TODOS
SANTOS EN TIEMPOS DE
LA
COVID - 19
El Cementerio General
DE SUCRE
DECLARADO
PATRONIO POR
LA
UNESCO
ESCRIBE: Mercedes Bluske Moscoso
COMENTARIOS: Julio
Ríos Calderón
El Cementerio General de Sucre se encuentra una parte alta de la ciudad,
donde sus centenarios pinos se asoman por encima de las paredes, conforme el
vehículo se aproxima al campo santo por la calle Loa.
Su imponente fachada de estilo neoclásico, es un pequeño anticipo de las
maravillas que se encuentran en su interior y de las riquezas arquitectónicas y
artísticas que fue coleccionando desde su inauguración en 1892. No por nada fue
declarado como el primer Cementerio Patrimonial del país, en 2004.
Atravesar los altos pilares de la entrada, hace sentir insignificante
hasta al hombre más alto. Sin embargo, nada se compara con la sensación que
produce el estar en el interior del primer patio, donde el bosque de árboles
proyecta sombras en el suelo generando un ambiente misterioso, como en las
películas de suspenso.
De repente, como traído por las almas, aparece Ángel Sánchez, quien será
el guía del recorrido por el recinto funerario. Todavía me pregunto si su
nombre fue una coincidencia, o si el azar estaba jugando conmigo y con la
ansiedad que me provocaba estar en aquel lugar.
Sea como fuera, Ángel, con actitud desenfadada y con una sonrisa que se
escondía detrás de la seriedad y formalismo de sus rebuscadas palabras,
transmitía confianza.
“A nivel nacional, la ciudad de Sucre tiene el mejor cementerio”, dijo a
modo de dar inicio a su explicación. Su conocimiento y sobretodo su
privilegiada memoria, me dejaron perpleja ¿Es posible que alguien tan joven
pueda dominar tantos nombres y fechas?
La calidad de sus obras arquitectónicas y de sus esculturas, sumado a la
importancia de los personajes que fueron enterrados en este lugar, llevó a que
el edificio fuera declarado patrimonio cultural de la ciudad, razón por la cual
miles de turistas se asoman para conocer más de su historia.
El campo santo consta de tres patios y, según Ángel, ésta no es sólo una
forma de ordenar el cementerio, sino también una forma de mantener el estatus
social, aún en la tumba. “El primer patio es el más antiguo e importante; es
donde se suele enterrar a la gente más adinerada de la ciudad”.
El joven guía se dirige hacia el lado derecho del primer patio y hace la
primera parada del recorrido y dice: “La primera cripta pertenece al presidente
Hernán Siles Reyes, hijo de Hernán Siles Suazo. Ambos fueron presidentes de
Bolivia”.
Siles Reyes sobresale en la historia boliviana por ser autor del Código
Civil Penal y creador de la Contraloría del Estado. También promulgó la Ley del
Día de la Madre y fue impulsor de la autonomía universitaria.
En este primer patio sobresale la figura de próceres y ex presidentes
como el tarijeño Aniceto Arce, Gregorio Pacheco, Juana Azurduy de Padilla,
Manuel Ascencio Padilla y los príncipes de la Glorieta. Todos trascendieron la
muerte, dejando obras y un legado importante para Bolivia.
Tal es el caso de Gregorio Pacheco, quien vendió sus minas para pagar la
deuda que tenía Bolivia con Perú, que era de aproximadamente 50 mil libras
esterlinas. Y, al morir, dejó su casa como centro psiquiátrico en honor a su
nuera, que falleció con una enfermedad mental que la llevó a la locura.
Continuando con el recorrido, siguiendo por la calle principal, a mano
izquierda sobresale un mausoleo blanco con rejas negras. “Este mausoleo
pertenece a la familia Argandoña, los únicos príncipes que tuvimos en Bolivia:
Francisco Argandoña y Clotilde Urioste de Argandoña”, explica Ángel. Fue el
papa León XIII quien le concedió el título nobiliario, por su dedicada labor a
favor de la gente más necesitada. Esta pareja trajo diferentes réplicas de monumentos
europeos a Sucre, como la torre Eiffel.
“Se dice que ellos traen el primer automóvil desde Europa, ya que en esa
época se andaba en carretones”, cuenta el guía con asombro, sobre aquella
gloriosa época de finales de 1800.
Esta pareja fue la creadora del banco Francisco Argandoña, que
actualmente forma parte del Banco Nacional de Bolivia.
