martes, 23 de agosto de 2022

Las redes sociales

 

FACEBOOKEANDO EN TIEMPOS DE

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BARBIJOS

APUNTES EN TIEMPOS DE

PANDEMIA

El barbijo es el mensaje

Face Mask is the Message

 
ESCRIBEN: Julieta Rucq y Victoria Nannini
 

  
COMENTARIOS: Julio Ríos
 

Este trabajo se desprende de un seminario de investigación de Doctorado y su posterior artículo, centrado en reflexionar sobre la fugaz adopción del barbijo o tapabocas, en la vida cotidiana, como un medio, en los términos propuestos por Marshall McLuhan: todo medio es mensaje. En este sentido, el artículo pretende abordar las razones de su uso, la circulación de sentidos en la sociedad, así como los nuevos vínculos establecidos entre personas con renovadas significaciones del orden identitario. De esta forma, el cuerpo, los sentidos y la moda constituyen artilugios reconfigurados por este medio y permiten establecer comparaciones con otras culturas, como las orientales, respecto del uso tanto de velos, por aquellas musulmanas, islámicas y árabes, como de barbijos, implementados hace años por países como Japón.

 El medio es el mensaje”, la premisa de Marshall Mcluhan, invita a preguntarnos cómo sería la aplicación de esta idea en el contexto actual: una pandemia que amenaza los cuerpos, un espacio social mediado por nuevas prácticas y elementos que se instalaron para quedarse. En ese contexto, el barbijo como objeto, herramienta, medio, irrumpe nuestras vidas mediatizadas.

Pensar el barbijo como medio en términos mcluhanianos habilita a reflexionar sobre él, no simplemente como lenguaje o tecnología que abre las puertas a otros niveles sinestésicos, sino también como artefacto de moda, cual interfaz, que ha reconvertido y reconfigurado las significaciones de la identidad y la representación de las personas en el contexto actual.

El simple hecho de que, en Occidente, el barbijo únicamente ha sido utilizado en contextos ligados a la salud, por parte de médicos, odontólogos, cocineros, o en anteriores epidemias, y advertía una significación absurda para quien lo llevase por la calle (porque taparse la cara, uno de los principales medios de identificación entre las personas, alude en nuestras culturas puramente visuales, a la delincuencia, el juego, lo payasesco) hace de este accesorio la panacea del cuidado. Torna obscena la desnudez de las caras descubiertas de quienes osan no llevarlo (Han, 2020).

Para comprender la fugaz adopción del barbijo como medio es preciso visualizar su gramática y, así, poder vislumbrar cómo viene operando, a partir de ello, la construcción de sentido. La primera razón yace en el límite que este medio establece entre la vida y la muerte. Luego, está su imperativo de acatar las normativas de cada ciudad, comercio, comuna, etcétera, así como también su carácter de tecnología habilitadora de otros mundos sensoriales posibles. Por último, reparamos en su conversión en un accesorio más de la moda, cuyo uso admite diversas significaciones del orden identitario y de las cuestiones de género. Como sostiene Valdettaro: “La clave para entender cuál es el ‘mensaje’ de un ‘medio’ o ‘tecnología’ está en su capacidad para reconfigurar el ambiente de la época o, incluso para crear un ambiente totalmente nuevo, introduciendo nuevas escalas en relación con las configuraciones ambientales precedentes” (2011:15).

El barbijo o tapabocas como medio implica la reificación de la conciencia humana, y da lugar así a la materialización de ciertas funciones propias de la humanidad, como la tactilidad, la percepción y la cognición.

Las tétradas de McLuhan respecto de los medios y sus efectos constituyen la intensificación, la caducidad, la recuperación y la inversión (McLuhan y McLuhan, 2009). Si pensamos en que los sentidos siempre están materializados y comienzan desde las texturas, es posible reconocer un vínculo entre el barbijo y el cuerpo, que tal como aporta Le Breton, “no es una sucesión de indicadores sensoriales bien delimitados, sino una sinergia donde todo se mezcla”.

De esta forma, las tétradas que podemos advertir en este medio incluyen la intensificación de algunos sentidos, así como la anulación, el bloqueo, el ocultamiento y la atrofia de otros. Torna caduco el maquillaje –a excepción del de los ojos– y parte de la comunicación facial. A su vez, realiza una recuperación de su uso en etapas epidémicas, así como también la retrospección al momento primitivo del ambiente amniótico. Contrariamente, invierte dicho ambiente en una construcción individual y consciente de un espacio acústico particular, en protección de posibles amenazas del mundo exterior que responderá en gran parte a una razón colectiva.

Por otra parte, el punto límite de este medio, luego de la etapa hipnótica de enamoramiento (Valdettaro, 2011), presenta embotamiento, por cuanto causa la falta de oxigenación, una dificultad para hablar y respirar, y su consiguiente complicación de cognición. A su vez, podemos nombrar otras limitaciones como el borramiento de la identificación, la dificultad de ingreso a ciertos espacios sin su uso y su intento de reemplazo por cualquier otra tela u objeto.

 

La configuración de este medio/interfaz, el barbijo o tapabocas (como lo mencionaremos a posteriori), ha redefinido actualmente el tipo de relaciones y vínculos sociales que se establecen entre las personas, y ha manifestado cómo, a partir de su uso obligatorio, se tramita la circulación de sentido. Su implementación genera consentimiento, respeto mutuo, cuidado. Establece una fina línea entre la vida y la muerte, el permiso para circular, trabajar y especialmente, para ser-en-el-mundo compartido con amenazas bacteriológicas.

