LA COVID – 19
AUTORES: Manfred Steffen / Mg. Stella Maimone
COMENTARIOS: Julio Ríos
EL AUTOR Manfred Steffen, es Magíster
en Ciencias Ambientales (Universidad de la República, Uruguay) y Dipl. Ing.
Fachhochschule für Druck in Stuttgart. Coordinador de proyectos de la Fundación
Konrad Adenauer, oficina Montevideo. Jefe de redacción de «Diálogo Político»
Mantener la distancia social,
evitar contacto en lugares cerrados y fundamentalmente usar el barbijo ocupan
un lugar destacado entre las estrategias para evitar el contagio con COVID-19.
El desafío de la pandemia
interpela a los ciudadanos. La salud pública es asunto de todos, desde el
Estado hasta cada individuo. De nuestros actos cotidianos dependerá el futuro.
La discusión sobre el uso del
barbijo es universal. Se repite en diferentes sociedades y trasciende cortes
ideológico-partidarios. Por un lado, se esgrime la libertad de elección de cada
individuo.
Se oyen argumentos como “el
barbijo es incómodo, me impide comunicarme con los demás, crea una distancia
entre las personas, y fundamentalmente, es mi decisión si quiero utilizarlo o
no”.
Por otro lado, se alega la
importancia de las conductas precautorias, sin las que es posible, incluso
probable, que los contagios se disparen. Según el país, las autoridades dejaron
más o menos librado a cada ciudadano su utilización.
Pero la situación actual a nivel mundial lo convierte en un instrumento ineludible para el control de la expansión del COVID. El uso del barbijo es una muestra de responsabilidad, en un “deber cívico”, como resumía un científico uruguayo recientemente.
El COVID-19 cambió el mundo. Lo
que empezó como una enfermedad local, posiblemente a partir del contacto humano
con animales en un mercado chino, se extendió en poco tiempo y constituye una
pandemia que se propaga con rapidez hasta los últimos rincones del planeta.
Algunos hablaron de la aparición
de un cisne negro, es decir de un acontecimiento altamente improbable de graves
consecuencias. Pero el propio Nicolas Taleb que acuñara este concepto, se ocupó
de aclarar que este evento era previsible e incluso casi inevitable si no se
cambiaba radicalmente la conducta de la gente.
Las causas de la pandemia del
COVID-19 son diversas y complejas. Pero hay evidencia de que la destrucción de
ecosistemas como consecuencia de la tala de bosques, la ampliación de áreas
dedicadas a la agricultura y la cría masiva de animales para alimento humano
propiciaron su propagación.
Habitamos un mundo
hiperconectado, con verdaderas “ciudades” de animales confinados para la
producción de carne y crecientes áreas
dedicadas a monocultivos de especies de alto rendimiento. Esto, y la movilidad
creciente de personas y mercancías por el mundo constituyen el contexto ideal
para la transmisión explosiva del virus.
Las consecuencias de la pandemia
son conocidas y en algunos países los sistemas de salud se vieron superados por
la cantidad de pacientes. En poco tiempo la disponibilidad de ventiladores pasó
a ser tema de la agenda política, la información sobre el estado sanitario y
los servicios asociados ocupó espacios relevantes en las noticias.
La discusión sobre como aplanar
la curva de contagio se convirtió en asunto de Estado. Las estrategias de
mitigación y prevención variaron mucho, pero en la mayoría de los países las
autoridades implementaron medidas más o menos voluntarias de limitación del
contacto social mediante llamados a la precaución, la limitación de los
movimientos y hasta la puesta en práctica de la cuarentena obligatoria.
No existe unanimidad respecto a la necesidad de la cuarentena. Hay quienes la consideran ineludible para evitar el colapso de los sistemas de salud. Para otros constituye una limitación inaceptable de su libertad ciudadana, o creen que provocará daños aún mayores que la epidemia misma a la economía e incluso a la salud mental de la población.
A lo largo de las últimas semanas
comenzó un proceso de reinicio de las actividades productivas, comerciales,
turística, educativas y culturales. Aunque este proceso parezca una vuelta a lo
de ya conocido, algunos hablan de una “nueva normalidad”, mientras otros advierten
que nada será como antes. Aprender a convivir con este virus implicará
conductas precautorias y fundamentalmente nuevas formas de relacionamiento
entre las personas.
