EL SOLSTICIO DE
INVIERNO
ESCRIBE
JULIO RÍOS
EN EL CENIT
DEL DÍA
UN
DERRUMBE SE ESCUCHA SILENCIOSO
21 de junio. En el
cenit de día un derrumbe se escucha silencioso: es el ínfimo estruendo de la
nube que quiebra su lograda figura para ser de sí misma sólo un eco en lo alto.
Todo está en su solsticio, en su plena apariencia mientras el sol lo abrasa. Y
a la herida del hombre su latido le presta el frágil corazón de la que cree su
hora en la fiesta del tiempo.
Todo vive
muriendo y, sin embargo, qué arraigado saberse cierto y hondo en la misma raíz
del desarraigo, qué morada a cubierto en la brusca intemperie. El sol se sitúa frente al Trópico de
Cáncer y se detiene de forma aparente. El planeta está más alejado del astro.
La luz vive su
fase más corta, y la noche es la más prolongada del año. Es
la entrada a la oscuridad invernal, como la de un largo túnel, que aparenta
muerte y penumbra absoluta, es la espera de la vida y de la luminosidad. La
tierra aparentemente inerte, ha guardado en su seno eterno la semilla, la raíz,
el tallo que levantará su germen de vida alborozada, cuando los rayos del sol
con su tibieza vivificante indiquen que todo comienza de nuevo, en un incesante
morir y nacer.
La Naturaleza se
manifiesta, se celebra el Solsticio de Invierno. La posición del Sol
respecto de la Tierra, se encuentra a la mayor distancia angular negativa del
ecuador celeste. Al alejarse el Sol para prodigar sus fecundas radiaciones, los
campos pierden su manto de esmeralda al detener la circulación de la savia que
las nutre y la tristeza tiende por todas partes su cendal grisáceo.
Pero el invierno no es muerte, ni descanso, es el bullir sordo de
expresivas actividades y de bella preparación. Al celebrar el Solsticio,
abarcamos a la naturaleza positiva, enseñándonos, invitándonos a que veamos sus
misterios que aún mantiene y que el ser humano lentamente va desentrañando.
Oh, girasol
vidente, oh semilla amarilla, tu nombre cabe en una sílaba. Oh, padre de las
mitologías, el sueño de tu luz produce formas. Si el ojo no fuera solar, ¿cómo
podríamos ver la luz? Si la luz no fuera maestra del color, ¿cómo podríamos
pintar sus ojos?
En la gran
pirámide de Giza el Sol se levanta cada día, y en el Oriente de los ojos de la
noche se pone cada mañana. El Sol no se pone en el horizonte, el Sol no conoce
la noche, el que oscurece es el ojo. No necesitamos ir a ver las glorias del
Sol en los campos de la tarde, porque el Sol de las mitologías es el ojo de
Dios que todo lo ve.
El Sol es
infinito: sólo podemos pintarlo con palabras. Cuando el Sol habla, todas las
criaturas callan. El Sol es un Ser; el Sol es luz presente. La sonrisa infinita
de la luz es el universo. El Sol no tiene historia, el Sol vive en la eternidad
del momento.
La historia de
la luz es una arqueología de los ojos. La luz inteligente viene del Sol y con
la temperatura exacta. Una figura que proyecta sombra, es una silueta
insustancial que nos sigue por la calle. La sombra es un esplendor en la
espalda y una mancha en el suelo.
La energía que
representa la polaridad de la tierra impregna los momentos de la siembra y de
la cosecha: un extremo unido al polo sur y el otro extremo unido al polo norte.
Son dos momentos como los latidos de un corazón acelerado enredado en los
surcos de los campos.
Desde la
antigüedad, el ser humano ha compensado el tiempo de oscuridad creciente del solsticio
de invierno encendiendo fuegos y velas.
Para pasar del umbral de esta puerta, asoma un paso llamado esperanza. Necesitamos
silencio interior, paz, abstracción personal. Sembramos de nuevo en nosotros
mismos, y este grano debe convertirse en una acción que sea capaz de penetrar
en las mentes de los escépticos, de los desilusionados, de aquellos que no
creen en los principios.
Dios
perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca. ¡Que magna estética!
La naturaleza pareciera disponerse por encima de Dios. ¡Desgarrador panorama de
nuestros días, muertes por cientos! ¿Acaso es la Naturaleza capaz de
castigarnos de esa manera?
Hemos
extinguido especies, quemado bosques, y contaminado los mares; hemos arrasado
pueblos, hemos maltratado a los animales, y haciendo guerras por dinero, por
poder, por religión y por capricho, seguimos traficando con seres humanos,
esclavizando a niños de lugares que no queremos ver para sostener nuestras
comodidades cotidianas.
Vivimos
en la superficialidad absoluta, la opulencia, la amoralidad, la corrupción,
despegados de la realidad de las hambrunas, las situaciones de miseria y
pobreza extrema.
Sin
embargo, debemos entender este final no como el último de todos los mundos
posibles, sino de nuestro universo conocido. Los expertos saben que este tipo
de epidemias como el nuevo coronavirus pueden ser nuestro futuro: el cambio
climático, la propia autorregulación de las especies masificadas como la
nuestra, y el equilibrio natural son en definitiva nuestro devenir; moriría un
mundo, para dar lugar a otro.
Entendamos
que es probable que el mundo, como lo conocemos ahora, acabe para siempre:
sería el apocalipsis de la superficialidad, de la avaricia humana, de los
pecados de los poderosos y de la complacencia de las clases medias bajas.
Si
finalmente esto fuese así, debemos pensar qué mundo queremos que le suceda,
pues todo apunta, a una distopía huxleyana, donde hemos conseguido vencer la
enfermedad, sin haber aprendido nada en lo moral.
