lunes, 8 de febrero de 2021

EL BARBIJO V


MIRADA EN CUARENTENA

COVID – 19 

 

EL BARBIJO


ÍCONO CULTURAL

 

EL NUEVO ROSTRO DE LA MUJER

Se convirtió, después de diez meses de su irrupción, en un ícono cultural. Los hay de los diseños, materiales y precios más variados. Y también hay detractores del barbijo. Como sea, se ha vuelto parte de nuestra cotidianeidad: forma parte de muchas anécdotas y presencia en las redes sociales.

El 8 de marzo del año pasado (2020), poco antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara que el COVID-19 era una pandemia global, Florencia Tellado —una diseñadora de sombreros y vestuarista de publicidad— se sorprendió al ver a su asistente cubriéndose la boca y la nariz con un barbijo en una motorhome abarrotada de actores.

Cinco días antes, el 3 de marzo del 2020, se había confirmado el primer caso de coronavirus en Bolivia, y a fines de febrero ya se habían agotado los barbijos en el 70 por ciento de las farmacias de las ciudades de Bolivia, especialmente, La Paz, Santa Cruz y Cochabama.   

Era un tiempo extraño, de imágenes televisivas llegadas desde muy lejos donde había gente con una mirada aterrada que saltaba por arriba de sus tapabocas, un tiempo de inminencias sin certezas.

Aunque un barbijo de tela puede no detener al coronavirus, sí atrapa las gotitas de saliva que se liberan cuando una persona (la persona que lo usa) habla, tose o estornuda. Y el virus viaja en esa saliva.

Como se dijo tantas veces este año, si alguien que tiene COVID-19 usa su máscara, la probabilidad de contagiar a otro se reduce a 5%. Si el otro también está portando un barbijo, a 1,5%. Y, si además de eso, ambas personas están a un metro de distancia, o más, la chance de contagio es nula.

Diseñadores del exterior, como Tellado creó primero un barbijo blanco con lentejuelas rematado en un gran moño superior, lo fotografió y lo subió a Instagram. Hasta hoy, esa foto tiene 889 likes (una cifra que las tres publicaciones contiguas no superan). Con la cuarentena instalada, mudó su taller a su casa en Palermo, Argentina.  Fue justo cuando, a mediados de abril, el uso de barbijo se volvía obligatorio en toda Bolivia.

Desde entonces ella diseñó barbijos negros con moños dorados; barbijos con protección ocular rosa; sombreros de tweed de lana, forrados en satén, con presilla de cuero acharolado y visor de acetato desmontable; barbijos con decoración de manos de plástico; barbijos negros con turbante; y muchos otros barbijos que combinan la alta costura con la audacia del nuevo diseño pandémico.

En los meses más duros de la cuarentena, mientras la prensa local la descubría (cuando la primera dama Fabiola Yáñez usó uno de sus barbijos el 25 de mayo y cuando Natalia Oreiro usó otro en Cantando 2020) y hasta Vogue de Italia la presentaba, Tellado se levantaba a trabajar a las 5:30 de la madrugada (su marido y su hija de 2 años aún dormían) y hacía varios barbijos a la vez:  







—¿Quién lo hubiera dicho hace un año? Hay barbijos descartables celestes de polipropileno; lavables de neoprene con válvula y clip nasal; hay barbijos de dos capas con bolsillo, 100 por ciento algodón; personalizados para empresas y marcas, con sus logos; de policloruro de vinilo o de PET transparente con cordón elástico. Hay barbijos que son máquinas electrónicas: en agosto, LG presentó en Seúl el suyo (nombre comercial: Puricare Wearable Air Purifier) que en realidad es un purificador de aire portátil con dos ventiladores y un sensor que detecta el ciclo y el volumen de la respiración, y ajusta la velocidad de los ventiladores para respirar mejor. Hay barbijos de silicona transparente de grado médico, que no se empañan y que, con la boca y la nariz visibles, permiten desbloquear celulares: cuestan 126 dólares.

También hay barbijos autosanitizantes producidos con nanotecnología para matar a los virus, hongos y bacterias que caen en su tela.  Su tela de algodón poliéster está tratada con antivirales, bactericidas y fungicidas: mata todo, incluido el SARS-CoV-2. En cinco minutos.

La historia empieza poco antes de que el aislamiento obligatorio fuera decretado: algunos químicos y físicos universitarios se enteran de que a los médicos les faltan elementos de protección personal y deciden estudiar el tema y escribir algunas ideas basadas en las posibilidades de los laboratorios y de los institutos donde trabajan. Después los contacta esa empresa textil que fabrica barbijos: quiere estudiar la posibilidad de rociar una tela de algodón con agentes antimicrobianos.