Más allá de las esperanzas en la
pronta aparición de una vacuna salvadora, la pandemia del COVID-19 interpela a
los individuos. El “desconfinamiento” progresivo, como lo llaman algunos
expertos, comprende riesgos que no deberían ser omitidos en medio de la euforia
por el relativo control de la evolución de los contagios.
Existe incertidumbre respecto al
desarrollo de esta crisis, ya que más allá de los esfuerzos sanitarios y de
investigación a nivel global, persisten las causas primarias de la pandemia. Es
probable que el añorado reinicio de las actividades provoque rebrotes.
En la medida en que éstos se
puedan localizar rápidamente será posible evitar un aumento exponencial de los
contagios y la circulación comunitaria del virus. Para esto es necesario
aumentar las capacidades de testeo y de seguir los hilos epidemiológicos. La
contraparte indispensable de esta estrategia es la conducta de la ciudadanía ya
que ningún sistema de salud podrá responder en forma eficaz si la ola de
contagios se descontrola.
La pandemia hizo visibles y
colocó en la agenda la discusión sobre los sistemas de salud pública. Las
dramáticas imágenes de hospitales durante los picos de contagio en numerosos
países mostraron la exigencia a la que está sometido el personal de la salud.
También quedó clara la importancia de los aportes desde la ciencia a los
procesos de toma de decisión política.
Mientras que regímenes populistas recurrieron a la negación del problema o a consignas triunfalistas, las democracias apostaron a la comunicación seria y sistemática, y llamaron a la ciudadanía a sostener los esfuerzos colectivos.
En algunos países los institutos
dedicados a la investigación científica pasaron a ocupar un rol clave no
solamente en la provisión de conocimiento, sino en la comunicación y
explicación de una situación inédita y desafiante.
Un resultado positivo de la
crisis del COVID-19 es que favoreció la cooperación de la ciencia con la
política. En algunos países esto ocurre mediante la participación de
instituciones de investigación (Alemania), en otros se constituyeron comités
científicos de carácter honorario (Uruguay).
Desde estas instancias se difunden informaciones serias y se promueve la participación ciudadana en la lucha contra la pandemia.
Las conductas responsables y empáticas permitirán evitar correr de atrás los problemas y anticipar las situaciones críticas para navegar exitosamente por este desafío.
Como resumió un integrante del Grupo Asesor Científico Honorario en Uruguay: “el barbijo es un deber cívico”.
La nueva normalidad exigirá nuevos diálogos y cooperaciones. Del compromiso de toda la sociedad, de cada uno de nosotros dependerá el futuro.
Manfred
Steffen, Magíster en Ciencias Ambientales, sin vacilación, levanta un minucioso
análisis relacionado fundamentalmente con el barbijo. Su exposición es
pormenorizada y escrita con microscópica meticulosidad. No se le escapa ni un
solo dato. Toca ahora referir el par de opuestos al loable argumento del MG. Sterffen.
Detrás del tapabocas hay una nariz y una boca cubierta; empero asoman los ojos
que son la ventana del alma, y los hay como si fueran dos lagos de agua
cristalina: agua que llama, agua que moja, agua que ahoga, agua que inunda.
Sin
duda que al mal tiempo, un buen barbijo. ¡Volvámonos coquetos! Primero apareció
al tapabocas quirúrgico, luego el desechable en colores blanco, negro, celeste
y azul. Después jóvenes emprendedoras encontraron un camino abierto a la
oportunidad, haciendo evidente el escrito en chino “crisis”, que volcado dice
“oportunidades”. Aparecieron entonces los barbijos de seda, de hilo, de tela
(lavables) y llegaron los de alta costura que embellecieron el medio rostro de
mujeres, que ante la fascinación de usarlos, aparecieron en las redes sociales,
especialmente en Facebook, Twitter e Instagram.
Más
adelante, artistas y modelos famosas, como Emily Ratajkowski, destacaron el
barbijo sumando la ropa puesta. Ella apareció en las tramas generales y
fotográficas vestida con un cubrebocas rozado que combinaba con una blusa del
mismo color de corte transparente que traslucía su cuerpo desnudo por debajo,
resaltando un coqueto sujetador de media copa también de similar tono.
Aparecieron,
luego, las máscaras floreadas en lienzo de satín, con camisas de gasa
reflejadas sobre la misma piel desarropada, pero con un bracee negro, y así
sucesivamente trajes sastre de dos piezas muy escotados y sin sostén en la
tendencia braless —la sensualidad a la que se adhirió el barbijo fue increíble
por los gráficos a pecho desnudo por debajo de toda prenda—, pero combinando en
destacada elegancia con el cubrebocas del mismo color.
