Por Julio
Ríos Calderón
LETRA SIETE
(Literatura y Arte), 6 de diciembre de 2020
Sin duda que el
escritor Andrés Canedo es uno de los protagonistas del gran movimiento
renovador de las letras bolivianas que durante los últimos años, desde Pasaje a
la nostalgia, hasta la novela que nos ocupa, ha hecho derivar el centro de
gravitación de la literatura en castellano hasta la orilla oriental de Santa
Cruz de la Sierra.
Territorio de signos
ofrece un segmento temporalmente continuo y suficientemente representativo de
su obra narrativa. Aunque la novela es un género privilegiado en nuestro país
desde la época “modernista”, la de Canedo constituye un dominio, propio, una
región aparte y regida por leyes de una extraordinaria economía poética.
Territorio de signos
muestra la capacidad de variación temática y expresiva del escritor boliviano,
a la vez que la persistencia de sus propósitos y obsesiones, como el teatro,
conocido también como el escenario de “las tablas” –ahí alude a las tarimas de
madera que tradicionalmente han sido utilizadas como escenarios sobre los que
representar obras de teatro o llevar a cabo actuaciones artísticas–, donde
Carlos, el personaje central de la obra, se sumerge en un sutil erotismo
rociado de símbolos que permite asomar la reminiscencia del cuerpo y de los
sentidos, en una exploración paralela del sentimiento amoroso y la exaltación
en el arte del teatro que ofrece la reelaboración de las antiguas experiencias
de Canedo, hoy transmutadas en letras mágicas.
Cuando Canedo expresa
“ver es conocer, conocer es tocar, sentir, saborear, oir”, hace evidente que la
cotidianeidad no es convencional. Busca un cambio profundo del corazón y del
alma. Cuando esta novela alcanza un clima de iniciación a una nueva vida, los
principios a los que se refiere cambian la vida de Carlos “el protagonista de
Territorio de Signos”, en un proceso lento, pero cimentado profundamente, en
las verdades universales de la vida.
Carlos saluda cada
día con amor en su corazón, es el comienzo, y esta es la actitud y cualidad
para dar energía a su existir. Elimina el odio, que es fundamental y medular en
sus sentimientos. Carlos elogia a sus semejantes, y aunque no es sencillo sí es
posible. Carlos da amor en todo lo que hace y a todas las personas con quien se
encuentra; ese es su secreto. Buscar lo mejor para los demás sinceramente, es
para Carlos tener conciencia receptiva y abierta a los cinco sentidos. Carlos
usa la vista para ver la belleza de la vida, para ver el interior de las
personas. No la usa para criticar maliciosamente cómo se ven los demás, o para
juzgar a las personas, sólo por sus apariencias. Carlos usa el oído para
escuchar al prójimo, y poder ofrecerle una palabra de aliento, para escuchar
los sonidos agradables que ayudan a olvidar las dificultades y edifican su
interior. No la usa como un arma, o para escuchar cuando se habla mal de los
demás. Usa el olfato para percibir el olor de las flores, del perfume del amor.
No lo impregna con los malos olores del odio, el egoísmo, la traición. Carlos
usa el tacto para tocar con la fe y sobre todo dejarse tocar por su presencia,
su mirada, su palabra y su aroma de servir al deseo de su compañera.
Pero Carlos, usa sin
vacilación el gusto para saber que su amada, tenga la recepción encantada de la
inmediata caricia de un beso.
Son estos los cinco
sentidos que Carlos domina cuando ve a su amor, cuando ella lo ve, cuando la
oye, cuando toca su mano lo hace con avidez, él así la toca y cuando Carlos
suspira, ella suspira.
Tiene la fuerza para
dar un paso más. Sabe que la existencia es el milagro más grande de la
naturaleza. El es único. No esconde lo que lo hace diferente. Existe un
propósito en Carlos para su vida.