El cuerpo, entre el mensaje y el medio: Un cuerpo, cuerpos: no puede haber un solo cuerpo, y el cuerpo lleva la diferencia. Son fuerzas situadas y tensadas unas con otras. El “contra” (en contra, al encuentro, “cerquita”) es la principal categoría del cuerpo. Es decir, el juego de las diferencias, los contrastes, las resistencias, las aprehensiones, las penetraciones, las repulsiones, las densidades, los pesos y medidas. Mi cuerpo existe contra el tejido de su ropa, los vapores del aire que respira, el resplandor de las luces o los roces de las tinieblas (Jean-Luc Nancy, 2010: 20).

El cuerpo se entiende como medio de expresión, como ser-en-el-mundo, atravesado por las significaciones culturales. Somos cuerpos que entran en intercambio, se relacionan y se comunican. Un contacto desde y con las corporalidades vincula entes, cosas, lugares y percepciones sensoriales que, en palabras de Le Breton, “dibujan los fluctuantes límites del entorno en el que vivimos y expresan su amplitud y sabor” (2009: 12). Así, el cuerpo aparece como mediador del mundo, como un filtro para apropiarse de lo que nos circunda. Hoy, estos vínculos se encuentran determinados por el contexto pandémico, en el cual el salir a la calle, transitar y encontrarse está mediado por nuevas prácticas y elementos. Allí el barbijo, en nuestro cuerpo, en contacto con nuestra piel, limita dos sentidos.

Así es que nadie está en completa posesión de su cuerpo, sino que cada quien es su cuerpo, lo habita. Son cuerpos que hoy están en peligro y que deben cuidarse para no ser infectados. En ese contexto, el barbijo es la protección, porque salir se presenta como una amenaza a nuestro ser.

Según Le Breton (2009), cada persona nunca es una oreja, un ojo, una mano, una boca o una nariz, sino más bien una mirada, una escucha, un tacto, una gustación o una olfacción; es decir, una actividad. Lo que se percibe es un mundo de significados y las experiencias son percibidas a través de nuestros cinco sentidos, que funcionan como mediadores con el exterior.

En las culturas occidentales, la mirada es el sentido hegemónico para cualquier desplazamiento, ya que la ciudad es una disposición de lo visual y una proliferación de lo visible. Así, la vista resulta ser el sentido más constantemente solicitado en nuestra relación con el mundo; abraza una multiplicidad de elementos. La mirada es suspensión sobre un acontecimiento, incluye la duración y la voluntad de comprender. “Explora los detalles, se opone a lo visual por su atención más sostenida, más apoyada, por su breve penetración” (Le Breton, 2009: 54). Mirar permite conocer y descubrir el mundo, el entorno, el detalle.

La vista requiere de otros sentidos –sobre todo del tacto– para ejercer su plenitud. La vista es siempre una palpación mediante la mirada, una evaluación de lo posible. Apela al movimiento y en particular al tacto. Prosigue su exploración táctil llevada por la mano, por los dedos, por la totalidad del cuerpo. Allí donde la mirada se limita a la superficie de las cosas, la mano contornea los objetos, va a su encuentro, los dispone favorablemente (Le Breton, 2009).

El sentido habilitado en este contexto continúa siendo la vista. El barbijo o tapabocas bloquea, reprime, limita y oculta el sentido del olfato y del gusto en nuestros recorridos en el espacio público. Estamos obligados a transitar por la calle con este nuevo elemento, que es parte de nuestra cotidianidad, pero implica un nuevo aprendizaje en nuestra inmersión en el mundo. Este elemento, que podríamos considerar como medio, de acuerdo con McLuhan, ha reconfigurado nuestro ambiente y transformado de manera estructural la producción de nuevos hábitos perceptivos.

Si bien, tradicionalmente, nuestra cultura implica una valoración de lo visual por sobre otros sentidos, el hecho de que estén inhibidos en los recorridos que realizamos en la vía pública nos permite preguntarnos qué posibilita –evitar el contagio– y qué imposibilita el uso de este elemento. Somos una conjunción de sentidos. Entonces, si bien la vista está habilitada, el olfato y el gusto se encuentran imposibilitados.

 

Concepto de visualidad emparentado con la tactilidad: considerado el “tacto” como juego recíproco de los sentidos, como sinestesia: es por ello, la era eléctrica, una era de con-tacto en la cual todo el aparato sensitivo –vista, sonido, movimiento, sabores, olores– se encuentra convocado (Valdettaro, 2011: 16).

Hoy, nuestro aparato sensitivo se encuentra reconfigurado, porque se usa plenamente en privado. Dentro de nuestros hogares podemos ser-en-el-mundo con todos los sentidos; afuera, no. Mientras que en Occidente esta forma de andar es particular, en Oriente, cubrirse la boca y la nariz, o toda la cara, tiene simbolismos espirituales, culturales y religiosos.

Más allá de cada caso, los velos sobre los rostros generan diferentes formas de relacionarse con el mundo. La presencia de mujeres que cubren zonas del cuerpo, a grandes rasgos, implica una barrera y un distanciamiento para ocultarse.

Velos, feminismo y moda: Pareciera mentira que, diez años atrás, Badiou (2010) denunciaba y parodiaba a sus compatriotas cuando exigieron una ley contra el velo en Francia. Badiou exclamó que un buen día se pidió que todas las personas salieran con sus cabezas descubiertas. El velo debía ser proscrito porque constituía un signo del poder de los machos –padres o hermanos mayores– sobre las musulmanas francesas. Por lo tanto, se penalizaría a aquellas que se obstinaran en llevarlos.

En un tono irónico, concluía que estas jóvenes estaban oprimidas, ergo, debían ser castigadas “[...] la ley sobre el velo, es una ley capitalista pura. Ordena que la feminidad sea expuesta. Dicho de otro modo, que la circulación del cuerpo femenino bajo el paradigma mercantil sea obligatoria” (Badiou, 2010: 73-78).

