miércoles, 28 de abril de 2021

 


RETROSPECTIVA EN PANDEMIA

LA COVID – 19 



REPORTAJE AL MAESTRO

 


Herbert Von Karajan

DIRECTOR DE LA ORQUESTA

FILARMÓNICA DE BERLIN

  

In memoriam, Karajan

Llego al aeropuerto de Zurich en una mañana pálida y fría; el minibus que me traslada desde el avión se desplaza por entre los hangares, donde están los jets privados, y delante de to­dos ellos, solitario, hay un pequeño birreactor, el Mystère 10. En la cabina del piloto se divisa el perfil de un rostro escondido bajo la larga vi­sera de una gorra, y al traspasar la puerta, el mismo Herbert von Karajan, que ha venido a buscarme personalmente, vuelve la cabeza y me saluda.

Voy a pasar dos días en el chalé de Saint-Moritz del último monstruo sagrado de la música clásica, el hom­bre sobre cuyos hombros descansa la mayor responsabilidad orquestal de Europa, famoso en todo el planeta, recordman absoluto de venta de discos en todos los continentes, a cuya casa muy pocos periodistas han sido invitados des­de hace dieciséis años. Se dice de él que es altivo e inalcanzable, pero, lejos de eso, es, por el contrario, un caballero ascético y atento.

La víspera oí su voz a través del hilo telefóni­co: "Aquí, Von Karajan. ¿Puede usted venir este fin de semana?", y quince horas más tarde sobrevuelo los Alpes suizos con el célebre di­rector pilotando el avión. Con su mirada agu­da, su concentración, las rápidas frases inter­cambiadas en alemán con su piloto, los gestos de sus manos sobre los mandos del aparato guardan una irresistible analogía con su forma de manejar la batuta al frente de su orquesta. Tras veinte minutos de vuelo llegamos a Saint-Moritz y el aterrizaje es digno de un profesio­nal, no en vano el maestro vuela una media de 250 horas por año desde hace cinco años. "Y ello me proporciona un enorme placer", dice Von Karajan en un francés perfecto, parando los motores. Hemos llegado a su casa.

Todo el mundo sabe que el chalé se llama Helisara, casi el título de una ópera, y es la con­tracción de Herbert, Eliette, su esposa; Isabelle y Arabelle, sus dos hijas. Construido al abrigo de una pendiente, aún permanece en la entrada principal un ramo de muérdago, recuerdo de las pasadas Navidades, muy de estilo germáni­co con su lazo rojo; y detrás de la puerta descu­brimos el universo que rodea la intimidad de Von Karajan: un mundo de madera esculpida, de iconos antiguos, de tapices, una réplica de la Dama del Unicornio, "regalo de mi amigo Van der Kemp", el antiguo conservador de Versalles. En los estantes de la inmensa biblioteca es­tán las obras de Goethe, Nietzsche, Balzac... Desde una cristalera de enormes proporciones se domina el grandioso paisaje de las mon­tañas.

Una hora después de haber aterrizado en Zurich estoy dándome un baño con el director de orquesta más ilustre en la actualidad, en la piscina situada en el ala izquierda de su casa. El maestro nada desnudo, con tan sólo un go­rro de baño azul eléctrico y unas gafas. Por en­tre la puerta entreabierta de la piscina climatizada se ve la nieve.

Durante horas, Von Karajan va a hablar so­bre lo que más le interesa: primero, su orques­ta, y después, las incertidumbres de Occidente;

—Todo el mundo asegura que vivimos en una época de decadencia y yo no puedo impe­dir a la gente que piense así, pero es completa­mente falso.

Está sentado en el gran canapé de la bibliote­ca, donde la luz de la tarde juega con el oro de las lámparas, una estufa de cerámica, una Vir­gen medieval, una cabeza de caballo de már­mol. En esta casa suntuosa se respira, sin em­bargo, recogimiento en cada uno de sus rincones.

—¿Es usted optimista, maestro?