La capa de tela externa es tratada con iones de cobre —que son los que dan la acción antiviral—, compuestos fungicidas, bactericidas y polímeros. Y sobre esa tela externa se aplica una tercera capa semipermeable que hace más lento el proceso de absorción de las gotitas en las que se transportan las partículas virales. Así, los iones de cobre y los componentes antimicrobianos tienen más tiempo para accionar.

El barbijo se vende bajo la marca de Atom Protect. A pesar de su estampado (burocrático y sin imaginación estética) y de sus colores (aburridamente sobrios), es un éxito.

En el universo de los barbijos, que ha hecho su big-bang expansivo, además hay mascarillas N95: la “N” significa que no filtra aceites; el “95”, que filtra el 95 por ciento de las partículas aéreas de hasta 0,3 micrones (un micrón equivale a la milésima parte de un milímetro; eso no siempre es suficiente ante el tamaño de una partícula de coronavirus, que puede ser de 0,1 micrones). Estas mascarillas rígidas de cartón, que adquirieron cierto prestigio entre el personal de salud durante la pandemia, fueron inventadas en 1992 por el profesor de origen taiwanés Peter Tsai, quien ahora volvió desde su jubilación e improvisó un laboratorio en su casa en Knoxville, Tennessee (Estados Unidos), para investigar cómo esterilizar y reutilizar la N95 para la gente que en los hospitales lucha contra el coronavirus.








Tsai trabajó quince horas al día con sus mascarillas: las hirvió, las coció al vapor, las puso en un horno, las dejó al sol. Y llegó a un resultado: hay que calentarlas a 71 grados durante una hora. O hay otro método: dejar que el coronavirus muera naturalmente al dejar a la máscara intacta durante siete días, porque si el virus no encuentra un anfitrión se vuelve inactivo en la superficie de la mascarilla. Mientras tanto 3M, el fabricante de las N95 originales, duplicó (desde Estados Unidos, Asia y Europa) la producción global de N95 a 1.100 millones por año, prometió llegar a 2 mil millones en 2021 y lanzó un comunicado en medio de la crisis denunciando productos falsificados.

Por último, hay barbijos hechos en casa con retazos de tela. Sin ninguna ciencia, sin ninguna mística, sin ninguna marca. Son la gran mayoría de los que están deteniendo al virus cada día.

Es un mundo de barbijos y está repleto en las redes sociales. Por extraño que parezca, algunos odian los barbijos como se puede odiar una insignia, un símbolo, una bandera enemiga. El 5 de septiembre —cuando se registraban unos 10.000 casos diarios en la Argentina—, un grupo de personas se reunió en el Obelisco para quemar barbijos en una latita. Su performance llegó a ser trending topic en Twitter

En Estados Unidos, las quemas de barbijos son repetidas y, por lo general, los protagonistas llevan pancartas de Donald Trump: en junio se planteó en Carolina del Norte un desafío con ánimos de viralización que proponía grabar un video del fuego y subirlo a las redes; el 24 de octubre un grupo de personas se reunió a incendiar tapabocas en Palm Beach, Florida, quejándose de la “tiranía médica” y poniendo como música de fondo “We’re Not Gonna Take It”, el hit de Twisted Sister; el 21 de noviembre fue en San Clemente, California, en la playa; el 15 de diciembre la escena se repitió en Fort Lauderdale, también Florida.

Trump, que nunca quiso llevar un barbijo, recién usó uno en público en julio (a tres meses de que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades los recomendaran); y luego tweeteó, con cinismo: “Estamos unidos en nuestro esfuerzo por derrotar al invisible virus chino, y mucha gente dice que es patriótico usar una mascarilla cuando no se puede tomar distancia social. ¡No hay nadie más patriota que yo, tu presidente favorito!”.

En octubre, cuando el presidente se contagió y aun así no se puso un barbijo, el Washington Post lo criticó: “Entre los líderes mundiales, el presidente Trump está cada vez más aislado en el tema de las máscaras faciales”. Y como el barbijo terminó por volverse un tema político, Joe Biden acaba de pedir 100 días de uso masivo para bajar las dramáticas estadísticas estadounidenses.