Hasta no hace mucho tiempo atrás, la imagen de orientales con barbijos nos resultaba graciosa. Hemos llegado a sentir lástima por las mujeres de países árabes que deben y quieren llevar sus velos, burqah, kipa, hijab, sari o chador siguiendo sus costumbres. Las feministas han luchado por exigir su desestimación para “liberar a dichas mujeres”.

De ninguna manera el uso del velo puede tener una correspondencia lineal con la opresión de las mujeres. En lugar de haber atacado las prácticas que conllevan el uso del velo, como reflexionó Badiou, intelectuales occidentales deberíamos alcanzar cierta consistencia respecto de nuestras propias prácticas sociales, sobre todo aquellas referidas a las mujeres y también a los prejuicios de clase. A su vez, es innegable que muchas prácticas relacionadas con el velo se han entremezclado indisolublemente en comunidades musulmanas, islámicas y árabes con prácticas patriarcales y autoritarias desligadas de la religión.

Los velos, impuestos o adaptados, suscitan connotaciones de sumisión, pero también de empoderamiento, porque liberan a las mujeres que los llevan de las obligaciones insidiosas de la moda occidental, así como de apreciaciones sexuales consecuentes. Desacreditar el uso del velo o intentar legislar sobre la materia es un error fatal pero, al mismo tiempo, pone de manifiesto la apremiante necesidad de reflexionar sobre la posible coexistencia de diversas creencias en el mundo contemporáneo, sobre la hibridación cultural junto con los desacuerdos sobre el rol de la mujer (Wilson, 2003).

 

En Malasia, el velo tiene una significación radical. Tiene connotaciones de clase que permiten dar cuenta de la pertenencia a una élite con cierta educación, esto es, una identidad que combina vida profesional, trabajo y la modestia de las creencias islámicas. A veces, el velo se constituye como un signo de liberación más que de opresión, ya que devuelve a las musulmanas el control total sobre sus cuerpos. Incluso, es combinado con prácticas occidentales de moda.

A partir de cualquiera de aquellas formas de vestimenta, propias de culturas árabes u orientales, se ha proclamado una oportunidad para muchas mujeres de no ser juzgadas por su belleza, como en Occidente, sino por sus personalidades y sus actos. Esto se contrapone con la otra visión que nos arroja un mundo post-capitalista e hiperglobalizado, donde los medios juegan un rol preponderante para tratar de dictar ciertas determinaciones, a través de la indumentaria, acerca de cómo debemos lucir y cómo deben ser nuestros estilos de vida. La libertad, en cualquier caso, está en juego de múltiples formas. Actualmente, nuestra perspectiva ha cambiado rotundamente, porque cubrirse es normativo.

Por lo tanto, ya sea mediante el uso de un velo, hijab, burqah y, ahora, en todo el mundo el barbijo o tapabocas, cubrirnos las caras irrumpe con la amenaza de la anonimidad. Si bien el hábito del velo representa el conjunto de valores y creencias que defienden quienes lo llevan, la costumbre del barbijo viene a representar el lazo insoslayable de una población que actúa en masa ante el peligro, y que basa su accionar en lo individual y en lo colectivo. El barbijo o tapabocas hace eco de ese ocultamiento de la imperfección de los cuerpos propios del velo, y somete sus partes riesgosas para ser reservadas al ámbito sumamente privado e individual. Además, es el nuevo estandarte de la diferenciación y la expresión identitaria.

Moda. Extensión de la piel y traducción de nuestras identidades: En la transición del acostumbramiento a este nuevo medio, estamos experimentando una fase narcisista, ya que ha generado un encantamiento de la noche a la mañana. Desde su utilización en espacios de trabajo, más allá de los relacionados con la salud, hoy es posible vislumbrar en el uso del barbijo el cinismo propio de nuestra época. Aquello que nos torna iguales se vuelve el objeto que permite a las personas diferenciarse en su habitar el mundo. Aquello que solía remitir a la criminalidad tiene como contracara la obscenidad de ver la boca y las narices de las personas.

La materialización del uso del barbijo en un primer momento permite el reconocimiento de todas las personas como seres con características uniformes. Somos iguales; tenemos bocas y narices que debemos cubrir y proteger de un virus. Sin embargo, al mismo tiempo, es el accesorio que permite diferenciarnos de la otredad y ubicarnos en otra posición del espacio social (Simmel, 1934; Bourdieu, 1999).

Esta interfaz posibilita zonas de contacto, específicamente en el cruce de las miradas. Empezamos la etapa de juzgar a partir del barbijo, y si hablamos en términos de moda, a partir del tapabocas como si fuera, en efecto, una prenda más de nuestros atuendos cotidianos, una extensión de nuestra piel (McLuhan, Fiore y Agel, 1987).

El barbijo o tapabocas nos traduce. Es interesante cómo la indumentaria y sus percepciones asociadas revelan toda la trama de estereotipos que operan continuamente en la interacción social. Cuando percibimos a otras personas, las clasificamos en categorías previamente internalizadas –estructuras estructurantes– como “pobre”, “profesional”, “trabajadora” o “alguien como una”. Esas clasificaciones determinan qué se espera de cada una de esas personas. Toda primera impresión, a manera de potente prejuicio, siempre proviene de la forma en la que una persona está vestida (Nannini, 2016).

Quienes atienden a la importancia de llevar un tapabocas con estilo buscan diseños, telas, estampas y hasta la exhibición de logos de marcas. Asimismo, surgen posibilidades de comunicación y militancia de ideas al momento en que los tapabocas presentan palabras que no se están pudiendo decir y se plasman como enunciados no verbalizados. Este artefacto dice algo de quien lo lleva. Admite ambigüedades respecto del género y dispone nuevas configuraciones creativas de quienes siguen la moda.