—Sí, profundamente. No sólo porque tengo la suerte de dirigir una orquesta sin igual, sino porque hemos sacado la música clásica de sus capillas, hemos contribuido a la evolución del espíritu. A los veintiún años dirigía la pequeña orquesta de Ulm y vendía abonos de puerta en puerta; cincuenta años más tarde la música se ha convertido en el pan de cada día para millo­nes de personas. ¿Qué ha sucedido en el entre­tiempo? Se ha producido una revolución tecno­lógica; los discos son cada vez más perfectos, existe la televisión y el cine (cuyas posibilidades apenas si se han comenzado a explotar), y al descubrir nuevos medios de comunicación he­mos conseguido que nuestra música alcance di­mensiones universales.

 —¿Es usted elitista?

Sus ojos azul pálido se iluminan y una am­plia sonrisa aparece en su rostro cuando me responde:

—¿Elitista? ¡Superelitista!

Y añade:

—Sólo lo mejor es aceptable. El mal que per­turba nuestra sociedad es no exigir lo mejor po­sible. Desde mi primer contacto con la Orques­ta Filarmónica de Berlín, en 1937, me dije: "Si deseo algo por encima de todas las cosas es esto. Este es mi universo". Desde su fundación, hace un siglo, la Filarmónica siempre ha estado dirigida por los mejores: Nikisch, Strauss y Furtwängler. Yo soy el cuarto. Otras orquestas han pasado por épocas malas y buenas, pero ésta, nunca.

Cuando Furtwängler murió, en 1954, la Fi­larmónica preparaba una gira por América y me llamaron para decirme que no tomarían el avión a menos que yo me pusiera al frente de la orquesta; yo les respondí que sí, siempre que fuera para toda la vida.

—¿Por principio?

—No, porque necesitaba toda una vida para llegar a donde yo quería: al punto en que a par­tir del cual las cosas se encarnarían en el mo­mento en que yo las pensara, y llegar a ese pun­to implica un trabajo educativo de larga duración. Le pondré un ejemplo, con un coche de competición recorrer el circuito en cuatro minutos no plantea problemas, pero a partir de ahí se arriesga la vida cada segundo. Lo mismo ocurre en el arte: cada mejora es como traspa­sar un umbral gigantesco...

El esfuerzo, siempre el esfuerzo, encarniza­do e infinito. Von Karajan es la figura del traba­jador por excelencia, y al final del esfuerzo está el estilo, al que él se refiere como "un cierto es­tilo que impregna una orquesta y sobrevive a su director. El bien se transmite y las faltas también".

—¿Pero qué son las faltas para un Von Karajan?

—El producto de la pereza, de la debilidad a expensas del ritmo. Y el ritmo es una conquista permanente sobre la dejadez, una lucha para no dejarse llevar por la inercia. Para acceder, por el esfuerzo, a una segunda naturaleza más elevada. Puedo soportar una nota falsa, pero nun­ca un error de ritmo.

Se levanta y camina lentamente hacia la vi­driera: al pie del chalé, al borde de los abetos cubiertos de nieve, tres ciervos sorprendidos por la luz de un reflector nos contemplan tem­blorosos. Von Karajan se vuelve y reemprende el hilo de la conversación:

—La desenvoltura de Furtwängler y la preci­sión de Toscanini unidas: esta es la idea a la que siempre he tendido. A mis alumnos les digo: "Una orquesta es como un barco, colocadlo en la posición apropiada y él hará el resto". Tam­bién les digo: "Pensad en lo que el zen enseña del tiro al arco; no somos nosotros quienes efec­tuamos el tiro, sino que nos limitamos a colocar el arco en la posición adecuada".

—¿Se trata, pues, de una búsqueda espi­ritual?

—Se trata de una conquista de lo implícito, una andadura hacia la esencia de las obras. Al cabo de tiempo, si no se ha violentado nada, se, progresa hacia su verdad, se encuentra su ritmo natural. Es una ley de vida. Existe un ritmo pro­fundo de la vida, de la tierra; un misterio del mundo con el que hay que hacer corresponder los propios esfuerzos. De lo contrario, lo que se obtiene no responderá a lo que se desea obte­ner. El director de orquesta se vería en la nece­sidad de cantar la música ante la imposibilidad de conseguir la intensidad que oye dentro de su cabeza. Una orquesta no es una masa que cami­ne a fuerza de latigazos...

—¿Entonces es...?

—Un vuelo de pájaros salvajes.

—¿Perdón?

