Armando Soriano Badani
“El último de los Mohicanos” de
GESTA
BÁRBARA
Escribe Julio Ríos Calderón
En un mundo mágico e iluminado, de ensueño, rociado de
artistas plásticos (no hay pared que no asome atestada de cuadros en su amplio
domicilio), libros, un piano, adornos y recuerdos, vivió su metamorfosis y su
proceso un poeta, escritor, ensayista, cuentista, abogado y diplomático de
expresión alegre y bondadosa: Armando Soriano Badani.
Un hombre de físico fuerte, más alto que bajo,
fisonomía fuerte sin ser dura, anteojos que fundían los cristales con las
pupilas achicadas, bigotes convertidos en auténticos mostachos porque jamás
renunciaron a sus sueños de espesura, y ojos de mirada achinada, dulce y
sonriente.
Para llegar a su casa se tenía que ascender la calle
Guerrilleros Lanza, desde el Estadio Hernando Siles, por un sendero y muchos
escalones de piedra, como buscando en la montaña, la gruta secreta en que se
oficiaba el rito intelectual del propicio culto a la literatura. Un permanente
y generoso servicio a la cultura, por el que Bolivia tiene un gran
reconocimiento, recuerdo y retrato de un gran humanista. Un hombre bueno.
Su entorno íntimo, le decía el “Chino” Soriano, y
Armando Soriano Badani, recibía la expresión con mucho cariño y la correspondía
con insondable dulzura. Su hijo Ramiro heredó inevitablemente tan simpática
denominación.
¿Cómo conocí a tan notable personalidad? Se expresa
que todos los caminos conducen a Roma. La versión sencilla subraya que todos
ellos se muestran con el mismo significado en demostrar que hay muchas maneras
de llegar a un mismo objetivo. Pero la más acertada, corroborada por Armando
Soriano, es que muchos historiadores creen que el origen de la frase está en el
Milliarium Aureum, un monumento erigido en el año 20 a. C. por el emperador
Augusto en el Foro de la Antigua Roma y que marcaba el punto de arranque de
todas las calzadas romanas.
El primer camino me retrotrae a la circunstancia del
año 1970. Mi bisabuela materna se llamaba Paulina Neira Villalba, madre de mi
abuelo Arturo Calderón Neira, por tanto conocí al abogado Javier Arce Villalba,
en un viaje a Sapahaqui, cercano al pueblo de Miluacho donde se levantaba la
hacienda de muchas hectáreas de Carlos Lanza Villalba, en el que participaron
cuatro familias, los Lanza Villalba, los Arce Virreira, los Quiroga Arce y los
Ríos Calderón. Hay sin duda un parentesco lejano con Javier, quien interrumpió
su vida luego de 100 años de existencia.
El tiempo transcurrió, y un asunto mío provocó visitar
el bufete Arce Soriano Valle. Ahí conocí por primera vez a Don Armando,
poseedor de una personalidad única e inalterable hasta sus últimos días. Pero
el otro camino se presentó durante mi ingreso a la Sociedad Coral Boliviana,
animado por Jorge del Carpio y Jorge Muñoz Mariaca. La institución la dirigía
el Maestro Wolfgang Kudrass, docente de música del Colegio Alemán. Aquí conocí
al hijo, Ramiro Soriano Arce, quien estaba a días de egresar del Conservatorio
Nacional de Música, cuando yo estaba recién ingresando. Mi maestra en teoría y
solfeo, era la esposa de Don Armando y madre de Ramiro: Etna Arce de Soriano.
Mujer extraordinaria, muy seria y par de opuestos del esposo, hecho que hizo
que la pareja tuviera la mejor relación, más aún si aplicamos las leyes de la
causa y efecto o del choque de contrarios. Por tanto un matrimonio feliz de
cuya unión conyugal nacieron, Ramiro, Pilar, Oscar y Javier, hijos
excepcionales y herederos de un ejemplo de dignidad ilustrada.