El diseñador Benito Fernández subraya que el barbijo condensa todo lo que nos está pasando. Este medio da lugar al statement, es decir, la afirmación de una identidad, borroneada por su mismo uso. ¿La paradoja? El lenguaje de nuestra época se traduce en que aquello que no podemos decir verbalmente lo afirmamos con un diseño en nuestras bocas, y hasta en gran parte de nuestras caras.

Zambrini (2019) afirma que la vestimenta, ya sea en su calidad consciente o inconsciente, refleja la expresión de nuestra identidad, pero también de la identidad colectiva, al evidenciar nuestra procedencia, nuestras costumbres, nuestra educación y cultura. La moda opera fuertemente en la pertenencia social, tanto sea para unir como para diferenciar. El barbijo o tapabocas resuelve el problema del contagio, la higiene, y se convierte además en signo de imitación/distinción.

Si bien nunca es directamente lineal la interpretación del lenguaje de la moda, cada elección estética resalta rasgos propios de la identidad. No podemos leer en el uso del barbijo o tapabocas la clase social de una persona, su orientación sexual, sus ideales políticos, pero sí podemos advertir algunas de sus preferencias, gustos, características de la personalidad y pertenencia a subculturas (hasta el momento, hemos podido observar personas adultas con tapabocas con parches de dibujos animados o equipos de fútbol).

 

Los recorridos urbanos, la ciudad y el barbijo: Nuestros cuerpos se adaptaron al espacio urbano, inmersos en la ciudad, acotados por sus construcciones, por sus reglas y por sus códigos. Nuestros desplazamientos están limitados a los recorridos que nos permite realizar su estructura.

El cuerpo se encuentra atado a las estructuras urbanas, que lo llevan de un lado a otro según una ley anónima; poseído, jugador o pieza del juego. 

Michel De Certeau (2000) postula que la ciudad ofrece la capacidad de concebir y construir el espacio a partir de un número finito de propiedades estables, aisladas y articuladas unas sobre otras. Es un lugar de transformaciones y de apropiaciones.

Cada practicante de la ciudad, como forma elemental de esta experiencia, es un caminante, “cuyo cuerpo obedece a los trazos gruesos y a los más finos (de la caligrafía) de un texto urbano que escriben sin poder leerlo” (De Certeau, 2000: 105).

La calle se ha convertido en el espacio de enunciación de múltiples prácticas que se cuelan en los recorridos peatonales. Asimismo, quienes transitamos por las urbes enunciamos ideas y valores. 

Esto puede visualizarse tanto en la forma de andar, en los espacios por los que se circula, como en las vestimentas y accesorios de cada época. 

En ese sentido, hoy los recorridos están mediados por el tapabocas. Se trata de un accesorio de protección, pero también que dice. Es un medio, en términos de McLuhan, que nos calla, ante la dificultad de hablar con él, pero que a su vez enuncia, tal como venimos desarrollando.

El espacio urbano tiene la particularidad de estar conformado por no lugares, en términos de Marc Augé (2000), considerados como dos realidades complementarias: los espacios construidos con relación a ciertos fines –transporte, comercio, ocio–, y la relación que se establece con esos espacios. 

“Los no lugares mediatizan todo un conjunto de relaciones consigo mismos y con los otros que no apuntan sino indirectamente a sus fines: como los lugares antropológicos crean lo social orgánico, los no lugares crean la contractualidad solitaria” (Augé, 2000: 98).

El no lugar crea la identidad compartida de los peatones, de los paseantes y ciclistas. “Solo, pero semejante a los otros, el usuario del no lugar está con ellos, pero en una relación contractual” (Augé, 2000: 105). 

Este espacio libera a quien lo penetra de sus determinaciones habituales, de sus roles cotidianos, ya que se encuentra en un anonimato relativo con una identidad provisional, y puede ser sentido como una liberación. 

Augé plantea que el espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud. En la realidad concreta del mundo de hoy, los lugares y los no lugares se entrelazan e interpenetran.

Estos no lugares, representados en los parques, en las esquinas, en las peatonales, son los espacios en los que hoy se encuentra la amenaza y, por ende, nuestra forma individual y solitaria de combatirla con el barbijo. 

Los no lugares son aquellos espacios en los que la pandemia se expande y, por eso, el uso de tapabocas es obligatorio. Allí es donde visualizamos el barbijo como medio, atravesado por una moda configurada desde lo político y por un cuerpo que no es libre, sino que se encuentra condicionado por su uso.

Oriente vs. Occidente. Lo público y lo privado: Arendt nos recuerda la diferencia entre la esfera pública y la privada en cuanto que se trata de “la distinción entre cosas que deberían estar ocultas y cosas que deberían ser mostradas” (1958: 72). 

A partir de esto, surge la riqueza múltiple de lo oculto bajo condiciones de intimidad. Para algunos países de Oriente, en específico para la población japonesa, el espacio público ampliamente circulado es el lugar del ocultamiento de ciertos rasgos corporales. Mujeres elegantes y hombres osados se esconden detrás de los barbijos. La piel es la intimidad.

Sin embargo, esto es sumamente paradójico. Aunque la piel se exhibe en lo más íntimo, también se la exhibe, sin pudores, en la intimidad de los baños públicos llamados onsen (masculinos y femeninos por separado). 

En el onsen, no hay vergüenza en desnudarse frente a quien se desconoce. Allí es correcto bañarse en total desnudez. 