—Un vuelo de pájaros salvajes. La armonía indecible. Ciento veinte personas fundidas en una sola, en la gracia del instante.

—¿Jerarquía pura?

—No exactamente; antes que ser director musical yo soy como un padre, lo sé todo de ellos, sus enfermedades, sus divorcios... Hace falta mucho tiempo para llegar a una compene­tración semejante con un grupo. Pero, después, los 120 tocan para el director, y es a causa de esa cosa irreemplazable por lo que dejé de diri­gir como invitado. Pero ordenar, tener que estar constantemente seguro de uno mismo, es extre­madamente peligroso porque la gente vive de tu energía, te comen... Y no tengo ninguna excusa si algo sale mal, porque dispongo de los mejores medios.

El maestro levanta la cabeza y cierra con fuerza el puño de la mano derecha, en una pro­digiosa actitud de firmeza:

—¡Pero contra la pereza y la fatiga está la vo­luntad! Y, si se posee decisión, toda la orquesta te sigue en bloque. En cambio, si cometes el más mínimo error o si dejas entrever la más mínima debilidad interior, lo notará al instante, con una potencia emotiva capaz de hacerla fracasar por completo. El momento mágico se produce cuando el entusiasmo o el miedo consiguen que 120 individuos se unan en uno solo.


Silenciosamente, el mayordomo italiano se materializa a nuestro lado para anunciar que la cena está servida. Atravesamos el hall, revesti­do de paneles de madera esculpida, para diri­girnos al comedor. Somos cuatro personas a la mesa: Eliette, su esposa, que es pintora; el as­trólogo romano Francesco Waldner, viejo ami­go de la familia; Von Karajan y yo. A la mañana siguiente encuentro al maestro levantado desde las siete para su larga y diaria sesión de cultura física; disciplina y regularidad: el hombre de hierro.

A las diez en punto estamos en su habita­ción, su centro de trabajo y meditación: "El lu­gar en el que me siento más completamente concentrado de todo el mundo", me explica. No se oye ni un ruido; en la cabecera de la cama, encima de los minúsculos animales chi­nos de jade, veo la esfera de un anemómetro (velocidad y dirección del viento), la de un ba­rómetro: Sobre la cómoda, una esfera cósmica muy sofisticada: los planetas gravitan sobre sus órbitas variables con un ligero zumbido produ­cido por un minúsculo motor.

El maestro, con la mirada perdida en las cer­canas cumbres, reanuda la conversación en el punto exacto en que la habíamos dejado la no­che anterior:

—Hoy día todos los músicos quieren conver­tirse en directores de orquesta. ¿Por qué? Por­que el director goza de una autoridad y una fuerza de expresión únicas. Su poder de deci­sión se extiende a todo; es un verdadero dictador y el hombre de 1982 detesta a los dictadores, cuando lo son los demás, naturalmente, por­que, si tiene oportunidad de convertirse en dic­tador él mismo, su punto de vista cambia... Me acuerdo de una conversación que sostuve con el entrenador del equipo de fútbol de la Repú­blica Federal de Alemania. Yo le dije: "En cier­ta manera, los dos estamos sobre el mismo bar­co; ambos tenemos un equipo que debe rendir al máximo. La diferencia está en que yo les in­fluyo durante la acción, mientras que usted se limita a permanecer sentado observándolos. En su opinión, "¿por qué cree que los músicos de mi orquesta son unos espectadores fanáti­cos de fútbol?", y él mismo respondió: "Quizá envidien a mis jugadores porque éstos ignoran la batuta. Para sus músicos, ver un partido es una especie de compensación...".

Es de sobra conocida la obsesión de Von Karajan por el detalle, por el perfeccionismo; él mismo se ocupa de la puesta en escena, y seis meses antes de la primera repetición todo está dispuesto; revisa incluso las luces y no permite los vaqueros durante los ensayos, ya que, en su opinión, el vestido influye en la actitud, y todos los que trabajan a sus órdenes deben estar ata­viados siempre como el día del estreno. En no­viembre finalizó el disco de ópera que será ofre­cido en Pascua; la minuciosidad, el rigor y la fidelidad al espíritu del compositor lo caracteri­zan, y fue para no tener que discutir con otros a causa de sus innovaciones dudosas por lo que Von Karajan se ha convertido a sí mismo en director de escena.