Hasta el momento sólo se mostraron referencias. No
hubo el acercamiento que años después cayó como una bendición. Se ganaron otras
etapas. Mi amistad por ejemplo, con Raúl Alcazár Machicado desde muy niños,
hizo que conociera a Raúl Alcázar Velasco, médico inquieto de formación
intelectual y afición por investigar hechos históricos, entre ellos el
nacimiento de GESTA BÁRBARA. Otra familia que tuvo como tronco al notable
escritor Moises Alcázar.
Todavía no se había consumado mi llegada rumbo a Don
Armando. Se libró, entonces, la más importante, mi amistad también de juventud
con Mariana Baptista Alvarez, hija de Mariano Baptista Gumucio “El Mago”, un
amigo íntimo de Armando. Con Mariano trabajé en Última Hora y tuve oportunidad
de conocer su obra y sus inquietudes. Otro gran hombre de la literatura, el
periodismo y la historia.
El destino me deparó cambiar de empresas editoras de periódicos, y esta vez fue el Matutino Hoy, de Carlos Serrate Reich, donde consolidé mi formación periodística y mi acercamiento de amistad con este inquieto abogado que me vinculo con esa gran mujer que fue una devoción para Carlos, Martha Valdivia. Su fallecimiento tuvo efectos insuperables en el ánimo del marido.
Fue el Periódico HOY el que me acercó definitivamente
a Don Armando, con muchos hechos que me permitieron aprender, consultar,
aconsejarme y tenerlo como mentor en su calidad de Director del Suplemento y
revista dominical cultural y literaria de la casa periodística.
Su manera de hablar se manifestaba florida y
cadenciosa. Habiente de un rico vocabulario y de un singular sentido del ritmo,
estos dones provenían del dominio de la métrica y de la aptitud para la rima,
así como del oído filomusical que únicamente los poetas natos llevan en el
corazón.
Luchó por aportar con su fina actitud a esa gran obra
inacabada siempre y que es nuestro fin: el progreso de la humanidad en la que
deben asomar la justicia, el amor y el intelecto. Más de treinta libros entre
ensayos, cuentos, poesía y pintura, son su legado. La rica pinacoteca de su
casa, cuelga muchos de los cuadros sobre los que él escribió con un lenguaje
amoroso, prolijo y apasionado.
Varias fueron mis visitas a su casa y a su bufete en
el Edificio Mariscal Ballivián, y en cada reunión yo salía con un libro suyo.
Recuerdo su obra Caleidoscopio; el mismo recitó en es su tono adornado de
ternura, pero con la pronunciación pícara que dio lugar a un verso de tinte
erótico: “Breves colinas que tu busto inflama/ recónditas caricias fiel
reclama/ con enhiesto temblor de frágil calma.”
“Asedio de Nostalgias”, fue otro libro que me
obsequió, donde un capítulo de poemario escribía una “Plegaria íntima” para
Gonzalo Silva Sanginés: “Tufigura entrañable comada/ de la diafanidad de tu
espíritu/ buceador de los sueño infinitos/ ha quedado tronchada como rama
florida/ del árbol luminoso de tu existencia límpida de sombras”.
No hay carnaval en el que esté presente Armando. En
los días en que la fiesta termina, aparecen sus versos dedicados al pepino:
“Policromo turbión de serpentina/ colorido aguacero de mistura/alegría fugaz
que se avecina/al son del carnaval que se inaugura./ Risa y placer la fiesta
vaticina amenguando el dolor y la amargura./ Y en la embriaguez de alcohol y
colombina/se descubre una frágil aventura./ Saltimbanqui sagaz y zalamero/es de
la fiesta el rey y el libertino/es el gentil y audaz, caro pepino./ Al pueblo
hace feliz, noble embustero/ocultando en el llanto la secreta nostalgia que
recubre su careta”. Yo lo recito a mis amigas, amigos, grupos, reuniones que
coinciden con el carnaval paceño.