Lo más llamativo, sin embargo, es que, en dichas culturas, la mirada es reconocida como una falta de educación y, por lo tanto, mirar a quien está enfrente es ofensivo. Entonces, la desnudez es privada y personal aun cuando es compartida en un espacio con otras personas desnudas.

Lo más extraño en la percepción del mundo por parte de esta sociedad es el sentido de lo que se denomina interior ( uchi) y exterior ( soto). Dichos aspectos varían de persona a persona. 

Lo que vale la pena resaltar es que, para una japonesa, alguien que forma parte de su círculo íntimo (uchi) es de gran importancia. Esa persona debe ser honrada; no así quienes conforman su exterior (soto).

Por eso, una japonesa puede desplegar todo su set de maquillaje en pleno subte, sin importar quién la pueda observar, siempre y cuando pueda presentarse correctamente ante una amiga, familiar o pareja.

La proxémica cumple otro valor esencial en este tipo de culturas. Acercarse demasiado para hablar con alguien representa la invasión del espacio físico. 

Por el contrario, apretujarse contra otros cuerpos en el transporte público asume un rango de mundanidad. No obstante, aun si todo nuestro cuerpo se encuentra enteramente en contacto con el de otra persona, cruzar la mirada sería algo totalmente inapropiado.


En Japón, la comunicación verbal entre personas –así como la proxémica– es relativamente pobre: los saludos interpersonales no existen entre personas extrañas. Dicha población intenta comunicarse principalmente a partir de su vestimenta. Con todo, su lenguaje es poco gestual. Lo no verbal se contrapone a la omnipresencia de una moda exagerada. El barbijo, entonces, constituye un accesorio cotidiano más, y suele ser customizado de múltiples formas.

Por otra parte, el uso del barbijo no es solo una demanda impuesta externamente, sino que parece haberse convertido en una práctica social integrada como parte del arsenal de responsabilidad individual en pos de la buena salud. Una respuesta originalmente colectiva, basada en la ciencia ante una amenaza a la salud pública, se ha dispersado y convertido al día de hoy en una práctica generalizada que carece de un fin o propósito claro (Burgess y Horii, 2012).

El uso del barbijo se ha convertido en un ritual social improvisado velozmente. Primero fue de manera obligatoria, y en Japón hace varios años ya es una costumbre y otra forma de comunicar la personalidad. A través del mimetismo y la sincronización, casi como un contagio emocional, el uso del barbijo equivale a una acción conjunta, normativamente enraizada, y la sintonización de la sociedad en su conjunto. El sacrificio de la expresión facial individual le ha dado mayor importancia a la identidad colectiva. Al diluir las distinciones sociales más salientes, ha producido semejanza social y, al mismo tiempo, la búsqueda de una diferenciación de estilos. “El uso del barbijo ha reactivado la sensación del bien común de la esfera pública” (Baehr, 2008: 150).

Consideraciones finales: Cuando decimos que el barbijo es un medio consideramos que al contrario de entender los medios como representando o reflejando un real, lo construyen. Los medios desde este punto de vista son lenguajes o ambientes: materialidades significantes que figuran lo real de modos específicos; organizadores de marcos perceptivos y patrones subjetivos; productores de determinados modos de lazos sociales y de sujetos colectivos (Valdettaro, 2011: 20).

Así, en este contexto, estamos aprendiendo nuevas formas de relacionarnos. Nos encontramos en una mediatización constante de nuevos elementos y, por consiguiente, nuevas prácticas que están configurando y reconstruyendo otras prácticas. Por estos tiempos que corren, usar un barbijo o tapabocas nos despierta otras curiosidades sobre las personas. Abre el camino de la moda en sus múltiples posibilidades de elección de diseños, nos hace renunciar a esa imperiosa necesidad de ver la boca y la nariz de las otras personas, el uso de maquillaje en esas zonas y, finalmente, nos permite distinguirnos con una prenda única, si así lo quisiéramos.

El barbijo o tapabocas nos obliga a pensar en nuestra mirada sobre Oriente, sus prácticas y costumbres. Un velo no es un símbolo de resistencia; un barbijo ya no implica el absurdo. Estos elementos se han vuelto técnicas de camuflaje, armas de combate, de la identidad individual a la colectiva, ida y vuelta. Así como, en la esfera pública, el velo hace de la circulación con las normas y los espacios culturales un objeto de vigilancia e interrogación paranoide (Fanon, 2004), el barbijo disemina el control y la vigilancia disciplinaria de cada integrante de la sociedad que registra si el resto está cumpliendo con el deber de su portación.

El barbijo como medio, retomando a McLuhan, es sin dudas la posibilidad de construir nuevos ambientes. Suscita el despertar de la adivinanza de quiénes son otras personas, qué hacen, y la imposibilidad de juzgar por la cara si parecen o no delincuentes, pero sí de alertar si no lo llevan. Hoy atravesamos esta nueva realidad, y escribimos desde este ambiente en el que estamos incorporando prácticas y estéticas que son propias del momento y de la amenaza con la que estamos viviendo.

El barbijo ha llegado para solucionar el miedo virósico que no necesita de estrategias geopolíticas para desarrollarse, donde el virus es un puro medio sin mensaje (Valdettaro, 2020). El barbijo se desentiende de todo y emite muchos mensajes indescifrables. Es uno de los tantos mensajes que en la producción y circulación de sentido está mediatizando nuestras interacciones, así como lo hacen las tecnologías. Ya no podemos ser-en-el-mundo y con una otredad si no es en continua mediatización de pantallas y barbijos.