Mientras seguimos con el recorrido, me aventuro a conocer más sobre el
joven guía ¿Cuántos años tienes? Le pregunto. Con mirada puesta en el próximo
monumento que explicará y sin voltear para responderme, dice: “tengo 21 años
señora”.
Continuando por el camino por la calle central del cementerio, llegamos
al final de primer patio, donde sobresale el monumento a la batalla de Ayo Ayo.
“Este monumento se encuentra en el centro del campo santo y representa
la guerra federal entre Sucre y La Paz”. En esta guerra, que tuvo lugar en
1899, se disputaba la sede de los tres poderes del Estado y se enfrentaron los
universitarios chuquisaqueños contra los indígenas de La Paz.
El enfrentamiento fue en el pueblo de Cosmini en Ayo Ayo. “Fue una
masacre muy cruel. Los indígenas les sacaron el cráneo a los estudiantes, se
comieron los corazones y les cortaron las orejas, con las que hicieron una
corona como símbolo de triunfo”.
Detrás del monumento, se encuentra el segundo patio donde según Ángel:
se encuentra la gente “ya no tan privilegiada”.
En este segundo patio se halla el cementerio judío, que es privado y está completamente enjaulado. Pertenece a la colectividad israelita en honor a sus hermanos caídos de 1933 a 1945. En Europa había estallado la Segunda Guerra Mundial y los judíos huyen escapando del terror alemán. La mayor parte de esta colectividad llegó a Sucre o a la ciudad de La Paz, donde se dedicaron a la agricultura y comercio, porque no se les permitía ejercer sus profesiones.
Este cementerio privado tiene 42 tumbas y en 2008, realizaron las últimas sepulturas. Aunque el pequeño campo enjaulado luce un poco desolado, Ángel asegura que los familiares se acercan a dejar flores o piedras encima de las tumbas. “La piedra significa que los van a acompañar con el peso y el dolor de la muerte”.
Pasando el territorio de los judíos, se encuentra el tercer patio, con calles empedradas y un aspecto diferente al de los otros patios, pareciera el cementerio más sencillo, como el de un pueblito.
Tiene nichos en el lado izquierdo, donde también se encuentra el mausoleo de los beneméritos de la Guerra del Chaco. Por su parte, en el lado derecho, se encuentran los mausoleos de instituciones públicas y privadas, como el Magisterio Rural, urbanas, petroleros jubilados y también el Mausoleo Universitario.
Aquí se encuentra el monumento de la Masacre de la Calancha, en el año 2007 y al lado derecho, está el monumento a Huascar Aparicio, uno de los artistas impulsores para que Sucre pida la restitución de la sede de Gobierno.
En el camino de retorno, hacia la puerta principal, no me resigno a irme sin conocer más sobre ese joven de memoria privilegiada que nos acompañó en el recorrido.
“¿Hace cuánto tiempo que trabajas aquí?” pregunto. Esta vez, con un poco más de suerte y confianza, Ángel voltea para responder.
“Desde mis 12 años trabajo aquí, primero empecé con escalera pero luego, en el colegio, nos han enseñado más de la historia y me ha gustado”, dice, mientras explica que desde la Dirección de Turismo de la Alcaldía promueven cursos de capacitación anualmente para los que quieren ser guías.
Ángel Sánchez de 21 años, voz ronca, e insisto, con una memoria sorprendente, pasa gran parte de su día en el cementerio, para pagar sus estudios.
Él estudia Contaduría en la universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca y está entusiasmado porque le falta poco para finalizar su segundo año de estudio.
Ángel está acostumbrado a lidiar con la muerte, después de todo, convive con ella desde los 12 años. “Antes era bien sensible, cuando lloraban enterrando a sus difuntos, yo también lloraba, pero ahora ya no tanto”.
El dolor y llanto ajeno ya no penetran su sensibilidad, la rutina fue más fuerte y le puso una coraza.
Aunque las historias de héroes y autoridades son parte importante de su día a día, el guía confiesa que una de sus historias favoritas es la de “el mausoleo de la quinceañera”.
Lejos de los próceres, ésta es una chica común que estaba festejando su cumpleaños número 15 y al bajar los escalones hacia el salón de baile, cayó de nuca y falleció. “Es el único mausoleo que tiene escaleritas”, agrega a su relato.
Las paredes de este lugar no sólo
albergan 124 años de la vida y muerte del pueblo chuquisaqueño, sino que cada
rincón fue testigo de importantes fragmentos de la historia del Departamento y
de Bolivia.