Durante una visita a Potosí, el entonces Director de
la Casa de la Moneda, Wilson Mendieta Pacheco, rememoró GESTA BÁRBARA como raíz
nacida en la Villa Imperial. Me acompañó a la calle Quijarro y grande fue mi
sentimiento cuando advertí que junto a esos “bárbaros”, Arturo Peralta,
Gamaliel Churata, Carlos Medinaceli, Wálter Dalence, Alberto Saavedra, Armando
Alba, Fidel Rivas, Armando Palmero, Celestino López, María Gutiérrez, Daniel
Zambrana, José Enrique Viaña, Valentín Meriles, Laureano Paredes, aparecía mi
abuelo paterno David Ríos Reinaga.
A mi llegada a La Paz visité a Armando para narrarle
mi experiencia. –Querido–, me dijo, aún puedo escuchar la historia de la
segunda generación de Gesta Bárbara de los labios de mis compañeros, amigos,
hermanos, como los consideraba a Julio de la Vega y Jacobo Liberman. Yo
integre el trío –aclaró–.
Apreciar las cualidades personales del poeta, y reconocer los méritos de su penetrante calidad humana de su señorío bañado de entereza espiritual y la generosidad con la que riega su talento son solo la cotidianidad del trato de la conversación exquisita. Soriano equilibró siempre su solicitud, amabilidad y respeto con la ardiente defensa de sus posturas. En los últimos años, cuando la salud le fallaba, nos enternecía escuchar en mis visitas, sus recuerdos como el elefante que conoce vidas anteriores.
Rememoró una oportunidad histórica, en la que Raúl
Alcázar Velasco, por intermedio de Raúl Jr. se facilitó a los miembros de GESTA
BÁRBARA la sala de música de la inmensa casona materna donde habitaba su hijo
Raúl, en “El Prado”. Les servía de locutorio para que procesaran junto a
Mariano Baptista Gumucio y Raúl Alcázar Velasco, largas y bulliciosas
grabaciones repletas de humor y sabiduría, a veces con la presencia del
fallecido médico Luis Palacios yerno de Julio de la Vega, como un prolegómeno
de Confidencias, programa radial que aún se produce en La Paz.
La relación entre tertulios se mantuvo junto a otros
ocho entrañables amigos durante muchos años en un almuerzo mensual. Más
adelante lo hacían en una tarde cada 30 días en el café del Hotel Radisson de
la Avenida Arce, a la que alguna vez “me colé”. Allí estaban Armando Soriano,
Mariano Baptista, Julio de la Vega, Carlos Serrate Reich, Valentín Abecia, Raúl
Alcázar Velasco, Bernardo Baptista y Fernando Baptista Gumucio
Importaba realmente aquello que trascendió del
contenido anímico de Armando, consecuencia del sensitivo poeta en que su
extroversión se expresaba con toda la fluidez de la inspiración espontánea
dentro del dominio de las formas, la feliz interrelación de fondo y forma que
daban a su poesía. La dimensión de la tarea acabada y madura para ilustrar de
parte de los sentidos e inteligencia de Soriano, eran más que un bálsamo para
quienes disfrutamos de él.
Soriano enriqueció el quehacer de Gesta Bárbara, dando
cuenta de una reunión, en realidad de una tertulia en la Biblioteca Municipal
de la plaza del estudiante de La Paz. Me habló de Gustavo Medinaceli, Beatriz
Schulze, Valentín Abecia Baldivieso, Santiago Schulze, Federico Varela, José
Federico Delós, Fausto Aoiz, un artista sordo mundo con gran voluntad para
poder expresarse, Óscar González Alfaro, Héctor Burgoa y Alfredo Loaiza Ossio.
“El fue quien exhibió sus cuadros con Gesta Bárbara a los 16 años, retratando a
la mujer potosina. Ahí se firmó el acta de fundación de la segunda generación
del movimiento. Se sumaron al grupo selecto, intelectuales como Carlos Montaño
Daza.
Don Armando destacó los nombres de Mario Miranda
Pacheco, comparable a la del mismo René Zabaleta Mercado, quien ingresó a
GESTA BÁRBARA en Oruro en 1953 junto a Jorge Calvimontes y a Jacobo Liberman
(el mayor erudito sobre Simón Bolívar en la nación) a Alberto Guerra Gutiérrez,
el maestro minero orureño de barba y cabellera blanca de la que Armando escuchó
decir: “Mi casa tiene ojos claros como el alba, y una rosa enamorada atisbando
por rendijas de su puerta que es mi propio corazón hecho de maderas dulces y de
esperanza”. Se sumó luego Alcira Cardona Torrico, autora del trascendental
poema “Carcajada de Estaño".