 


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Julio Ríos

Desde el barbijo más común, hasta el más sofisticado, observándose por otra parte, figuras tropicales como frutas, flores y hojas, figuras geométricas y la mezcla de tonos contrastantes, se presentan colecciones de barbijos, muy singulares. Las redes sociales, como Instagram, Facebook, YouTube y Google, representadas por rostros en ingeniosas selfies revestidas de arte, bueno gusto en el vestir, nos obsequian al mundo el sabio criterio   que se debe alejar la tristeza y el miedo con estas piezas, que están hechas para lucirlas y para protegerse, o vestir elegantes y sensuales como un actitud que hace perder todo posible contacto con la desvaída realidad que nos rodea.

Las redes sociales miran con ojos nuevos, ojos bellísimos que se destacan junto al barbijo, lo que nosotros observamos con vista atufada y la angustia de sobreexistir. Ojos, rostros, perfiles, vestimentas de mucha elegancia, representadas en trajes sastres y vestidos muy escotados, o blusas delgadas y transparentes que hace juego con el tapabocas, rocían el internet y se constituyen en un consuelo para vivir con más fe, con más esperanza.

EL BARBIJO EN LOS TIEMPOS DE LA COVID 19, es sin vacilación, tema de actualidad paliado por una inevitable y consoladora alternativa: lucir, vivir y consentir al tapa bocas.

El uso puesto de relieve en las redes sociales, permite entrever, cómo se trabaja con él, cómo se hacen ejercicios con él, cómo se disfruta del diseño, cómo se luce en diferentes circunstancias: en los medios de comunicación, en la oficina, en la calle, en el automóvil, en el avión, en todo lado.

Llama la atención el ingenio, la combinación que se hace del barbijo, por ejemplo, con el color de una pañoleta, o con el color de la blusa, los zapatos y otras prendas a las que se quiere combinar. Hay, reitero, en las redes sociales, FACEBOOK, Twitter, Instagram, coquetas formas de lucirlo: desde el bikini, o con el rostro que imprime un carácter de pertenencia y donde los ojos se resaltan por su belleza. Asoman rostros, sin el barbijo como un antes, y luego con el barbijo, como un después. Hay reflexiones que nos inspiran con sólo aprecias las fotografías.

Emily Ratajkowski (la artista y modelo destaca el barbijo a través de una camisa muy transparente y muy escotada que la viste con el torso desnudo   por debajo, trasluciendo un coqueto sujetador), ha puesto de relieve el tapa bocas, dándole importancia y demostrar que la belleza también se la puede apreciar con una mascarilla.

Esta pandemia que azotó al mundo y que cobro miles de miles de fallecidos, ha tenido un descanso, una disminución. Se habla de un nuevo rebrote, hecho que nos asusta; pero la fe y la esperanza en la vacuna (que ya en mayoría de los habitantes tuvo su segunda dosis) que parece ser el preámbulo, hará que la divinidad pueda en esa espiritualidad a la que hoy nos hemos acercado, y en las expresiones elevadas en oración, que desaparezca definitivamente.

Filosofar con el barbijo, es perder contacto con esa adversidad, y al ser al principio una incómoda prenda, hoy en un acto de vivir y sobrellevar el virus, intentamos con este tapa bocas, mostrarnos diferentes; mostrar los rostros más coquetos y darlos a conocer en fotos específicas, portando el barbijo, a través del internet.

Tenemos que reinventarnos; ser felices, agradecer por lo malo y por lo bueno. Al final veremos qué no obstante el sacrificio de esta pandemia terminará como un acto de bendición. Nos hemos tecnificado mucho para creer en las cosas del espíritu, y hemos sido soberbios jugando con la madre tierra, sin medir consecuencias. Muchos actos de maldad se han visto entrar en un estado de nueva conciencia, de una expansión de conciencia, de una conciencia solar dispuesta a la solidaridad y al amor.

Esta filosofía trata, precisamente, de buscar soluciones ingeniosas y hacer de nuestro principal escudo que es el barbijo, una prenda de moda capaz de embellecer rostros y resaltar las pupilas que miran ahora con otros ojos.

Vivimos un tiempo muy complicado. La pandemia actualmente vigente deja todavía a las sociedades del mundo en un escenario de incertidumbre. Se entrevera una desesperación silenciosa, interna. Hay miedo, pero también hay cuidado. En las restricciones y normas de bioseguridad, aparece la más importante, la más eficaz, la más característica en estos tiempos del Covid 19. Se trata del tapabocas, mascarilla o barbijo, que cubre desde la nariz hasta la boca, equilibrándose con dos asideros que se sostienen detrás de la orejas. Únicamente son los ojos el único lugar visible, habida cuenta que la ya llamada prenda sólo revela la mitad del rostro. A veces amigos, parientes, son irreconocibles si no se identifican.

El barbijo se puso de relieve cuando inmediatamente los gobiernos determinaron tomar medidas drásticas, por intermedio de cuarentenas rígidas, dinámicas y hoy con más libertad, pero más riesgo por un posible rebrote del virus. Lo primero fue el barbijo, una sencilla mascarilla de color blanca y por lo general quirúrgica. No había mayor trascendencia más que reconocer que todos estábamos sumidos en una realidad que nos exigía vestir el tapabocas.

Y la expresión vestir, dio un giro trascendental, donde sin sospecharlo, jamás imaginarlo, resultó que el barbijo fue perfeccionándose bajo la premisa o expresión de desahogo que decía “al mal tiempo un buen barbijo”. Aparecieron entonces diseñadores, artistas, fabricantes de renombre y también caseros. Así el barbijo adquirió una importancia insospechada. Se convirtió en la principal prenda de vestir. Aparecieron elaborados en telas de seda, en diseños muy atractivos que llegaron a embellecer a las mujeres. Se llegó a llamar la consecuencia, el arte del barbijo. 