Mercedes Bluske Moscoso
El cementerio vio
morir a guerrilleros y nacer la independencia, fue testigo de la sepultura de
anónimos y vio resurgir de las tumbas a grandes leyendas.
El cementerio, lejos de lo que se cree, está lleno de vida. Después de
todo, cada quien guarda su historia en su tumba. Cementerio de Sucre cumple 12
años de haber sido declarado patrimonio por la Unesco
El Cementerio General de Sucre cumple 12 años (17 años en apunte
actualizadi), de haber sido declarado por la UNESCO como el primer cementerio
patrimonial de Bolivia, el 1 de noviembre de 2004. La historia y la tradición
descansan en este campo santo y cobran vida a través de los relatos de los
guías que trabajan en el cementerio.
Si bien su construcción fue culminada en 1892, ya en 1808, las familias
poderosas de la época fueron adquiriendo terrenos para la construcción de sus
cementerios familiares. La situación actual del recinto funerario dista mucho
de la de sus primeros años de vida.
Pese a haber asumido el cargo de directora del cementerio hace sólo
cuatro meses, María Ivonne Raya Sierra, es consciente de la compleja situación
que atraviesa el camposanto respecto al espacio.
“Ya no hay nichos a perpetuidad”. Según la explicación de la autoridad,
los familiares sólo pueden alquilar nichos por cuatro años y hacer una
renovación por tres años más, teniendo derecho a sólo siete años de usufructo
del espacio.
Posteriormente, las familias deben cremar los restos y llevarlos consigo,
o adquirir un osario que puede ser usado por 20 años. Sin embargo, hay un
bloque de sarcófagos que estará a la venta a partir de diciembre y que servirá
para albergar los restos que sean cremados en el horno que funciona desde 2012.
El cementerio cuenta con un presupuesto anual por encima del millón de bolivianos y prevén que para 2017, supere los 2 millones.
Estos fondos sirven
para cubrir los sueldos del personal y los gastos de mantenimiento, los cuales
contemplan la manutención de mausoleos que están abandonados, debido a que los
familiares directos fallecieron décadas atrás.
Con 20.000 nichos, 18.000 osarios y miles de historias que giran a su alrededor, el cementerio poco a poco va terminando su capacidad de almacenamiento de restos.
Por este motivo, Raya Sierra asegura que se está gestionando con el Gobierno Municipal la construcción de un cementerio jardín. Aunque todavía no está definida la zona, los ciudadanos y autoridades esperan que el proyecto sea concretado pronto.
Son cientos los turistas que deciden conocer la historia de la ciudad de
Sucre y la historia de Bolivia, a través de las tumbas. Pues, el centenario
legado artístico y cultura que alberga el recinto funerario, así lo amerita.
Desde la Dirección de Turismo de la Gobernación, se encargan de
capacitar anualmente a los jóvenes que dan el recorrido histórico a los
visitantes. Ya sean antiguos guías, o nuevo, todos deben realizar el curso año
tras año, para estar al tanto de las actualizaciones realizadas a la ruta.
La directora del cementerio, María Ivonne Raya Sierra, explicó que los
guías tienen su propio sindicato y entre ellos se organizan para realizar los
recorridos.
Paradójicamente, el cementerio, considerado como un lugar de muerte,
cobra vida a través del recorrido turístico en el que próceres mártires y
civiles, por unos minutos gracias al relato de los guías.
Su estructura: El Cementerio General de Sucre está dividido por tres patios que a su vez están subdividos en manzanos.
En las diferentes calles del
cementerio, sobresalen obras talladas en piedra y marmol de carrara que tienen
un gran valor artístico, como el retrato de Hernan Siles Suezo tallado en
mármol de Carrara y que adorna su osario.
TODOS SANTOS
“A la
sombra de sus tumbas compartimos momentos de incertidumbre concedidos a
nuestras preguntas, compartimos esos momentos con los que dicen se fueron,
cuando lo cierto es que siempre están cerca nuestro”.
Al
recordar los nombres de los que dicen se fueron de este mundo, estallan
los latidos de bronce en lo alto de los campanarios. Son los que siempre están
con nosotros, no obstante reposar en la profundidad de las sombras.
Son
ellos, ellos, los que “vivieron su vida y los que mueren su muerte”. Los que
desde las tinieblas nos hablan, nos acompañan y nos orientan porque hay
respuestas que surgen entre lobregueces como, también, en medio del silencio
que envuelve el ámbito en que vivimos, muy cerca de los que murieron.
