La regla de
24 pulgadas
Julio Ríos Calderón
Página 7
Martes 30 de abril de 2024
El PRIMERO de mayo fue elegido
por los trabajadores para manifestarse, al unísono, contra las condiciones
laborales a las que se hallaban sometidos. Y si desde su nacimiento esta fecha
fue adoptada a nivel mundial fue porque, por encima de nacionalidades y
colores, todos los obreros tenían en común el máximo denominador de pertenecer
a la misma clase trabajadora.
Desde hace varios años la
principal meta era oficializar internacionalmente la jornada máxima de ocho
horas de trabajo, anhelo que solo unos pocos, en escasos países, lograron
alcanzar, mientras que muchos otros trabajaban 14 horas interrumpidas o más, sin
discriminación de edad ni sexo.
Está claro que la jornada que marca un hito en esta lucha es aquella organizada el 1 de mayo de 1886 en Chicago por los obreros sindicalizados de EEUU y Canadá, para que se pusiera en práctica las ocho horas. No obstante, desde la época de los grandes constructores que edificaron los principales y más antiguos edificios del mundo la jornada de trabajo asomó de ocho horas.
Estos “albañiles libres” simbolizaban incluso sus
herramientas para que su obra sea repartida con equidad durante las 24 horas.
De ahí se conoce la regla de 24 pulgadas, que en épocas remotas aclaraba la
diferencia entre “vivir para trabajar” o “trabajar para vivir”. De ese
instrumento de la arquitectura se desglosó que ocho horas debían destinarse al
trabajo, ocho al estudio, y ocho horas al descanso reparador.
Con todo, el movimiento en
demanda de esta consigna iba en ascenso y no faltaron empresas que concedieron
la jornada de ocho horas mucho antes del 1 de mayo de 1886. Pero las empresas
más “comprensivas” eran las menos. La mayoría se aferraba a sus privilegios, y
la prensa hostigaba a las autoridades para que trataran con mano dura a
huelguistas y agitadores.
Las condiciones de los
trabajadores de Chicago se encontraban precisamente entre las peores. A la
jornada de 14 o 16 horas se sumaba el hacinamiento en viviendas de mala muerte.
Muchos obreros solteros dormían en los corredores de esas viviendas y los salarios
apenas alcanzaban para cubrir una alimentación deficiente.
Así, año tras año se fueron
ganando pequeñas parcelas para la justicia social. La jornada de ocho horas es
hoy una realidad cotidiana en gran parte del mundo, lo mismo que otras muchas
mejoras sociales, que europeos, norteamericanos y bolivianos y algunos países
del hemisferio sur disfrutan ampliamente. En esta fecha universal es que nos
permitimos mirar por encima del hombro a un pasado que deberíamos recordar con
agradecimiento.
Julio Ríos Calderón, es
periodista y escritor