Las playas que son susceptibles a una infección, se abrieron una vez que prosperaron las dosis de las vacunas, y los bikinis entreveraron un juego de bikini y tapabocas con idéntica tela. Las circunstancias se diversificaron y las fotos llegaron a niveles insospechados.
Todos
estos detalles, con un mensaje metafórico de ver sus protagonistas con ojos
nuevos lo que estamos mirando con ojos atufados o sobrecegados por la angustia
de sobreexistir. Hasta ahora las redes están avasalladas y por otra parte, portadas
de revistas muy afamadas con Vogue, Para Ti, Cosas, entre otras, pusieron de
relieve rostros y barbijos. El resultado fue que los observadores pierdan todo
posible contacto con la desvaída realidad que nos rodea.
En
un mundo politizado, en una redondez del globo salpicando corrupción, en un
escenario de todo el universo, donde las injusticias están día a día; en
momentos en los que se revivió el tango “Cambalache” que comienza la letra “el
mundo es y será una porquería…”, el barbijo fue la prenda ansiolítica y de
mucho análisis creativo, de reflexiones que nos enseñan que debemos vivir
minuto a minuto, hora a hora, mañana a mañana, tarde a tarde, día a día, como
si fueran únicos, añadiendo el instante espiritual de amanecer con vida y
agradecer a Dios por nuestra existencia intacta en toda aurora.
La mujer y el hombre son seres de costumbre, y en casi dos años de obligatoriedad en el uso del tapabocas, éste es parte de nuestro cuerpo, junto al celular; que es incómodo, lo es, pero que hacer de la limitación un rostro agradable, una manera de protegernos de la Covid 19, es un realidad insoslayable y para consuelo final la posibilidad satisfactoria de lucir un elegante barbijo.
By
Julio Ríos
Manfred
Steffen, Master in Environmental Sciences, without hesitation, raises a
thorough analysis mainly related to the chinstrap. His presentation is detailed
and written with microscopic meticulousness. Not a single piece of information
escapes him. It is now time to refer to the pair of opposites to the laudable
argument of MG. Sterffen's laudable argument. Behind the mask there is a nose
and a covered mouth; but the eyes, which are the window of the soul, are
visible, and they are like two lakes of crystalline water: water that calls,
water that wets, water that drowns, water that floods.
No
doubt that in bad weather, a good mask, let's get coquettish! First came the
surgical mask, then the disposable mask in white, black, light blue and blue.
Then enterprising young women found an open path to opportunity, making evident
the Chinese writing "crisis", which in its turn says
"opportunities". Then silk, thread and fabric (washable) chinstraps
appeared, and then came the haute couture ones that embellished the faces of
women who, fascinated by the fascination of wearing them, appeared on social
networks, especially Facebook, Twitter and Instagram.
Later,
famous artists and models, such as Emily Ratajkowski, highlighted the chinstrap
by adding the clothes on. She appeared in the general and photographic frames
dressed in a brushed cover-up that combined with a blouse of the same colour
with a transparent cut that showed her naked body underneath, highlighting a
flirtatious half-cup bra also in a similar tone.
Then
came the floral masks in satin canvas, with chiffon shirts reflected on the
same skin, but with a black bracee, and so on, very low-cut two-piece tailored
suits without bra in the braless trend - the sensuality to which the chinstrap
adhered was incredible for the bare-chested graphics underneath all the
garments - but combined in outstanding elegance with the mask of the same
colour.
Beaches
that are susceptible to infection opened up once the vaccine doses flourished,
and bikinis intertwined a bikini and cover-up set with identical fabric.
Circumstances diversified and the photos reached unimagined levels.
All
these details, with a metaphorical message of seeing their protagonists with
new eyes what we are looking at with atufated eyes or over-blinded by the
anguish of over-existing. So far, the networks have been overwhelmed and, on
the other hand, covers of very famous magazines such as Vogue, Para Ti, Cosas,
among others, have highlighted faces and chinstraps. The result was that
observers lose all possible contact with the bleak reality that surrounds us.