En 1972 le escribió a Ekaterina Fourtseva, entonces ministra de Cultura soviética: "Os en­vío un gran talento..."; se trataba de Kitaenki, que acababa de ganar el concurso de directores de orquesta de la Fundación Von Karajan, en Berlín, y es hoy director de la Orquesta Filar­mónica de Moscú.

Von Karajan, el austríaco (que se acuerda todavía de cuando a los quince años, en el Li­ceo de Salzburgo, su profesor de geografía co­mentaba el desmembramiento del imperio de los Habsburgo), reina en la actualidad sobre un imperio musical universal, y medita sobre el impacto formidable y misterioso de la música sinfónica europea en Japón:

—Multitudes fascinadas e inmóviles, un pue­blo introvertido, con una concentración perfec­ta, clubes de jóvenes nipones cuya norma es lle­var cada uno un disco por mes...

—¿Y los jóvenes occidentales?

—Viven entre ventajas que me hubieran pa­recido, en mi adolescencia, sueños demenciaIes, y, sin embargo, ofrecen un aspecto cansa­do, aburrido, saturado... Saturado sobre todo de música mala. Pero la cosa no es tan sencilla, ya que, si nos fijamos en las estadísticas de Es­tados Unidos, se detecta un cambio que se va revelando cada vez con más claridad: antes de los diecisiete años, esta generación presta aten­ción al rock, pero cuando salen de la universi­dad se llevan consigo cientos de discos de mú­sica clásica. Algunos me escriben entusiasmados y me dicen: "Tengo todos los suyos".


A primera hora de la tarde, Eliette, Waldner, Von Karajan y yo salimos a dar un paseo por el camino blanco de nieve, bajo un cielo azul en el que vemos deslizarse un deltaplano. Cientos de coches centellean al sol por la carretera que discurre por el fondo del valle. Es un domingo de invierno en Saint-Moritz. Herbert von Karajan se ha puesto la gorra de color azul que usa normalmente para pilotar su avión y nave­gar en su yate. Y mientras paseamos deja vaga­bundear sus pensamientos:

—En los próximos decenios se producirá un alargamiento de la vida humana. El hombre del año 2000 dispondrá de mucho más tiempo para disfrutar de la vida del que ha tenido que pasar antes estudiando y trabajando. Se jubilará a los cincuenta años, pero vivirá más de cien... ¿Imagináis las consecuencias?, ¿el desplaza­miento del interés social, comercial e industrial hacia una gran tercera edad?, ¿las ideas cultura­les de vanguardia que nacerán de esta era?, ¿la modificación completa de nuestro punto de vis­ta sobre el mundo?...

Al día siguiente volvemos a reunimos todos a la hora del desayuno, presidido por Von Karajan vestido con un sorprendente quimono ne­gro, que nos habla del destino ambiguo de Aus­tria, del carácter vienés, del horror que siente hacia las ciudades y de su Europa sentimental: los Alpes y el mar latino. El mar en el que se lanzará, en junio, a la gran regata de los maxi- yates (España, Mallorca, costa del Magreb, Malta, Sicilia, Cerdeña). En 1981 ganó la prue­ba más dura: veintisiete horas sin interrupción, 36 cambios de vela en tres horas, para vencer por los pelos al gigante Kilroy.

Dentro de tres días dirige dos conciertos en Sofía; después, la orquesta y él regresan a Ber­lín para grabar la Tosca con Raimondi. A conti­nuación, volverá aquí, a su casa, durante quin­ce días, para preparar el festival de Pascua. Después, viaje a Salzburgo para las primeras repeticiones delVaisseau fantôme con sus berli­neses. Pero ahora mismo Von Karajan bebe chianti en una copa de cristal que sostiene con las dos manos, con los ojos semicerrados.

"O Von Karajan es sobrehumano", escribía Maurice Clavel algún tiempo antes de morir, "o no va al fondo de todo". Una suposición pre­matura, puesto que el interesado ha dado la respuesta ya: para ir hasta el fondo de su vo­luntad sabe que le serían necesarias varias vidas.