Don Armando, en una suerte de itinerario histórico, me
comentó de Antonio Terán Cabero al que respetó profundamente y quien fue
referido como el Soldado Terán. El mote de soldado le cayó porque mientras se
anexaba a Gesta Bárbara, le tocó el servicio militar, y tenía que asistir a los
recitales de uniforme. Terán, a los 72 años, conquistó el Premio Nacional de
Poesía.
Don Armando estiló por capítulos continuar con esta
apasionante historia de la cultura y la literatura de GESTA BÁRBARA. En otra
oportunidad nombró a Jaime Canelas, Héctor Cossío Salinas de quien Soriano
recitó: “Compadéceme, amor, que no soy dueño de mi propia existencia en la
terrible serenidad de tu postrer olvido”.
Le llegó el turno a Gonzalo Vásquez, luego a Carlos
Mendizábal, Ramiro Bedregal, Óscar Arze Quintanilla (condecorado en México),
Hugo Molina Viaña, Jorge Suárez, (autor de El otro gallo), y a María Quiroga
Vargas. También fueron parte de esta cruzada Héctor Cossío, quien escribía
sonetos de humildad. Soriano recitó: “¿Dónde está la sustancia verdadera que hizo
del trigo, pan; del amor, beso, de los sedientos labios, embeleso, y del sueño
una eterna primavera?
Otro bárbaro, recordó Soriano, fue Gonzalo Vásquez
Méndez, quien pregonaba estas frases: “Este país tan solo en su agonía, tan
desnudo en su altura, tan sufrido en su sueño, doliéndole el pasado en cada
herida”; Óscar Alfaro el poeta de los niños, Armando Alba Zambrana, quien
recuperó y restauró la Casa de la Moneda, Jaime Canelas López, quien en sus
versos nos decía: “Cuando el viento repique sus bronces de aguacero, mi humedad
dará un lirio por los brazos de mi cuerpo”; Gonzalo Vásquez, Carlos Mendizábal
y Ramiro Bedregal fueron los seguidores.
Vayamos al grano, a lo concreto, fue mi pregunta
tácita a Soriano: ¿Qué era GESTA BÁRBARA? La respuesta: Un competente de
reconocidos hombres de altos niveles de cultura y literatura, además exigentes en su escritura. En medio de sus afinidades ideológicas
manifestaban una identidad propia en su trabajo literario. En ellos se
expresaba una pasión sincera por el acontecer histórico del país, y un
sentimiento de justicia social extendido a parte de su obra poética.
Persecución, cárceles y exilio fueron parte de su condición creativa.
–GESTA BÁRBARA– querido, me dijo con cariño Don
Armando, sigue siendo, como fue en su origen, la trinchera de combate. Con la
pluma como arma también se puede ser un luchador. Rebeldes, iconoclastas y
subversivos”, así la describió Demetrio Reynolds.
“Todos éramos absolutamente libres, tanto que si bien
algunos asumían inclinaciones izquierdistas, habían otros con ideologías
opuestas, pero todos éramos respetados, éramos igual queridos”, me explicó
Soriano.
“Lo de Gesta fue realmente un movimiento literario
importante y además nos divertíamos mucho, éramos unos poetas hualaychos. El
jefe, Gustavo Medinaceli, descubrió en su casa revistas de Gesta Bárbara de
1918, la primera generación, donde había poemas y eso lo llevó a fundar nuestra
Gesta Bárbara que nació en La Paz en 1944”.
¿Dónde se congregaban? “Nos reuníamos en El Prado de
La Paz, en el café Domec, y desde sus mesas cercanas con la acera de la calle,
éramos unos bárbaros encorbatados como para ir a un festejo, en acción de
piropear a las jóvenes damas que transitaban por el lugar. Serás mía o de
nadie. Mi amor es como un barco que ancla en cada puerto susurraba Valentín
Abecia. ¿Qué sabes tú mujer, qué sabes del amor a manos llenas? murmuraba De la
Vega. Y luego del Domec salíamos en tropel a la calle Aspiazu esquina Ecuador,
donde se servía el mejor singani de Cinti de la ciudad, el Singapur”.
