPINO asoma un ser humano, puede ser una
mujer, puede ser un hombre. Puede estar feliz; puede estar triste. El carnaval
sólo los llama a divertirse, a alegrarse, a moverse con entusiasmo desbordado.
Así cual polícromo envuelto de serpentina, este personaje eminentemente paceño
olvida amarguras, vicisitudes, problemas. Mira con ojos picarescos, pero
renovados, sin que se atufen o se cieguen por la angustia de sobre
existir
Unas cervezas le dan valor, sin embargo y a veces este aperitivo
carnavalesco lo exagera y el PEPINO pierde el sentido de la conciencia y
termina echado en la calle, o en la comisaría, o muerto.
¿Podría tan curioso protagonista anónimo detrás de la careta encontrarse
sobrio acaso? ¿Podría concentrarse en el ánimo que entraña el carnaval sin
estar chispeado?
No. Imposible, porque la metamorfosis de ser humano a PEPINO lo
convierte en un saltimbanqui audaz y zalamero. No mide consecuencias, pero
controla sus pasiones y todo es broma, todo es jolgorio, todo es el espíritu de
la sonrisa que asoma de su careta. Su burla de cuanta persona se cruza por su
presencia; seriedad no es una palabra que afine para la circunstancia.
Ya la caer la noche, la nostalgia que cubre su careta poco a poco se
apaga como un foco que desilumina la luz del carnaval. Nació unas horas, un día
a un nuevo estado de vida irreal, pero muere a la felicidad para ingresar por
las insospechadas puertas de la realidad.
Y el recuerdo inocente de un grupo de niños, que a viva voz expresaron durante el carnaval: ¡Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo! ¡Sin calzón!, surge como inferencia de la fiesta carnavalesca de la ciudad de La Paz.
By Julio Ríos
BEAUTIFUL LADIES DRESSED IN
COSTUMES WITH THEIR BODIES NAKED UNDERNEATH ACCOMPANY THE PEPINO
Their attire emigrated from
France, but in the city of La Paz, they nationalized them, perfected them,
accommodated them. A sarcastic mask with a mocking look, geometrically
calculated eyes, a thick-lipped mouth ready to shout expressions of joy, big
ears to listen to the sound of the din, and a body of four figures, two square
and two elongated, perfected their physical environment.
Because of its stretched
shape, as if it were a sausage or a food that completes salads, it received the
name of Cucumber. His mother was a seamstress, and his father was a clown named
Pierrot, born in Paris.
He arrives in the
"wonderful city" in the days of the carnival. His mission is to make
of joy an exaggerated hymn of unlimited choreographies. The cucumber, appears
in this chronicle illustrated with a group of beautiful girls whose sensuality
accompanies the character paceño, wearing very low-cut costumes without bra
considering that they dress with the naked body underneath. Walking, running,
jumping, wallowing and annoying every passerby who receives a dry and not at
all forceful blow as a leopard caress from the hand of his two-colored
"matasuegra", a kind of cardboard truncheon embroidered with bright
colors, with which the PEPINO plays, teases, entertains, laughs and cries.
The children chase him, the
pitucas ladies run away from him, the girls wet them with water balloons, the
young men flood him emptying one, two, three, four buckets until he is
completely wet. The avenues Camacho and 16 de Julio, are filled with parades,
adding groups that reach more than a thousand cucumbers.
Behind the PEPINO's mask a
human being appears, it can be a woman, it can be a man. It can be happy; it
can be sad. The carnival only calls them to have fun, to rejoice, to move with
overflowing enthusiasm. Thus, like a polychrome wrapped in serpentine, this
eminently paceño character forgets bitterness, vicissitudes, problems. He looks
with mischievous eyes, but renewed, without being stunned or blinded by the
anguish of overexistence.
A few beers give him courage,
however, and sometimes this carnivalesque appetizer exaggerates it and the
PEPINO loses the sense of conscience and ends up thrown in the street, or in
the police station, or dead.
Could such a curious anonymous
protagonist behind the mask be sober? Could he be able to concentrate on the
spirit of the carnival without being sparkling?
No. Impossible, because the metamorphosis
from human being to PEPINO turns him into an audacious and sassy jumper. He
does not measure consequences, but he controls his passions and everything is a
joke, everything is fun, everything is the spirit of the smile that emerges
from his mask. His mockery of anyone who crosses his presence; seriousness is
not a word that fits the circumstance.
As night falls, the nostalgia
that covers his mask gradually fades like a bulb that dims the light of the
carnival. He was born a few hours, a day to a new state of unreal life, but he
dies to happiness to enter through the unsuspected doors of reality.
And the innocent memory of a group of children, who loudly expressed during the carnival: Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo! without underpants, emerges as an inference of the carnival celebration of the city of La Paz.