jueves, 3 de noviembre de 2022




Testimonio al recuerdo de las almas

Julio Ríos Calderón

Página Siete, 2 de noviembre de 2022



Llegarán las noches apacibles aproximando n el sueño a los que más extrañamos en la vida. Serán esos muertos los que nos cuentan que no están muertos, que nunca lo estuvieron. Contarán que sólo duermen en la paz de una sombría hornacina, donde escuchan nuestras voces hechas plegarias, como se escuchan las voces de ellos trayéndonos consuelo; presagio en el nuevo día que comenzaremos a vivir los que tal vez ya hemos muerto. La muerte no nos roba a los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.

Cuando una jornada bien vivida produce un dulce sueño, la vida bien destinada origina una dulce muerte. Hoy a la sombra de las tumbas meditamos en esta celebración de Todos Santos, instantes de vacilación permitidos a nuestras preguntas, compartimos retrotrayendo momentos con los que dicen se fueron, cuando lo cierto es que siempre están cerca nuestro.

Pero continúan el curso de minutos, horas, mañanas, tardes, noches, con tiempos de consternación o de fe, esperanza y caridad. Entre risas o suspiros acontecerán muchos años, o pocos, hasta el momento en que la estrella más deslumbrante ilumine la senda a seguir, tras un adiós al sitio que dejaremos para ir a un encuentro con los inmortales del cielo. Yo recuerdo a mi Padre que me dejó hace tres meses, como otros perpetúan a sus seres queridos.

Qué certero fue el escritor colombiano Antonio Muñoz Feijoo, cuando recitó lo que roció en su papel, dejando a su lápiz abrir un compás delimitando un círculo tenido como imagen de lo absoluto, de aquello que tiene principio y fin en sí mismo, y al contrario de la exclamación de palabras cariñosas, ternura en la mirada y sonrisas, expresó: “No son los muertos los que en dulce calma / la paz disfrutan de su tumba fría, / muertos son los que tienen muerta el alma / y viven todavía.”

Ahí están, muy cerca, como si dijeran: no hemos muerto, estamos contigo. Sí, siempre están contigo, conmigo, con todos los que recuerdan a los viajeros de un más allá desconocido, nebuloso, y a la vez, tranquilo en la plenitud encantadora de los dioses del canto llano. Entonces el poeta volvió al papel donde regó sentimientos firmes como una escuadra y subrayó: “No son los muertos, no, los que reciben / rayos de luz en sus despojos yertos, / los que mueren con honra son los vivos, / los que viven sin honra son los muertos.”

Al recordar los nombres de los que dicen se fueron de este mundo, estallan los latidos de bronce en lo alto de los campanarios. Son los que siempre están con nosotros, no obstante reposar en la profundidad de las sombras. Y concluyó Muñoz: “La vida no es la vida que vivimos, / la vida en el honor, es el recuerdo. / Por eso hay hombres que en el Mundo viven, / y hombres que viven en el Mundo muertos.”

Ellos conocen lo desconocido por nosotros; por eso sonríen. Saben de los huertos del Señor; por eso brindan su cariño. Ellos nos esperan en el reino que lo habitan. Paz extendida por las nubes que pasan; por las estrellas que alumbran esperanzas; por irradiaciones solares que transmiten su calor a los que aún estamos vivos, sin presentir que podemos ya estar muertos, entre los que viven en el cielo.

La mañana está cerrada a las alegrías de horizonte despejado. Llueve. Llueve mucho. Esta lluvia nos acerca todo el frescor de las nubes enviadas a calmar la sed de los jardines. Hay también un torrente de lágrimas amargas de los que en vida sólo fueron maldad, barbarie y violencia.

Ellos están muertos, porque han sido olvidados por todos los que aún caminan por sus confines entregados a mejores soplos de vida, aún ya estando muertos. Entre tanto, sigamos compartiendo nuestros días los que estamos aquí abajo, con los que nos miran desde lo alto del edén, mientras celebramos a todos los santos en la fiesta de “Todosantos”.

Pronunciar el nombre de un santo protector, entronizado en sitial preferencial en el hogar, nos recuerda que ya tenemos edad para morir –si puede haber edad para morir de acuerdo a los años aún vivientes– que nos vemos dispuestos a dejar los encantos y las miserias cargadas sobre nuestros cansados hombros durante muchos años.

Dispuestos estamos a morir sin alejarnos de quienes nos dan su cariño y comprensión, pues germina el consuelo de comprender que la muerte mantiene viva la esperanza de acercarnos mucho más a todos ellos.

La muerte no nos roba a los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo

JULIO RÍOS CALDERÓN es escritor y consultor