Otro país, historia similar: en Brasil, un juez federal ordenó al presidente Jair Bolsonaro usar un barbijo en público. Fue el 23 de junio. “El presidente tiene la obligación constitucional de observar las leyes vigentes y de promover el bien general de la población, lo cual implica adoptar las medidas necesarias para proteger los derechos sanitarios y ambientales de los ciudadanos”, se lee en el fallo. Bolsonaro no lo acató. En julio se contagió. En agosto dijo: “La efectividad del barbijo es casi nula”.

Algunos presidentes a lo largo del mundo han tomado decisiones un poco raras respecto del barbijo. No les enseñaron nada sobre tapabocas en la escuela de poder y tuvieron que improvisar. En México, Andrés Manuel López Obrador desestimó su uso, justificándose en una política antiautoritaria: “Todos son libres”, dijo. “Quien quiera usar una mascarilla y sentirse más seguro puede hacerlo”. Por su parte, el presidente chileno Sebastián Piñera deberá pagar una multa de 2.000 dólares por no llevar barbijo. Luego de haber paseado por la playa de Zapallar a cara descubierta y de haberse tomado fotos con la gente —y luego del escándalo que siguió—, Piñera terminó admitiendo su error y denunciándose a sí mismo. En Bolivia el ex Presidente Evo Morales enfermó en Enero de 2021 del Covid. Hoy se recuepra.

En África, el presidente de Malawi, Lazarus Chakwera, visitó a su par de Tanzania y el encuentro fue a cara limpia. “La razón por la que no me lo puse”, explicó después, “fue para demostrar mi confianza en mi par [de Tanzania], el presidente [John] Magufuli. Y una de las formas de probar confianza el uno en el otro es ponerse en una situación de riesgo para demostrar que hay confianza en que el amigo protegerá”.

Quizás algunas de esas posiciones erráticas de los poderosos se deban a la propia incerteza que la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostró en los primeros meses respecto a los barbijos. En un comunicado de enero se lee: “Cuando no está indicada, la utilización de mascarillas médicas da lugar a gastos innecesarios, obliga adquirir material y crea una falsa sensación de seguridad que puede hacer que se descuiden otras medidas esenciales, como la higiene de las manos. Además, si no se utiliza correctamente, la mascarilla no reduce el riesgo de transmisión”.

Pero en junio, el director general del organismo, Tedros Adhanom Ghebreyesus, recomendó a los gobiernos que “deberían alentar al público en general a usar máscaras donde hay una transmisión generalizada” y donde “es difícil el distanciamiento físico, como en el transporte público, en tiendas o en otros entornos confinados o abarrotados”.

 Estos son los consejos de la OMS sobre lo que no hay que hacer: No usar mascarillas que quedan sueltas o están dañadas. No ponerse el barbijo por debajo de la nariz. No quitare el barbijo cuando se esté con personas a menos de un metro de distancia.

Nunca utilizar barbijos sucios o mojados. No compartir barbijos con otras personas. Y lo que sí: Lavarse las manos antes de tocar el barbijo. Comprobar que el barbijo no esté mojado, roto o sucio.

Ajustar el barbijo a la cara de modo que no queden espacios abiertos a los costados. Evitar tocar el barbijo cuando se lo esté utilizando. Lavarse las manos antes de quitarse el barbijo. Quitarse el barbijo siempre por las tiras que ajustan contra las orejas. 










 


 

Julio Ríos

En medio de un panorama francamente desolador, con un mundo que soporta sin clemencia la fuerza del Covid, son las redes sociales las que nos sacan una sonrisa o una expresión que entrevera admiración al advertir rostros de ojos bellísimos cubiertos en la nariz y boca por el inevitable barbijo, tapabocas o máscara.

La foto que ilustra esta crónica, permite aprecia a la bellísima artista y modelo Emily Ratajkowski, que presume su figura con bodysuit transparente, usado con piel desnuda debajo. La blusa traslucida asoma el brasier o sostén que a través de la transparencia hace que se aprecie el sujetador en una elegante combinación de camisa, barbijo y corpiño.

Además de dirigir Inamorata, una compañía especializada en lencería, ropa casual y bañadores femeninos, Emily Ratajkowski también es la imagen principal. Promociona el lanzamiento de cada colección y esta vez no fue la excepción.

La supermodelo de 29 años se dirigió a Instagram para modelar los nuevos conjuntos de ropa interior, confeccionados con material transparente, que se ajustaron a su afilada figura, entre ellos un atrevido bodysuit negro.

Para la creación de la campaña, Emrata vistió un body de malla negra con bordado de lunares y unido con finos lazos. Incluyó un escote profundo en V y cuello estilo halter.

Emily, alcanzó la fama mundial luego de aparecer en topless en el video musical Blurred Lines de Robin Thicke. Desde entonces se ha convertido en una top model con un salario valorado en 6 millones de dólares.

