CARNAVAL EN TIEMPO DE PANDEMIA
COVID – 19
EL PEPINO
Emigraron desde Francia sus atuendos, pero en la ciudad de La Paz los nacionalizaron, los perfeccionaron, los acomodaron. Una máscara sarcástica de mirada burlona, de ojos calculados con geometría; boca de labios gruesos, lista para gritar con alegría; orejas grandes para escuchar el sonido de la algarabía, y un cuerpo de cuatro figuras, dos cuadradas y otras dos alargadas, perfeccionaron su físico.
Por lo estirado —cual si fuera un chorizo o un alimento que completa las ensaladas—, recibió el nombre de Pepino. Su madre fue una trabajadora de costuras y su padre un payaso de nombre Pierrot, nacido en París.
Hoy, a consecuencia del pandemia que tiene vigente a la Covid,19, no llegó a La Paz, por las medidas de bioseguridad y prohibición de las autoridades para no sumar infecciones. Su misión era hacer de la alegría un himno exagerado, acompado de coreografías sin límite. Caminar, correr, saltar, revolcarse y molestar a todo transeúnte que recibía un seco y nada contundente golpe, cual caricia de leopardo, de mano de su “matasuegra” bicolor, era su principal cometido. Una especie de cachiporra de cartón bordada de colores chillones, era el instrumento de batalla, con la que el Pepino jugabaa, fastidiaba, entretenía, reía y también lloraba.
Los niños lo perseguían, las señoras le huían, las chicas lo mojaban con globos de agua, los jóvenes lo inundaban vaciándole uno, dos, tres, cuatro baldes. Las avenidas Camacho y 16 de Julio se llenaban de comparsas, sumándose grupos que llegaban a más de mil pepinos.
Detrás de la máscara del Pepino asomaba un ser humano que podía ser una mujer o podía ser un hombre. Podía estar feliz, podía estar triste, aun si el carnaval los llamaba sólo a divertirse, a alegrarse o a moverse con entusiasmo desbordado. Así, cual polícromo envuelto de serpentina, este personaje eminentemente paceño olvidaba amarguras, vicisitudes y problemas. Miraba con ojos picarescos pero renovados, sin que se atufen o se cieguen por la angustia de existir.
Unas cervezas le daban valor, aunque a veces este aperitivo carnavalesco se consumía desmedido. Entonces el Pepino perdía el sentido de la conciencia y terminaba tirado en la calle, o en la comisaría, o muerto.
¿Podía tan curioso protagonista anónimo detrás de la careta encontrarse sobrio acaso? ¿Podía concentrarse en el ánimo que entraña el carnaval sin estar chispeado? No. Imposible, porque la metamorfosis de ser humano a Pepino lo convertía en un saltimbanqui audaz y zalamero. No medía consecuencias, mas controlaba sus pasiones, y todo era broma, todo era jolgorio, todo aparecía enmarcado en el espíritu de su sonrisa que brillaba en su careta. Príncipe, sin duda de la burla hacia cuanta persona se cruza con su presencia. Seriedad no es una palabra que afinaba para la circunstancia.
Ya al caer la noche, la nostalgia que cubría su careta poco a poco se apagaba como un foco que difuminaba la luz del carnaval.
Y el recuerdo de un grupo de niños que a viva voz festejaba: ¡Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo! ¡Sin calzón! surgía como inferencia de la fiesta carnavalesca de la ciudad de La Paz.
Julio Ríos
Emigró desde Francia, pero en la ciudad de La Paz lo nacionalizaron. Tiene una máscara sarcástica de mirada burlona, de ojos geométricos, boca de labios gruesos, orejas grandes y cuerpo alargado.
Por lo estirado, cual si fuera un chorizo o un alimento para ensaladas, se lo llamó Pepino. Su madre fue una costurera paceña y su padre un Pierrot, nacido en París.
Aparece en el carnaval. Hace de la alegría un himno. Camina, corre, salta, de la mano de su “matasuegra” bicolor de cartón bordada de colores chillones con la que juega, fastidia, entretiene, ríe.
Detrás de su máscara asoma un ser humano. Feliz o triste, el carnaval lo llama sólo a divertirse. Cual policromo envuelto de serpentina, olvida amarguras y vicisitudes. Mira con ojos renovados, sin que se cieguen por la angustia de existir.
Metamorfosis de ser humano a Pepino, es un saltimbanqui audaz y zalamero. No mide consecuencias, no controla sus pasiones. Todo es broma, jolgorio y sonrisa que brilla en su careta.
By Julio Ríos
SUMMARY OF THE STORY ON FACEBOOK
BEAUTIFUL MODELS IN VERY LOW-CUT
OUTFITS USED TO WEAR
WITH BARE SKIN UNDERNEATH SURROUND
THE CARNIVAL CHARACTER.
He emigrated from France, but was naturalised in the city of La Paz. He
has a sarcastic mask with a mocking look, geometric eyes, a mouth with thick
lips, big ears and an elongated body.
He was called Pepino because he was so stretched, as if he were a sausage or a
salad food. His mother was a seamstress from La Paz and his father a Pierrot,
born in Paris.
He appears at the carnival. He makes a hymn out of joy. He walks, runs, jumps,
hand in hand with his two-coloured cardboard "matasuegra" embroidered
with bright colours with which he plays, teases, entertains, laughs.
Behind his mask, a human being is visible. Happy or sad, the carnival calls him
only to have fun. Like a polychrome wrapped in serpentine, he forgets
bitterness and vicissitudes. It looks with renewed eyes, without being blinded
by the anguish of existing.
Metamorphosis from human being to Pepino, he is an audacious and zalamero
jumper. He does not measure consequences, he does not control his passions.
Everything is a joke, revelry and a smile that shines through his mask.
Julio Ríos, escritor y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor, asesor de seguros y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).