Julio Ríos

LA MAGIA DE LA BATURA DE KARAJAN

La música fue algo habitual para Karajan desde su más tierna infancia: su padre era clarinetista aficionado y su hermano, organista. El primer instrumento del pequeño Herbert fue el piano, en cuya práctica se inició en el prestigioso Mozarteum de su ciudad natal. Alentado por su maestro Bernhard Paumgartner, se trasladó a Viena, donde su interés derivó hacia la dirección orquestal.

Su debut en tal disciplina, al frente de una orquesta de estudiantes, tuvo lugar en la Academia de Música de la capital austriaca en 1928. El oficial, al frente de una orquesta profesional, la de Salzburgo, se produjo poco después, en 1929, año, además, en que fue nombrado director de orquesta del modesto teatro de la Ópera de Ulm, cargo en el que permaneció hasta 1934 y en el cual adquirió, mediante la práctica diaria, la experiencia y técnica indispensables para abordar destinos y metas más altos.

Durante el III Reich, en un momento en que las mejores batutas (Erich Kleiber, Bruno Walter, Otto Klemperer) se hallaban en el exilio, Von Karajan se confirmó como la nueva promesa de la escuela directorial germánica. En esa época debutó en las óperas de Viena (1937) y Berlín (1938), la segunda de las cuales dirigió como titular desde 1939 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La derrota de Alemania frenó temporalmente su carrera al serle prohibida toda actuación por su clara vinculación al régimen de Hitler.

Este veto se mantuvo hasta 1947, año a partir del cual puede decirse que el fenómeno Karajan alcanza toda su magnitud. En este sentido, tiene especial trascendencia el año 1948, cuando, a instancias del productor discográfico británico Walter Legge, fue nombrado titular de la Philharmonic Orchestra de Londres, con la que realizó una larga serie de grabaciones que hicieron de él una estrella internacional.

A la muerte de Wilhelm Furtwängler en 1954, Von Karajan abandonó la formación londinense para aceptar la dirección de la Filarmónica de Berlín, la orquesta cuya dirección había constituido desde siempre uno de sus más anhelados objetivos y al frente de la que ya había debutado en 1938. Desde 1955 hasta 1989, cuando presentó su dimisión por motivos de salud, fue titular de esta formación, una de las más prestigiosas del mundo.

Con ella, así como con la Filarmónica de Viena, realizó sus mejores grabaciones discográficas, con un repertorio que abarcaba desde la música de autores barrocos, como Johann Sebastian Bach, hasta alguna incursión en el repertorio contemporáneo, con obras de Stravinski y la Segunda Escuela de Viena. Siempre curioso e interesado por los avances y nuevas técnicas, en 1982 grabó el primer disco compacto preparado para lectura de rayos láser.

Su admiración por Anne-Sophie Mutter, virtuosa del violín, una de las mejores concertistas del mundo con este instrumento, cautivó la admiración del Maestro. Mujer bella y talentosa, la observamos en la fotografía, como postal de genio artístico. Vestida con un traje muy escotado, traje que viste el cuerpo desnudo de la artista, permite entrever que su glamour también se puso de relieve.

Herbert von Karajan fue también poseedor de una considerable fortuna, conseguida a través de diversos negocios: entre ellos, la poderosa compañía discográfica Deutsche Grammophon, en la que un tercio de sus beneficios dependían de sus grabaciones; una agencia artística que contrataba los mejores intérpretes actuales; la compañía Telemondial, productora de películas y videos musicales; la americana Columbia Artist Management INC; y los Festivales de Pascua y Pentecostés de Salzburgo, que él mismo dirigió. Aunque tras su muerte la calidad de su legado ha sido cuestionada por algunos críticos, lo cierto es que Von Karajan es, por derecho propio, uno de los mayores directores que ha dado el siglo XX.

 

By Julio Ríos

THE MAGIC OF KARAJAN'S BATURA

Karajan was a music lover from his earliest childhood: his father was an amateur clarinettist and his brother an organist. Little Herbert's first instrument was the piano, to which he was introduced at the prestigious Mozarteum in his hometown. Encouraged by his teacher Bernhard Paumgartner, he moved to Vienna, where his interest turned to orchestral conducting.

His debut in this discipline, conducting a student orchestra, took place at the Academy of Music in the Austrian capital in 1928. His official debut at the head of a professional orchestra, that of Salzburg, came soon after, in 1929, the year in which he was appointed conductor of the modest Ulm Opera House, a post in which he remained until 1934 and in which he acquired, through daily practice, the indispensable experience and technique to tackle higher destinies and goals.

