EL PEPINO EN CUARENTENA
Por Julio Ríos Calderón
Emigraron de Francia sus atuendos, pero en la ciudad de La Paz, los nacionalizaron, los perfeccionaron, los acomodaron. Una máscara sarcástica de mirada burlona, de ojos calculados con geometría, boca de labios gruesos lista para gritar expresiones de alegría, orejas grandes para escuchar el sonido de la algarabía y, un cuerpo de cuatro figuras, dos cuadradas y otras dos alargadas, perfeccionaron su entorno físico.
Por lo estirado, cual si fuera un chorizo o un alimento que completa las ensaladas, recibió el nombre de PEPINO. Su madre fue una trabajadora de costuras, y su padre un payaso de nombre Pierrot, nacido en París.
Llega a la “ciudad maravillosa” en los días del carnaval. Su misión es hacer de la alegría un himno exagerado de coreografías sin límite. Caminar, correr, saltar, revolcarse y, molestar a todo transeúnte que recibe un seco y nada contundente golpe cual caricia de leopardo de mano de su “matasuegra” bicolor, una especie de cachiporra de cartón bordada de colores chillones, con las que el PEPINO, juega, fastidia, entretiene, ríe y también llora.
Los niños le persiguen, las señoras pitucas le huyen, las chicas los mojan con globos de agua, los jóvenes lo inundan vaciando uno, dos, tres, cuatro baldes hasta dejarlo totalmente mojado. Las avenidas Camacho y 16 de julio, se llenan de comparsas, sumándose grupos que llegan a más de mil pepinos.
Detrás de la máscara del PEPINO asoma un ser humano, puede ser una mujer, puede ser un hombre. Puede estar feliz; puede estar triste. El carnaval sólo los llama a divertirse, a alegrarse, a moverse con entusiasmo desbordado. Así cual polícromo envuelto de serpentina, este personaje eminentemente paceño olvida amarguras, vicisitudes, problemas. Mira con ojos picarescos, pero renovados, sin que se atufen o se cieguen por la angustia de sobre existir
Unas cervezas le dan valor, sin embargo y a veces este aperitivo carnavalesco lo exagera y el PEPINO pierde el sentido de la conciencia y termina echado en la calle, o en la comisaría, o muerto.
¿Podría tan curioso protagonista anónimo detrás de la careta encontrarse sobrio acaso? ¿Podría concentrarse en el ánimo que entraña el carnaval sin estar chispeado?
No. Imposible, porque la metamorfosis de ser humano a PEPINO lo convierte en un saltimbanqui audaz y zalamero. No mide consecuencias, pero controla sus pasiones y todo es broma, todo es jolgorio, todo es el espíritu de la sonrisa que asoma de su careta. Su burla de cuanta persona se cruza por su presencia; seriedad no es una palabra que afine para la circunstancia.
Ya la caer la noche, la nostalgia que cubre su careta poco a poco se apaga como un foco que desilumina la luz del carnaval. Nació unas horas, un día a un nuevo estado de vida irreal, pero muere a la felicidad para ingresar por las insospechadas puertas de la realidad.
Y el recuerdo inocente de un grupo de niños, que a viva voz expresaron durante el carnaval: ¡Pepino, chorizo, Pepino, chorizo, Pepino, chorizo! ¡Sin calzón!, surge como inferencia de la fiesta carnavalesca de la ciudad de La Paz.