Nos basta
un recuerdo cercano al latido de sus corazones, porque así compartimos con
ellos nuestras horas de amor o tristeza, a fin de acercarnos pronto a sus
caricias y contemplar una aurora naciente. Ya lo ven. Ya lo vemos todos.
A la
sombra de sus tumbas compartimos momentos de incertidumbre concedidos a
nuestras preguntas, a nuestras creencias, a lo que sabemos nunca tendrán
respuestas. Compartimos esos momentos con los que dicen se fueron, cuando lo
cierto es que siempre están cerca nuestro.
Palabras
cariñosas. Ternura en la mirada. Sonrisas. Ahí están, muy cerca, como si
dijeran: no hemos muerto, estamos contigo. Sí, siempre están contigo, conmigo,
con todos los que recuerdan a los viajeros de un más allá desconocido,
nebuloso, y a la vez, tranquilo en la plenitud encantadora de los dioses del
canto llano.
Julio Ríos
La muerte está siempre cerca de nosotros, a pesar
de ello solemos vivir como si fuésemos eternos. La muerte está siempre
cerca de nosotros, a pesar de ello solemos vivir como si fuésemos eternos.
Mariana recuerda a su amiga, cuyas cenizas por voluntad suya fueron depositadas
en el divino y encantador Lago Titicaca de Copacabana. Mariana eleva una
oración, que desde el alma se eleva a través del luto, muy escotado con piel y
corazón desnudo debajo, recuerda a Patricia.
El Día de los Muertos o Todos
Santos, se conmemora desde los albores de la humanidad en todos los rincones
del planeta, así como el “reencuentro” con los espíritus, impulsado a la luz de
la esperanza. Ni lágrimas ni tristezas, tampoco miedo, sino, recogimiento y
plegarias de gratitud por la fugaz presencia de los que ya han dejado el mundo
terrenal.
En las horas de silencio en que
meditamos sobre los secretos de la vida y la muerte recordamos a quienes nos
acompañaron en el tránsito de la existencia. Esa evocación nos conduce hacia
las páginas indelebles del pensamiento humano sobre los arcanos de una vida
después de la muerte. A veces sonreímos ante las costumbres de pueblos
milenarios, cuyas ceremonias son transmitidas de generación a generación.
En Bolivia y otros países andinos
también se “come” a los muertos. En el caso nuestro, son las tradicionales
tantawawas las más representativas de la muerte, pero también se encuentran
referencias funerarias sobre otros comestibles. En las ceremonias para recordar
a los difuntos no faltan la comida ni la bebida preferidas del finado.
Si hay música, ésta no
necesariamente es lúgubre, pues también se acostumbra poner o entonar, con
guitarras u otros instrumentos nativos, melodías que agradaron a sus difuntos.
Después de cumplido homenaje, la bebida sigue consumiéndose en los hogares
durante 24 horas hasta el segundo día de noviembre. Se cree que estas prácticas
también contribuyen a un acercamiento con las almas. Aquí no hay esperanza
alguna de resurrección o reencarnación. Antonio Skarmeta rescata otra práctica:
“Lloro a mi padre porque el llanto lo integra a mi cuerpo. Yo tengo muchas
muertes en mí. No se puede dejar solos a los muertos, ellos tienen que estar
con nosotros, por eso los lloramos”.
Son ellos, ellos, los que
vivieron su vida y los que mueren su muerte. Los que desde las tinieblas nos
hablan, nos acompañan y nos orientan porque hay respuestas que surgen entre
lobregueces como, también, en medio del silencio que envuelve el ámbito en que
vivimos, muy cerca de los que murieron.
Nos basta un recuerdo cercano al
latido de sus corazones, porque así compartimos con ellos nuestras horas de
amor o tristeza, a fin de acercarnos pronto a sus caricias y contemplar una
aurora naciente.
A la sombra de sus tumbas
compartimos momentos de incertidumbre concedidos a nuestras preguntas, a
nuestras creencias, a lo que sabemos nunca tendrán respuestas. Compartimos esos
momentos con los que dicen se fueron, cuando lo cierto es que siempre están cerca
nuestro
La esperanza de la resurrección
se desprende de las promesas bíblicas. A su vez los esotéricos hablan de
reencarnaciones, de muerte y de resurrecciones continuas, en un ciclo que va
camino a la perfección. Para muchos la muerte es solo un descanso previo al
retorno a la vida. Para otros, muere la materia y el espíritu vaga eternamente.
