AL PERIODISTA
EN SU DÍA
In memoriam
Mario D. Ríos Gastelú
Los periodistas bolivianos celebran, su día, el 10 de mayo. Testimonio al porvenir de una profesión sacrificada, que paga un precio muy alto por su celosa defensa de las libertades. Se lo hace desde hace más de 80 años, cuando el ExPresidente Germán Busch, resolvió consagrar la fecha a destacar a los trabajadores de la prensa.
Bolivia afronta las críticas de sus adversarios
con la severidad con que lo hicieron dictadores como Melgarejo, y otro, cuyo
nombre no es dable acordarse. Ni los comunicadores sociales, tampoco las
empresas periodísticas, están exentas de las presiones de quienes persiguen a
través del poder.
Pretenden actuar lejos de la mirada vigilante de
los escritores de noticias, y también de la sociedad. Esta realidad impone
preservar los elevados principios de la libre información, tan distante de la
tentación.
Hombres de la comunicación imparcial, enemigos
de la palabra miedo los hay, y perseveran en la responsabilidad sin tregua, que
enclavada asoma en su estirpe. Día de distinción, para los que
perdieron la vida, trabajando en tiempos de la Covid. Ellos pusieron en alto la
ofrenda de inmolar su existencia a cambio de mantener informado al país. ofrenda
Fortalecer la prensa nacional, constituye
verdadera caución para poner límites al abusivo brazo del poder. Son los
propios medios que, actuando en completa libertad, optan por mecanismos
autorreguladores y se organizan en defensa de una profesión. Trabajan en el
notable ejercicio del libérrimo día a día. El comunicador bizarro jamás se
transforma en caja de resonancia del poder, ni abdica su sentido crítico. No
olvida que la prensa se debe a las demandas plurales de la sociedad.
Por más de 19 años, Bolivia conoció una prensa
violentada por el poder. Se defendió inquebrantablemente contra quienes enlodaron
honras y alabaron al dictador y su entorno. Hoy perseverantes no son
condescienden con la muerte de la democracia.
Es relevante recordar aquel truculento 10 de
mayo de 1865, en que el tirano Mariano Melgarejo, mandó ejecutar al periodista
Cirilo Barragán por un artículo que molestó a su dictadura. Similares sucesos
preexisten en el vigente gobierno, salpicado de mentiras.
Pero firmes caminan los periodistas
escrupulosos, en el derecho a decir la verdad, aunque cause irritación al poder
y origine sus sórdidas represalias. Concibiéndolo así esgrimen al país y se
adiestran en la acción de la crítica, sustento de toda humanidad que quiera ser
grande, libre y justa.
Es frecuente la tentación de intimidar al
periodismo independiente, sospechoso por el hecho de presentar ambientes nada
gratos al poder. Y no por incurable afán opositor o espíritu denigratorio:
simplemente por obligación con la verdad, que exige desconfiar de fuentes
oficiales, contrastarlas con otras y profundizar en la realidad, sin recelo de
llamar a las cosas por su nombre.
El deber en la búsqueda de la verdad es un
imperativo. No perder la capacidad de asombro, de escucha, de pregunta, de duda
e irreverencia, hablar con todos los que hay que hablar, diversificar su
agenda, fiscalizar el poder político y otros estatuidos, mediar entre las
gentes, potenciar las voces diversas de las comunidades, profundizar e innovar
la presentación de hechos y situaciones, forman parte del largo listado de
recomendaciones que acompañan la reflexión sobre el quehacer del periodista.
Tarea nada fácil en un país permeado por una
crisis política. Lo que los periodistas desean va más allá de las simples
dádivas, necesitan respeto, ganado no sólo con su capacidad de trabajo e
independencia, también con la dignidad en las empresas, ante las catervas de
poder.
“Actualmente las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores” (Gabriel García Márquez).
JULIO RÍOS CALDERÓN es escritor y periodista