In
a politicised world, in a roundness of the globe splashing corruption, on a
stage of the whole universe, where injustices are day by day; in moments that
revived the tango "Cambalache" that begins the lyrics "the world
is and will be a filth.... "The chinstrap was the anxiolytic garment of
much creative analysis, of reflections that teach us that we must live minute
by minute, hour by hour, morning by morning, afternoon by afternoon, day by
day, as if they were unique, adding the spiritual instant of dawning alive and
thanking God for our existence intact in every dawn.
Women
and men are creatures of habit, and in almost two years of obligatory wearing
of the mask, this is part of our body, together with the mobile phone; that it
is uncomfortable, it is, but to make the limitation a pleasant face, a way of protecting
ourselves from Covid 19, is an unavoidable reality and for final consolation
the satisfactory possibility of wearing an elegant chinstrap.
Julio Ríos, escritor y crítico de arte, licenciado en ciencias de la comunicación, es asesor en proyectos de redacción. Escribió el libro DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017). En la fecha trabaja una novela basada en la vida y obra de W.A.Mozart. Estudió en la Universidad Mayor Real y Pontifica de San Francisco Xavier de Sucre y en la Universidad Católica de La Paz. Hizo un diplomado en investigación periodística en la Universidad de La Jolla en San Diego, California.
¿POR QUÉ EL USO DE BARBIJO PARA TODOS?
Por Mg. Stella Maimone
El
escenario es cambiante, es verdad, pero no nos perdamos. Estamos frente a un
virus de transmisión de contacto respiratorio y de contacto con las superficies
contaminadas con secreciones. Esto lo acaba de confirmar un reciente estudio
publicado por el Queen Elizabeth Hospital de Hong Kong, donde los empleados que
estuvieron atendiendo pacientes con barbijo y realizaban limpieza de
superficies con el protocolo habitual, no se contagiaron, y tampoco los otros
pacientes, atendidos por las mismas personas que no padecían COVID-19.
Sabemos
que hay un pequeño porcentaje de la población mundial de infectados que son
asintomáticos, quienes pueden transmitir el virus al hablar a menos de un metro
y contagiar. Estas personas tienen un promedio de edad muy joven, una media de
45 años, no tienen más riesgo porque ya se infectaron, pero ponen en riesgo a
otras personas de mayor edad y a pacientes internados, en atención
domiciliaria, en centros de tercer nivel, en centros de diálisis entre otros. También
puedes contagiarte si te manejas en un medio de transporte público.
Es
por esto que todos estamos utilizando un tapabocas-nariz, una máscara facial,
cualquier elemento de protección que tape boca, nariz y mentón. Porque vos
podes ser un infectado asintomático. Lo usas desde que salís de tu casa. Pero
cuidado, solo esto no alcanza. Este virus nos demostró que si estás cerca de
otra persona te contagias. Si tocas superficies con secreciones (las cuales
podes no estar viendo) te contagias, entonces, debes lavarte las manos y
desinfectar las superficies, con mucha más razón si en tu casa hay gente que
sale a trabajar o si vos salís a trabajar. No lo olvides, todos podemos ser
infectados asintomáticos.
Entonces,
se trata de establecer una barrera entre vos y los demás. Si utilizas un
tapaboca-nariz no te toques la cara, no te lo saques, no lo bajes ni lo subas.
Es difícil, por esto existen también las máscaras o protectores faciales que
son más cómodos, no se humedecen, se pueden lavar cada vez que los retiras para
beber o comer.
¿Todo
lo demás es válido? Colocar la alfombra de cloro en el piso, lavar los zapatos,
usar guantes para circular, creer que si le ponemos alcohol a un barbijo N95 le
desaparecen los virus, o lavar las patas de las mascotas, o bañarte apenas
llegas a tu casa, etc. Nada de esto es útil.
Una
amiga que vive en una provincia argentina, me contaba que para ingresar o salir
de la misma debes pasar por algo así como un tubo y te rocían con amonios
cuaternarios (aún hay gente que piensa que el virus se mantiene en el aire como
si fueran esporas), o en las fronteras de países vecinos te rocían con alcohol.
Son prácticas que implican un trabajo extra que no es necesario, esfuerzos que
podrían estar invirtiéndose de manera más eficaz.
Concéntrate
en lo importante, usa la protección facial para cuidar a los demás, lávate las
manos, y desinfecta superficies que se tocan en forma frecuente.
Si estás en una institución de salud que no te cuida, que no te da los elementos de protección personal para atender pacientes con sospecha o con COVID-19. NO LOS ATIENDAS! El profesional de la salud debe estar sano y protegido.