por: Julio Ríos Calderón
27 de
mayo de 2024
La madre asoma siempre fiel a sus ideales. Con su estandarte de paz y de
amor, nos guía y nos enseña constantemente, en especial a sus pares masculinos.
Difícilmente dejaremos de asombrarnos ante el misterio físico y espiritual más
grande de todos; ese grandioso milagro natural que contiene y protege a la vida
misma en sus propias entrañas, y que después, sin egoismo, sino como el acto
más puro de amor, se desprende de dicha vida que con tanto fervor cuidó en su
interior para permitir el nacimiento de un nuevo ser de la luz.
Jamás pierde de vista sus objetivos y los defiende a capa y espada, puñal o
lanza, arco y flecha, para vencer cualquier obstáculo; al mismo tiempo en que,
con ternura y gentileza, extiende con la otra mano sus lazos inagotables de
amor, fe y esperanza, para todos quienes la rodean.
El 27 de mayo, Día de la Madre, en testimonio a la labor guerrera de las
heroínas de la Coronilla en Cochabamba, retomamos la idea que nos retrotrae en
este preciso tiempo y espacio, para recordar que jamás debemos olvidar su
valiosa misión.
Dar gracias no basta. Somos herederos de una historia de enormes
condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil
el camino de la madre, despreciada en su dignidad, olvidada en sus
prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a la esclavitud.
Esto le ha impedido ser ella misma, y ha empobrecido a la humanidad entera de
auténticas riquezas espirituales.
El alma en todos nosotros, hombres y mujeres, es femenina y el espíritu en
nosotros es masculino. De modo que, si tienes un cuerpo masculino, eres 60%
masculino y 40% femenino. Si tienes un cuerpo femenino, eres 60% femenino y 40%
masculino.
Los grandes avatares de todas las eras han estado con nosotros. Han venido
para darnos el entendimiento del equilibrio de que las dos energías deben
manifestarse en nosotros. Nos esforzamos para obtener la manifestación de esta
igualdad compartida en la Tierra del hombre y la mujer.
Se debe establecer la reposición de la madre a su legítimo lugar. Pero
debemos recordar que el lugar que le corresponde a la mujer significa el
legítimo lugar del alma en todos nosotros: se debe liberar al alma misma.
Las madres hoy en día, imponen a que el alma de cada uno de los hijos,
esposos, entrevere el derecho de ser, ante todo, los discípulos de la palabra
viva, cumpliendo con el propio potencial femenino interno del ser.
Más allá de recordar todos los momentos dolorosos y tristes por los que, a
causa de la ignorancia del hombre, han tenido que pasar las mamás en su rol de
mujeres a través de los años, no existe mejor reconocimiento que abrir mente y
corazón para reverenciarlas hoy y siempre por su valor intrínseco.
Toda la verdad de la creación divina está en ella, como es también el
germen de la vida y la muerte. De ella depende la existencia del hombre, pues
es el socorro de sus faenas. Ella nos parió sumida en el sufrimiento. Ella
vigila nuestro crecimiento. Hasta su propia muerte le ocasionáis tribulaciones.
Es amiga, único apoyo en la Tierra. Amemos a nuestras esposas, madres, nietas;
mañana ellas serán madres y después las madres de la raza humana. Su amor
ennoblece al hombre, alivia el corazón amargado y doma a la bestia. Esposa y
madre son tesoros invalorables. Ellas son los adornos del universo. De ellas
nacerán todos los habitantes del universo.
Así como la luz se separó de la oscuridad, así la mujer posee la cualidad
divina de separar en el hombre las buenas intenciones de las malas acciones.
Nuestros pensamientos más nobles deben pertenecer a las mujeres. Imbuidos en ese
templo de fuerza moral, la que debemos poseer para ayudar a los seres queridos.
No la humillemos, pues nos humillaremos a nosotros mismos y perderemos el
sentimiento del amor, sin el que nada existe sobre la Tierra. Protejamos a las
esposas para que ellas puedan protegernos. Todo lo que hagamos por la esposa,
por la madre, por una viuda o por cualquier mujer en apuros, lo haremos por
nuestro espíritu.
Nuestra Madre es Divina; está con nosotros y dentro de nosotros y se
manifiesta universalmente en el Cosmos Material. Es la gran Luz que está dentro
de todos nosotros. Cuando hablamos de la mujer, nos referimos al potencial
femenino del ser.
Por el hecho mismo de ser mujer, destacamos a la madre, y ponemos de
relieve la intuición propia de su ser que enriquece la comprensión del mundo y
contribuye a la plena verdad de las relaciones humanas. No existen palabras lo
suficientemente hermosas ni elocuentes para
expresar nuestros sentimientos para el Día de la Madre. Jamás entenderemos
con exactitud todo lo que significa ser madre, menos lo que implica ser
portadora de la vida y guardián de la auténtica naturaleza humana.
Es escritor y consultor
Julio Ríos Calderón