Imaginemos
un mundo de distanciamiento, de relaciones virtuales, de mascarillas, y de
látex, de sujetos alienados y obsesionados con que otro como él (humano) le
pueda contagiar algo, un mundo de salud y tecnología, pero sin amor, sin
“piel”.
Todas
las sociedades han pretendido evolucionar, el castigo natural viene cuando se
han traspasado los límites éticos: ahí deviene el apocalipsis: la irrupción de
Dios en la historia.
Todas
las sociedades pretenden rebajar sus dolores y sufrimientos a través de las
drogas y los conocimientos terapéuticos y es por eso que son analgésicas, el
problema surge cuando pretenden ser anestésicas: ahí deviene la distopía,
perfectos robotizados, secuestrados, obsesionados por nuestra propia asepsia a
cualquier precio.
Debemos
despertar, debemos entender este aviso, para corregir nuestra actuación como
individuos, como pueblo, como humanidad, como naturaleza.
Podríamos contemplar el hecho de que cada día de nuestra vida es, para la totalidad de nuestra existencia, como el viaje de la Tierra alrededor del Sol lo era para el Gran Año del Mundo de los antiguos: un eterno retorno.
Hoy, cuando llega el día más corto y con menos luz podemos aportar
nuestra pequeña luminaria como un fundamento.
Llevamos fosforescencia dentro de nosotros, en el cuerpo, en el corazón
y en la mente. Sobre todo, la iluminación de la mente nos permite comprender
los procesos de la naturaleza, penetrar en lo íntimo de las personas, y llegar
hasta el misterio refulgente de la verdad.
La noche más larga del año, representa la sepultura profunda y completa
del alma en la materia y la aridez de la vida. Representa también el tremendo
esfuerzo y lucha en nuestra vida interior para convertirnos en un santuario
apropiado para el alma.
llevemos frente al vacío, una luz. Frente a la enfermedad, la crisis y
el desequilibrio entre naturaleza y tecnología, frente al egoísmo: altruismo.
Nos hemos detenido, como el sol, para poder ver la cara del presente y
escuchar, pero también ¡para esparcir nuestra luz!
¡Mis hermanos! en esta hora solsticial dirijamos nuestra vista, allí,
arriba, a la bóveda celeste, muy cerca a la Constelación de la Cruz del Sur,
entre Centauro y Abeja, y contemplemos a Dios. Todo
pasará, y seremos más agradecidos, más solidarios, más empáticos, más humildes,
más justos, mejores personas y habremos aprendido.
Es la voz de
una fórmula perfecta, que representa en nosotros a nuestro propio ser divino: omnipresente,
omnipotente, omnisciente.
¡Escuchémoslo!
¿Seremos más agradecidos? ¿Seremos más tolerantes? ¿Haremos una reingeniería de
vida en tiempos de crisis? ¿O continuaremos siendo malvados, insensibles,
arbitrarios, materialistas, profanos
réplica de la mentira que avasalla a nuestro país? ¿Seguiremos maltratando a nuestros
hermanos que por la pandemia cayeron en desgracia y sólo viven en el más cruel
piso de la indiferencia. ¿Seguiremos siendo ambiciosos, autoritarios, atrevidos,
irrespetuosos?
Cavilemos en nuestras compasivas y virulentas obras; en el seno de nuestras
conciencias. Hagamos el balance del Bien y del Mal.
Hay un brillo del sol y otro de la luna; una del fuego y otro del agua.
Todos fueron dotados de luz por el Arquitecto del Mundo. Después seguiremos
teniendo un otoño lluvioso, pero ahora nos toca la recompensa del dulce sol.
Aprovechemos sus rayos, y como el cielo,
abramos nuestro pecho a la luz. Es nuestra vida. Es nuestro tiempo.
Julio Ríos Calderón, nació en LA PAZ BOLIVIA, el 12 de julio de 1956. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, estudió en las universidades Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, Sucre y Universidad Católica San Pablo de La Paz. Hizo un diplomado en investigación periodística en la Universidad de la Jolla, en San Diego California USA. Ha sido Presidente y Director General CEO de la revista especializada en turismo GBT. Ha ganado el PREMIO INTERNACIONAL DE PERIODISMO MARRIOTT GOLDEN CIRCLE AWARD. Como periodista ha visitado 50 ciudades en Latinoamérica, Centroamérica, Norteamérica y Europa. Es escritor, periodista, orador y crítico de arte. Es columnista del periódico PÁGINA SIETE de la ciudad de La Paz. Sus padres fueron Mario D. Ríos Gastelú, escritor y periodista, y Elva Calderón de Ríos, profesora de lenguaje. Tiene un hijo Juan-Cristóbal Ríos, cineasta: escribió la película boliviana QUIEN MATÓ A LA LLAMITA BLANCA. Por otra parte, hizo estudios de filosofía contemporánea. En la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), EL ALTO PARA TODOS (2017), Historia de ALCOS (2021), LA GENERACIÓN NINI en co-autoría con Alberto Liendo Romero (2023).
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NONA EN EL BOSQUE
DESPUÉS DEL SOLSTICIO
Alejada de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, asoma la propiedad en pleno boque de Nona Santalla, una mujer que vive de la naturaleza y ejerce prácticas esotéricas de gran valor para comprender la magia del Universo.
Transcurrido el Solsticio, vestida con una larga falda amarilla que la combina con un bustier rojo ajustado a través de su generosa anatomía desnuda por debajo, ella conversa con su amada tortuga.
El bosque silencioso permite advertir cuan imponente es la naturaleza, con sus árboles, plantas, flores, animales, el sol, la luna, las nubes, el frío, el calor. En su máximo esplendor, el bosque se alumbra con la presencia de NONA después de conmemorar el Nuevo Año Aymara.