Hoy en día, en esta perspectiva, la juventud siempre airosa por verse bien, adquirió tapabocas con diseños atractivos y le dieron su toque sensual. La evolución que nació de un tapabocas quirúrgico intrascendente, común y puesto de relieve en un solo motivo: cubrir la nariz y la boca en un color blanco uniforme con todos los semejantes que ante medidas reglamentadas comenzaron a usarlos, tuvo una metamorfosis de variedad, de elegancia y de importancia francamente extraordinaria en el barbijo.

El hecho en la realidad es que el barbijo avasalló los millones de rostros de mujeres y hombres, permitiendo más atención en diseños para las mujeres, pues el hombre dentro de su masculinidad, utiliza un traje, camisa y corbata y un barbijo blanco. La mujer no. Utiliza una indumentaria sexy para que se vea una presencia compacta donde el tapabocas sea de lejos lo más importante.

La imagen puede interpretarse como un mensaje concientizado sobre la importancia de tomar las medidas necesarias para cuidar la salud y evitar los contagios por coronavirus. En cuestión de algunas horas, aparece, de pronto un posteo que recolectó 26 mil "me gusta, o LIKE" y comentarios de los usuarios que destacaron su originalidad.

 
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By Julio Rios

Through a transparent blouse, Emily reveals her naked torso below her, wearing a flirty bra

From the most common chinstrap, to the most sophisticated, observing on the other hand, tropical figures such as fruits, flowers and leaves, geometric figures and the mixture of contrasting tones, very unique collections of chinstraps are presented. Social networks, such as Instagram, Facebook, YouTube and Google, represented by faces in ingenious selfies covered in art, good taste in clothes, give the world the wise criterion that sadness and fear should be warded off with these pieces, which they are made to show them off and to protect themselves, or dress elegant and sensual as an attitude that makes us lose all possible contact with the faded reality that surrounds us.

Social networks look with new eyes, beautiful eyes that stand out next to the chinstrap, what we observe with blind eyes and the anguish of overexisting. Eyes, faces, profiles, very elegant clothing, represented in tailored suits and low-cut dresses, or thin and transparent blouses that match the mask, sprinkle the internet and become a consolation to live with more faith, with more hope. .

THE BARBIJO IN THE TIMES OF COVID 19, is without hesitation, a topical issue mitigated by an inevitable and consoling alternative: showing off, living and pampering the face mask.

The use highlighted in social networks allows us to glimpse how to work with it, how to exercise with it, how to enjoy design, how it looks in different circumstances: in the media, in the office, in the street, in the car, on the plane, everywhere.

The ingenuity is striking, the combination that is made of the chinstrap, for example, with the color of a scarf, or with the color of the blouse, the shoes and other garments with which it wants to be combined. There are, I repeat, on social networks, FACEBOOK, Twitter, Instagram, flirtatious ways to show it off: from the bikini, or with the face that prints a character of belonging and where the eyes stand out for their beauty. Faces appear, without the chinstrap as before, and then with the chinstrap, as after. There are reflections that inspire us just by appreciating the photographs.

Emily Ratajkowski (the artist and model highlights the chinstrap through a very transparent and low-cut shirt that dresses her with her bare torso underneath, revealing a coquettish bra), has highlighted the face mask, giving it importance and showing that the beauty can also be appreciated with a mask.

This pandemic that hit the world and claimed thousands of thousands of deaths, has had a break, a decline. There is talk of a new outbreak, a fact that scares us; but the faith and hope in the vaccine (which most of the inhabitants already had its second dose) that seems to be the preamble, will make the divinity able in that spirituality to which we have approached today, and in the elevated expressions in prayer, that it disappears definitively.

To philosophize with the chinstrap is to lose contact with that adversity, and being at first an uncomfortable garment, today in an act of living and coping with the virus, we try with this face mask, to show ourselves different; show the most flirtatious faces and make them known in specific photos, wearing the chinstrap, through the internet.

We have to reinvent ourselves; be happy, be thankful for the bad and for the good. In the end we will see that despite the sacrifice of this pandemic it will end as an act of blessing. We have become very technical to believe in things of the spirit, and we have been proud playing with mother earth, without measuring consequences. Many acts of evil have been seen entering a state of new consciousness, of an expansion of consciousness, of a solar consciousness ready for solidarity and love.

This philosophy is precisely about finding ingenious solutions and making our main shield, which is the chinstrap, a fashionable garment capable of beautifying faces and highlighting the pupils that now look with different eyes.

We live in a very complicated time. The current pandemic still leaves world societies in a scenario of uncertainty. A silent, internal desperation creeps in. There is fear, but there is also care. In the restrictions and biosafety regulations, the most important, the most effective, the most characteristic appears in these times of Covid 19. It is the face mask, mask or chinstrap, which covers from the nose to the mouth, balancing with two handles that they are held behind the ears. Only the eyes are the only visible place, given that the so-called garment only reveals half of the face. Sometimes friends, relatives, are unrecognizable if they don't identify themselves.

The chinstrap was highlighted when the governments immediately determined to take drastic measures, through rigid, dynamic quarantines and today with more freedom, but more risk due to a possible resurgence of the virus. The first thing was the chinstrap, a simple white and usually surgical mask. There was no greater significance than recognizing that we were all immersed in a reality that required us to wear the mask.

And the expression dress, took a transcendental turn, where without suspecting it, never imagining it, it turned out that the chinstrap was being perfected under the premise or expression of relief that said "a good chinstrap in bad weather." Designers, artists, renowned manufacturers and also homemakers then appeared. Thus the chinstrap acquired an unsuspected importance. It became the main item of clothing. They appeared elaborated in silk fabrics, in very attractive designs that came to beautify women. It came to be called the consequence, the art of the chinstrap.

