viernes, 11 de febrero de 2022

El Pepino DETRÁS DE ESA ALEGRE MÁSCARA / El Pepino

El carnaval paceño en tiempos de

LA COVID – 19

El Pepino

 DETRÁS DE ESA    ALEGRE MÁSCARA

¿Qué se esconde detrás de esa alegre máscara a cuadros? En épocas carnavaleras, la metamorfosis de persona a Pepino implica más que sólo usar un disfraz.

Emigraron desde Francia sus atuendos, pero en la ciudad de La Paz los nacionalizaron, los perfeccionaron, los acomodaron. 

Una máscara sarcástica de mirada burlona, de ojos calculados con geometría; boca de labios gruesos, lista para gritar con alegría; orejas grandes para escuchar el sonido de la algarabía, y un cuerpo de cuatro figuras, dos cuadradas y otras dos alargadas, perfeccionando su físico.

Por lo estirado, cual si fuera un chorizo o un alimento que completa las ensaladas, recibió el nombre de Pepino. Su madre fue una trabajadora de costuras y su padre un payaso de nombre Pierrot, nacido en París.

Llega a La Paz en los días del carnaval. Su misión es hacer de la alegría un himno exagerado de coreografías sin límite. Caminar, correr, saltar, revolcarse y molestar a todo transeúnte que recibe un seco y nada contundente golpe, cual caricia de leopardo, de mano de su “matasuegra” bicolor, una especie de cachiporra de cartón bordada de colores chillones con la que el Pepino juega, fastidia, entretiene, ríe y también llora.

Los niños le persiguen, las señoras pitucas le huyen, las chicas lo mojan con globos de agua, los jóvenes lo inundan vaciándole uno, dos, tres, cuatro baldes. Las avenidas Camacho y 16 de Julio se llenan de comparsas, sumándose grupos que llegan a más de mil pepinos.

Detrás de la máscara del Pepino asoma un ser humano que puede ser una mujer o puede ser un hombre. Puede estar feliz, puede estar triste, aun si el carnaval los llame sólo a divertirse, a alegrarse o a moverse con entusiasmo desbordado. 

Así, cual polícromo envuelto de serpentina, este personaje eminentemente paceño olvida amarguras, vicisitudes y problemas. Mira con ojos picarescos pero renovados, sin que se atufen o se cieguen por la angustia de  existir.


Unas cervezas le dan valor, aunque a veces este aperitivo carnavalesco se consuma desmedido. Entonces el Pepino pierde el sentido de la conciencia y termina tirado en la calle, o en la comisaría, o muerto.

¿Podría tan curioso protagonista anónimo detrás de la careta encontrarse sobrio acaso? 

¿Podría concentrarse en el ánimo que entraña el carnaval sin estar chispeado? No. Imposible, porque la metamorfosis de ser humano a Pepino lo convierte en un saltimbanqui audaz y zalamero. 

No mide consecuencias, mas controla sus pasiones, y todo es broma, todo es jolgorio, todo es el espíritu de la sonrisa que brilla en su careta, de la burla hacia cuanta persona se cruza con su presencia. Seriedad no es una palabra que afine para la circunstancia.

Ya al caer la noche, la nostalgia que cubre su careta poco a poco se apaga como un foco que difumina la luz del carnaval.

Y el recuerdo  de un grupo de niños que a viva voz festeja: ¡Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo! ¡Sin calzón! surge como inferencia de la fiesta carnavalesca de la ciudad de La Paz. (JULIO RÍOS CALDERÓN, REVISTA RASCACIELOS, PÁGINA SIETE).

 

 

Por Julio Ríos

Quién se esconde detrás del disfraz? ¿Quién está detrás de esa policromía? ¿Quién golpea al transeúnte, espectador o público con esa matasuegra bicolor? Es el hijo natural del Carnaval. No tiene certificado de nacimiento, sino solamente antecedentes de un día de farra que lo convirtió en un saltimbanqui audaz y atorrante que por sus actos fue a dar a una comisaría. Allí se le registró.

Tampoco en los estudios e investigaciones se concluyó en su origen. Seguramente se descubrió a un pariente francés de aquella máscara de traje enteramente blanco y protagonista de las pantomimas callejeras que, vestido también de blanco, asomaba con el rostro cubierto de harina. Se le llama el pepino, y no es un payaso boliviano, ni un pierrot; no. Está comprobado que su identidad es anónima.

¿Qué o quién es el pepino? Es una imagen expósita que se pierde en el cuento de la Cenicienta, pero en la ciudad de La Paz. Ahí nació, y luego del embarazo desconocido (metamorfosis de hombre a bufón callejero) el parto fue realizado por una costurera que le bordó una careta graciosa de expresión amena, tierna y a la vez alegre; muy simple.

 

No se lo invita a las fiestas en casa. Su lugar es otro: la ciudad. Su atmósfera: el aire, la luz, la algazara. Mira, grita, salta, se divierte con los pies, con las manos y con el corazón, corre por las arterias de la ciudad, molestando a uno y otro. El Pepino sin vacilación alguna —obsérvece al personaje del carnaval paceño, rodeado de hermosas damas con indumentaria muy escotada, vistiendo sus atuendos con el cuerpo desnudo por debajo—, es muy coqueto, y durante su participación en la entrada es la mujer a quien observan, molestan, pero la respetan. Por otra parte, los pepinos corren, danzan, junto a sus parejas a quienes podemos llamar pepinos-mujeres.