During the Third Reich, at a time when the best conductors (Erich Kleiber, Bruno Walter, Otto Klemperer) were in exile, Von Karajan confirmed himself as the new promise of the Germanic conducting school. At that time he made his debut at the Vienna (1937) and Berlin (1938) Operas, the latter of which he conducted as the titular conductor from 1939 until the end of the Second World War. The defeat of Germany temporarily halted his career when he was banned from performing because of his clear links to Hitler's regime.

This veto was maintained until 1947, the year from which it can be said that the Karajan phenomenon reached its full magnitude. In this sense, the year 1948 is of special significance, when, at the request of the British record producer Walter Legge, he was appointed principal conductor of the Philharmonic Orchestra of London, with which he made a long series of recordings that made him an international star.

On Wilhelm Furtwängler's death in 1954, Von Karajan left the London orchestra to take up the baton of the Berlin Philharmonic, the orchestra whose direction had always been one of his most cherished goals and with which he had already made his debut in 1938. From 1955 to 1989, when he resigned for health reasons, he was the conductor of this orchestra, one of the most prestigious in the world.

With it, as well as with the Vienna Philharmonic, he made his best recordings, with a repertoire that ranged from the music of baroque composers, such as Johann Sebastian Bach, to some incursion into the contemporary repertoire, with works by Stravinsky and the Second Viennese School. Always curious and interested in advances and new techniques, in 1982 he recorded the first compact disc prepared for laser beam reading.

His admiration for Anne-Sophie Mutter, a violin virtuoso, one of the best concert violinists in the world, captivated the Maestro's admiration. Beautiful and talented woman, we observe her in the photograph, as a postcard of artistic genius. Dressed in a very low-cut suit, a costume that dresses the naked body of the artist, allows us to glimpse that her glamour was also highlighted.

Herbert von Karajan was also the possessor of a considerable fortune, achieved through various businesses: among them, the powerful record company Deutsche Grammophon, in which a third of his profits depended on his recordings; an artistic agency that hired the best current performers; the company Telemondial, producer of films and music videos; the American Columbia Artist Management INC; and the Salzburg Easter and Whitsun Festivals, which he himself directed. Although after his death the quality of his legacy has been questioned by some critics, the truth is that Von Karajan is, in his own right, one of the greatest conductors of the 20th century.


Herbert von Karajan
Bundesarchiv Bild 183-S47421, Herbert von Karajan.jpg
Herbert von Karajan en 1938
Información personal
Nombre de nacimientoHeribert Ritter von Karajan
NacimientoSalzburgoBandera de Imperio austrohúngaro Imperio austrohúngaro,
5 de abril de 1908
Salzburgo (Imperio austrohúngaro) Ver y modificar los datos en Wikidata
FallecimientoAnifBandera de Austria Austria,
16 de julio de 1989 (81 años)
Anif (Austria) Ver y modificar los datos en Wikidata
Causa de la muerteInfarto agudo de miocardio Ver y modificar los datos en Wikidata
SepulturaSalzburgo Ver y modificar los datos en Wikidata
NacionalidadAustriaca
Partido políticoPartido Nacionalsocialista Obrero Alemán (1933-1945) Ver y modificar los datos en Wikidata
Familia
PadresMartha Kosmac
Ernst von Karajan
CónyugeElmy Holgerloef
Anita Gutermann
Eliette Mouret
HijosIsabel von KarajanArabel von Karajan
Educación
Educado en
Información profesional
OcupaciónDirector de orquesta
Cargos ocupados
Años activodesde 1929
AlumnosAnne-Sophie Mutter Ver y modificar los datos en Wikidata
GéneroMúsica clásica Ver y modificar los datos en Wikidata
InstrumentoPiano Ver y modificar los datos en Wikidata
DiscográficasDeutsche GrammophonEMIDecca
Miembro deOrquesta Filarmónica de Berlín Ver y modificar los datos en Wikidata
FirmaHerbert von Karajan signature.JPG
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Julio Ríos, escritor y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor, asesor de seguros y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).


Herbert Von Karajan 1908 - 1989