Nowadays, in this perspective, the youth, always graceful to look good, acquired masks with attractive designs and gave it their sensual touch. The evolution that was born from an inconsequential surgical mask, common and highlighted in a single reason: to cover the nose and mouth in a uniform white color with all the similar ones that before regulated measures began to use them, had a metamorphosis of variety, of elegance and frankly extraordinary importance in the chinstrap.

The fact in reality is that the chinstrap overwhelmed the millions of faces of women and men, allowing more attention in designs for women, since the man within his masculinity wears a suit, shirt and tie and a white chinstrap. The woman doesn't. She uses a sexy outfit to show a compact presence where the mask is by far the most important thing.

The image can be interpreted as an awareness message about the importance of taking the necessary measures to take care of health and avoid contagion by coronavirus. In a matter of a few hours, a post suddenly appears that collected 26 thousand "likes, or LIKE" and comments from users that highlighted its originality.


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Por Júlio Rios

Através de uma blusa transparente, Emily revela seu torso nu por baixo, usando um sutiã glamouroso

Das palas mais comuns, às mais sofisticadas, observando por outro lado, figuras tropicais como frutas, flores e folhas, figuras geométricas e a mistura de tons contrastantes, são apresentadas coleções de palas muito originais. Redes sociais, como Instagram, Facebook, YouTube e Google, representadas por rostos em engenhosas selfies cobertas de arte, bom gosto nas roupas, dão ao mundo o sábio critério de que a tristeza e o medo devem ser repelidos com essas peças, que são feitas para exibi-los e se proteger, ou vestir-se elegante e sensual como uma atitude que nos faz perder todo o contato possível com a realidade desbotada que nos cerca.

As redes sociais olham com novos olhos, lindos olhos que se destacam ao lado do queixo, o que observamos com olhos cegos e a angústia de superexistir. Olhos, rostos, perfis, roupas muito elegantes, representadas em ternos sob medida e vestidos decotados, ou blusas finas e transparentes que combinam com a máscara, polvilham a internet e se tornam um consolo para viver com mais fé, com mais esperança.

O BARBIJO EM TEMPOS DE COVID 19, é sem hesitação, uma questão atual mitigada por uma alternativa inevitável e consoladora: exibir, viver e mimar a máscara facial.

O uso destacado nas redes sociais permite vislumbrar como trabalhar com ele, como se exercitar com ele, como apreciar o design, como ele fica em diferentes circunstâncias: na mídia, no escritório, na rua, no carro, no avião, em todos os lugares.

Impressiona a engenhosidade, a combinação que se faz da presilha, por exemplo, com a cor de um lenço, ou com a cor da blusa, dos sapatos e outras peças de roupa com as quais se quer combinar. Há, repito, nas redes sociais, FACEBOOK, Twitter, Instagram, formas paqueradoras de se exibir: desde o biquíni, ou com o rosto que imprime um carácter de pertença e onde os olhos se destacam pela sua beleza. Os rostos aparecem, sem a cinta de queixo como antes, e depois com a cinta de queixo, como depois. Há reflexões que nos inspiram só de apreciar as fotografias.

Emily Ratajkowski (a artista e modelo destaca o queixo através de uma camisa bem transparente e decotada que a veste com o torso nu por baixo, revelando um sutiã coquete), destacou a máscara facial, dando-lhe importância e mostrando que a beleza também pode ser apreciado com uma máscara.

Essa pandemia que atingiu o mundo e causou milhares de milhares de mortes, teve uma pausa, um declínio. Fala-se de um novo surto, fato que nos assusta; mas a fé e a esperança na vacina (que a maioria dos habitantes já tomou a segunda dose) que parece ser o preâmbulo, tornarão a divindade capaz naquela espiritualidade da qual nos aproximamos hoje, e nas expressões elevadas na oração, que desapareça definitivamente.

Filosofar com o queixo é perder o contato com aquela adversidade, e sendo a princípio uma vestimenta desconfortável, hoje em ato de viver e conviver com o vírus, tentamos com essa máscara facial, nos mostrarmos diferentes; mostrar os rostos mais paqueradores e torná-los conhecidos em fotos específicas, usando a cinta de queixo, pela internet.

Temos que nos reinventar; seja feliz, seja grato pelo mal e pelo bem. No final veremos que apesar do sacrifício desta pandemia terminará como um ato de benção. Tornamo-nos muito técnicos para acreditar nas coisas do espírito, e temos orgulho de brincar com a mãe terra, sem medir consequências. Muitos atos do mal foram vistos entrando em um estado de nova consciência, de uma expansão de consciência, de uma consciência solar pronta para a solidariedade e o amor.

Esta filosofia consiste precisamente em encontrar soluções engenhosas e fazer do nosso principal escudo, que é o chinstrap, uma roupa da moda capaz de embelezar rostos e realçar as pupilas que agora olham com outros olhos.

Vivemos uma época muito complicada. A atual pandemia ainda deixa as sociedades mundiais em um cenário de incerteza. Um desespero silencioso e interno se insinua. Há medo, mas também há cuidado. Nas restrições e regulamentos de biossegurança, o mais importante, o mais eficaz, o mais característico aparece nestes tempos de Covid 19. eles são mantidos atrás das orelhas. Apenas os olhos são o único lugar visível, já que a chamada vestimenta revela apenas metade do rosto. Às vezes amigos, parentes, ficam irreconhecíveis se não se identificarem.


 
 
 

Julio Ríos, licenciado en Ciencias de la Comunicación, estudió en las universidades Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca y Católica de La Paz, y diplomado en investigación periodística por la Universidad de la Jolla, San Diego California USA, es escritor y crítico de arte. En la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).

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