Y los niños alegres, divertidos por sus ademanes y picardías, acompañan el juego del Carnaval con la frase: “Pepino, chorizo, pepino, chorizo, sin calzón”. ¿Y su cuerpo? Más sencillo aún. La costurera hizo posible que una sola pieza diera a luz al conjunto del pepino en forma de un chorizo pintado de dos, cuatro, seis o más colores.

Llega la fiesta del Carnaval. Centenares de pepinos invaden las céntricas calles de La Paz y dan rienda suelta a su alegría y a su insolencia, manipulando un arma llamada “chorizo”, que posteriormente fue bautizada con el nombre de “matasuegra”. La gente contempla sonriente las picardías que acometen los pepinos, con bromas y ademanes propios del Carnaval, en el marco de un jolgorio que no tiene parangón en ninguna parte.

Concluye la fiesta del Carnaval. La ciudad se pierde en un tránsito poco regular y su panorama inscribe una estela de tristeza. Poco a poco todo retorna a la normalidad.

El disfraz del pepino termina archivado en el viejo baúl, en el depósito, o finalmente en un bote de basura entremezclado con mixtura y serpentina. A lo lejos del centro de la ciudad se divisa un rostro con facciones geométricas, una agresiva nariz respingada, dos ojos triangulares y una boca de labios gruesos similares a dos sonrisas sarcásticas. Es la careta de tan curioso personaje paceño. 

 

By Julio Ríos

THE CUCUMBER IS VERY FLIRTATIOUS, SURROUNDED BY BEAUTIFUL LADIES IN VERY LOW-CUT OUTFITS WITH NAKED BODIES UNDERNEATH

Who hides behind the costume, who is behind the polychrome, who hits the passer-by, the spectator or the public with that two-coloured black matasuegra? He is the natural child of Carnival. He has no birth certificate, but only a record of a day of partying that turned him into a daring and brash jumper who, for his actions, ended up in a police station. He was registered there.

The investigations and enquiries did not conclude where he came from either. It was probably a French relative of that mask in the all-white costume and the protagonist of the street pantomimes who, also dressed in white, showed up with his face covered in flour. He is called the cucumber, and he is not a Bolivian clown, nor a pierrot; no. His identity has been proven to be anonymous. It has been proven that his identity is anonymous.

What or who is the cucumber? He is an exposed image lost in the Cinderella story, but in the city of La Paz. He was born there, and after the unknown pregnancy (metamorphosis from man to street jester) the birth was carried out by a seamstress who embroidered him a funny mask with a pleasant, tender and at the same time cheerful expression; very simple.

He is not invited to parties at home. His place is different: the city. Its atmosphere: the air, the light, the noise. He looks, shouts, jumps, has fun with his feet, with his hands and with his heart, runs through the arteries of the city, annoying one and all. The Pepino, without any hesitation watch the character of the Paceño carnival, surrounded by beautiful ladies in very low-cut clothes with no bra or underwear, wearing their attire with their bodies naked underneath is very flirtatious, and during his participation in the entrance it is the woman who is watched, teased, but respected. On the other hand, the cucumbers run, dance, together with their partners whom we can call cucumber-women.


And the happy children, amused by their gestures and mischievousness, accompany the Carnival game with the phrase: "Cucumber, without pants". And their bodies? Even simpler. The seamstress made it possible for a single piece to give birth to the whole cucumber in the form of a sausage painted in two, four, six or more colours.

Carnival arrives. Hundreds of cucumbers invade the central streets of La Paz and give free rein to their joy and insolence, manipulating a weapon called "chorizo", which was later baptised with the name of "matasuegra". The people watch with smiles as the cucumbers play tricks, with jokes and gestures typical of Carnival, in the context of a revelry that is unparalleled anywhere else.

The Carnival party comes to an end. The city is lost in an irregular traffic and its panorama is a trail of sadness. Little by little everything returns to normal.

The cucumber's costume ends up in the old boot, in the warehouse, or finally in a rubbish bin, mixed up with a mixture of mix and serpentine. In the distance in the city centre, a face with geometric features, an aggressive upturned nose, two triangular eyes and a mouth with thick lips resembling two sarcastic smiles can be seen. It is the mask of this curious character from La Paz.

 

 

Julio Ríos, escritor y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).

© 2022. Todos los derechos reservados. Condiciones de uso y Política de Privacidad.

“Policromo turbión de serpentina/ colorido aguacero de mistura/alegría fugaz que se avecina/al son del carnaval que se inaugura./ Risa y placer la fiesta vaticina amenguando el dolor y la amargura./ Y en la embriaguez de alcohol y colombina/se descubre una frágil aventura./ Saltimbanqui sagaz y zalamero/es de la fiesta el rey y el libertino/es el gentil y audaz, caro pepino./ Al pueblo hace feliz, noble embustero/ocultando en el llanto la secreta nostalgia que recubre su careta”. (ASB)