Nunca pierde un
minuto de su vida limitada. Se enfoca en el hoy, no en lo que pasó ayer o
sucederá mañana. Sabe que las experiencias de hoy no se repetirán jamás. El hoy
es lo que tiene y lo atesora. Carlos es dueño de sus emociones. Su ánimo
determina sus días. Subyuga sus emociones y las somete a sus días. Nunca deja
que su pensamiento lo mueva de felicidad a tristeza. Hace que sus acciones
dominen a sus pensamientos.
Así, Carlos se ríe
del mundo. Nunca lo toma tan es serio. Entiende que sus problemas actuales
acabarán algún día, sin importar lo grandes que sean hoy. Demuestra en “esas
tablas” que cuando se aprende a reir de la vida, la felicidad y el éxito es
suyo. Multiplica su valor a un cien por ciento. Su potencial es ilimitado y
también las oportunidades que la vida le presenta. Es la pequeña semilla que lo
convierte en árbol y el da el fruto ilimitado.
Carlos es un Adán
absorto que comió del árbol del bien y del mal sin saber que era pecado. Se
nutre físicamente, mentalmente y emocionalmente para mantenerse fuerte y
resistente. Coloca metas nobles para hoy, mañana y para cada intervalo de
tiempo en su vida.
¿Qué dechados de amor
Carlos revela en las tarimas del teatro? La actuación habla de emociones,
representan la pasión. Pero, ¿qué formas de amor son suficientemente glamorosas
para su teatro? La actuación es otra vez una forma de comunicación en la que él
vive las emociones fuertes. Partiendo de aquí no es de extrañar que la pasión
sea uno de sus sentimientos favoritos. El amor a primera vista, el aquí te
pillo aquí te mato o los amores de verano. Solo le hace falta repasar las
cruzadas de sus contrastes y ser fiel a ellos. Ser fiel a su destino cotidiano.
La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso Carlos, canta,
ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida antes que el
telón baje y la obra termine sin aplausos.
En esta realidad la
novela narra las posibilidades que obsequia el teatro, como si la vida fuese
este arte que muestras las posibilidades expresivas de la estética de la
inteligencia, imitable fusión de mentalidad matemática, profundidad metafísica
y captación poética del mundo.
Carlos, parafraseando
a Canedo, está ahí a su lado y sabe que son sus ojos los que le alumbran el día
mezclándose con esos rayos de luz que se cuelan entre las hojas, agitadas por la
brisa. Entiende que las avalanchas filtrándose a través de los cuchillos verdes
de las palmeras se insertan como saetas en el cerebro y provienen del sol, pero
sintiendo que el resplandor que escapa desde sus párpados por donde su propia
luz emigra, es el que le hiere el corazón, el espíritu, el origen de los
sueños. Así, atravesando de pronto por tanda luz, en que se comprende que el
fulgor de agujas evanescentes es el que proviene del cielo azul de Santa Cruz y
que lo que a él le ilumina y le conmueve, viene desde su mirada.
Si la novela revela
que Carlos vive el tiempo de amor y de pesadillas, concluye el itinerario de
cada día en el tiempo de él y ella. “Suena la bocina del taxi. Ella lo abraza y
vuelven a besarse, al separase él advierte que una lágrima corre por la mejilla
de ella. No dicen más nada. Ella sube y el taxi arranca, mientras le hace un
gesto de adiós con la mano, que él corresponde. El mira el vehículo alejarse.
Los ojos se le cierran un instante. Un gemido que se impone a su voluntad, le
toma la garganta. El día ya muestra su esplendor. Él vuelve a entrar, camina
lentamente, un poco encorvado, y dentro del torbellino que hay en su mente, del
repentino desasosiego que lo asalta, se oye diciendo: Parece que después de
tanto calor, hoy tendremos un día fresco”.
Territorio de signos,
como antesala a la pandemia, es como el amor antes de los tiempos de la
Covid-19; es un libro que hay que saber abordar, el lenguaje complejo y el
ritmo descriptivo de la historia pueden entorpecer el disfrute de ésta, pero si
se encuentra la forma adecuada de empezarlo, es una historia en la que el
verdadero protagonista es el amor que no conoce la palabra tiempo.
JULIO RÍOS, ES ESCRITOR Y CONSULTOR