No se alegran por la muerte de quien va a ser sepultado en un cementerio, lo
que celebran es que haya vivido 99 años.
Las tantaguaguas el día de
difuntos son adornadas con caretas de yeso representando al difunto e
intercambiadas por rezos. Si representan personas mayores o “Achachis” se les
llama “tanta achachis” (abuelos de pan) que en comunidades aimaras
(principalmente del Departamento de La Paz) de las orillas del lago Titicaca
se usan frecuentemente para construir altares o “apxatas".
La esperanza de volver a vivir en
un renacimiento continuo tiene su fundamento en los ciclos agrarios, pues las
plantas nacen, crecen, se multiplica, mueren, se descomponen y de allí vuelven
a nacer. Este principio de renacer también está ligado a los aztecas, en tanto
que los quechuas y aymaras nos hablan de vida y muerte enlazada a la
astronomía. La muerte está siempre cerca de nosotros, sin embargo, curiosamente
solemos vivir como si fuésemos eternos.
By Julio Ríos
REMEMBERING PATRICIA DE MOURNING THROUGH THE YEARS. THE BLACK GARMENT WITH THE HEART AND THE NAKED SKIN UNDERNEATH
Death is always near
us, yet we tend to live as if we were eternal. Mariana remembers her friend,
whose ashes by her will were deposited in the divine and enchanting Lake
Titicaca in Copacabana. Mariana raises a prayer, which from the soul rises
through the mourning, very low-cut with bare skin and heart underneath, she
remembers Patricia.
The Day of the Dead
or All Saints Day, is commemorated since the dawn of humanity in all corners of
the planet, as well as the "reunion" with the spirits, driven by the
light of hope. Neither tears nor sadness, nor fear, but rather, recollection
and prayers of gratitude for the fleeting presence of those who have already
left the earthly world.
In the hours of
silence in which we meditate on the secrets of life and death, we remember those
who accompanied us in the passage of existence. This evocation leads us to the
indelible pages of human thought about the arcana of life after death.
Sometimes we smile at the customs of millenary peoples, whose ceremonies are
transmitted from generation to generation.
In Bolivia and other
Andean countries the dead are also "eaten". In our case, the
traditional tantawawas are the most representative of death, but there are also
funerary references to other foodstuffs. In the ceremonies to remember the
deceased, the food and drink preferred by the deceased are not lacking.
If there is music, it
is not necessarily mournful, since it is also customary to play or sing, with
guitars or other native instruments, melodies that pleased the deceased. After
the tribute, the drink continues to be consumed in homes for 24 hours until the
second day of November. It is believed that these practices also contribute to
a rapprochement with the souls. Here there is no hope of resurrection or
reincarnation. Antonio Skarmeta rescues another practice: "I cry for my
father because crying integrates him to my body. I have many deaths in me. The
dead cannot be left alone, they have to be with us, that is why we mourn
them".
It is they, them,
those who lived their life and those who die their death. Those who from the
darkness speak to us, accompany us and guide us because there are answers that
emerge in the midst of darkness as well as in the silence that envelops the
environment in which we live, very close to those who died.
A memory close to the
beating of their hearts is enough for us, because in this way we share with
them our hours of love or sadness, in order to soon approach their caresses and
contemplate a rising dawn.
In the shadow of
their graves we share moments of uncertainty granted to our questions, to our
beliefs, to what we know will never have answers. We share those moments with
those who say they are gone, when the truth is that they are always near us.
The hope of
resurrection stems from the biblical promises. At the same time, esoterics
speak of reincarnations, death and continuous resurrections, in a cycle that is
on its way to perfection. For many, death is only a rest prior to the return to
life. For others, matter dies and the spirit wanders eternally. They do not
rejoice at the death of someone who will be buried in a cemetery, what they
celebrate is that he has lived 99 years.
The
"tantaguaguas" on the day of the deceased are adorned with plaster masks
representing the deceased and exchanged for prayers. If they represent older
people or "Achachis" they are called "tanta achachis"
(bread grandparents) that in Aymara communities (mainly in the Department of La
Paz) on the shores of Lake Titicaca are often used to build altars or
"apxatas".
The hope of living again in a continuous rebirth has its foundation in the agrarian cycles, since plants are born, grow, multiply, die, decompose and from there are born again. This principle of rebirth is also linked to the Aztecs, while the Quechua and Aymara speak of life and death linked to astronomy. Death is always near us, however, curiously, we tend to live as if we were eternal.
Julio Ríos, escritor y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), y EL ALTO PARA TODOS (2017).
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