¡Qué época la que vivimos! La elegancia cifró su metamorfosis de ropa a barbijo. El hombre dejó de usar corbata, y si usa un traje, lo luce con una camisa sport abierta. No se justifica hacer evidente aquello de “como ven te tratan”, porque hoy en día está reducido a lo mínimo el trabajo en oficina, especialmente en las grandes empresas.

Los bancos, por ejemplo, que sólo trabajan al público en su sección de caja, se visten con medidas de bioseguridad y usan ropa diseñada para la pandemia, además de protectores de acrílico que cubren todo el rostro.

El natural y coqueto rostro de personas en las redes sociales, es de un 95 por ciento femenino. Son mujeres que quieren ayudar a vencer el pánico y la tristeza que desolada nos lleva a un deprimente encierro y son ellas quien nos alegran luciendo tapabocas de diferente diseño; algunos muy elegantes y atractivos, cuando no bellos. Ojos expresivos se llenan de belleza mientras el barbijo los adorna de elegancia.

Se ven combinaciones con tops, transparencias, escotes y ropa que se luce con piel desnuda debajo una determinada prenda. En lugares cálidos y tropicales, asoman presencias que usan el barbijo combinándolo con su bikini. Una forma, sin duda, de poder sobrellevar esta vida que hoy en contra de la misma existencia, nos permite distraer nuestra vista y mirar con ojos nuevos a quienes nos dan un halo de consuelo en las redes sociales.

El barbijo, se convirtió, después de diez meses de su irrupción, en un ícono cultural. Los hay de los diseños, materiales y precios más variados. Y también hay detractores del barbijo. Como sea, se ha vuelto parte de nuestra cotidianeidad: forma parte de muchas anécdotas y presencia en las redes sociales.

 

By Julio Ríos

EMILY'S NAKED BODY UNDER THE TRANSPARENT BLOUSE AND VERY LOW COMBINED WITH THE BRA AND THE MASK

In the midst of a frankly desolate panorama, with a world that mercilessly endures the force of the Covid, it is the social networks that bring a smile or an expression of admiration when we see faces with beautiful eyes covered at the nose and mouth by the inevitable mask or mask.

The photo illustrating this chronicle shows the beautiful artist and model Emily Ratajkowski, who shows off her figure in a transparent bodysuit, worn with bare skin underneath. The translucent blouse shows the bra that through the transparency makes the bra visible in an elegant combination of shirt, chinstrap and bra.

In addition to running Inamorata, a company specializing in lingerie, casual wear and women's swimwear, Emily Ratajkowski is also the main image. She promotes the launch of each collection and this time was no exception.

The 29-year-old supermodel took to Instagram to model the new lingerie sets, made from sheer material, which were tailored to her tapered figure, including a daring black bodysuit.

To create the campaign, Emrata wore a black mesh bodysuit with polka dot embroidery and attached with thin bows. It included a deep V-neckline and halter neckline.

Emily, rose to worldwide fame after appearing topless in Robin Thicke's Blurred Lines music video. She has since become a top model with a salary valued at $6 million.

What an era we live in! Elegance encrypted her metamorphosis from clothes to chinstrap. Men stopped wearing a tie, and if they wear a suit, they wear it with an open sport shirt. There is no justification for making it obvious that "as you are treated as you see you are treated", because nowadays office work is reduced to a minimum, especially in large companies.

Banks, for example, which only work with the public in their cashier section, dress with biosecurity measures and wear clothes designed for the pandemic, in addition to acrylic protectors that cover the entire face.

The natural, flirtatious faces of people on social media are 95 percent female. They are women who want to help overcome the panic and sadness that leads us to a desolate and depressing confinement and they are the ones who cheer us up by wearing masks of different designs; some of them very elegant and attractive, if not beautiful. Expressive eyes are filled with beauty while the chinstrap adorns them with elegance.

Combinations are seen with tops, transparencies, necklines and clothes that show off bare skin under a certain garment. In warm and tropical places, there are people who wear the chinstrap combined with their bikini. A way, undoubtedly, to cope with this life that today against the same existence, allows us to distract our eyes and look with new eyes to those who give us a halo of comfort in social networks.

The chinstrap has become, after ten months of its irruption, a cultural icon. There are those of the most varied designs, materials and prices. And there are also detractors of the chinstrap. Anyway, it has become part of our everyday life: it is part of many anecdotes and presence in social networks.












Julio Ríos, escritor y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor, asesor de seguros y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).