“Otra tarde –prosiguió Soriano–, surgió el chisme de
que Jacobo Liberman se había comprometido con la hija de un coronel. Cuando el
padre de la novia se enteró exclamó: ¿Este judío se va a casar con mi hija?
Antes yo lo mato a balazos. El ultimátum provocó que los poetas bárbaros nos
pertrecharamos con piedras y palos como en una movilización de cocaleros y se
dirigieran a la casa del militar dispuestos a romperle los vidrios de las
ventanas, vociferando: ¡Viva Liberman! ¡Muera el coronel!”
Complementó que Gustavo Medinaceli, el más bárbaro de
todos, irrumpía en los recitales desde cualquier parte del auditorio, menos
desde el escenario. Para continuar la obra en curso empezaba con otro texto que
nada tenía que ver con el anterior.
Conservo los ejemplares subrayados por don Armando de
su Antología del Cuento Boliviano, género del que es un verdadero maestro.
Recuerdo que él tenía que leer por las tardes, después de las 16:00, en la sala
de espera del Estudio jurídico Soriano, porque el horario no le permitía
asistir a sus clases magistrales en la UMSA. Recuerdo que a la primera
pregunta, don Armando replicaba festivamente: “Querido tienes que leer a
Nicolás Fernández Naranjo y sus géneros literarios”.
Don Armando ha publicado en honor al amor de sus
amores, su esposa fallecida, su tierno y profundo poemario, un sobrecogedor
volumen que a pesar de que el autor cumpliera 94 años, caló hondo en el alma de
nosotros, sus lectores.
De él escribió Liberman: “Soriano, por favor, y no
digo nada original, no está para otoños, él es un poeta comprometido a escribir
un siglo de poesía y su lugar en la lírica boliviana se encumbra a la altura de
esta tierra”.
“Y a pesar de las publicaciones de prensa que aseguran
que yo Armando Soriano Badani soy el último sobreviviente, el último caballero,
el último vate, el último corsario de Gesta Bárbara, no es verdad, vive también
el poeta Antonio Terán Cabero. Ambos símbolos de una portentosa era llena de
notables y prominentes ciudadanos y ciudadanas. Yo y Terán, los últimos
hidalgos, la sal y la pimienta, la dama y el vagabundo. Patriarcas vivos de
esta Bolivia tan ingrata. Genios absolutos, gente entrañable de extraordinario
peso intelectual. Sin duda la reserva moral de la nación”.
Nadie sabe cuándo nacen los poetas de esta magnitud.
Sólo sabemos que cada cien años, un día de esos, la vida nos da la gracia de
encontrarlos, de sentirlos, de apreciarlos. Ambos son un milagro viviente,
leerlos es una obligación ineludible. No hay otro camino para rozar, o al menos
escudriñar el centro vivo de su misterio.
Mucho platicamos con Armando, y producto de esas
conversaciones que parecían verdaderas conferencias en privado y para un
expositor y un escuchante, se constituyeron para mí en otra herencia grabada de
manera indeleble en mi memoria. Armando estaba ya delicado, pero le vaticinamos
que conquistaría los 100 años, como lo hizo su socio Javier Arce. Pero la vida
es otra y la muerte se la percibe, como que se la exige.
Falleció Armando Soriano Badani, a los 96 años. Fue mi
mentor y tuve el privilegio de trabajar con él, en la Revista Domingo del
periódico Hoy y la Hoja Literaria del mismo. De ambos, Armando Soriano Badani,
era el director.
Reconocido poeta, escritor, abogado y diplomático
boliviano, don Armando formó parte de la Academia Boliviana de la Lengua. Hasta
aquel viernes 28 de febrero. Fue el último sobreviviente de la segunda
generación de Gesta Bárbara, que se fundó en La Paz bajo el influjo de Carlos
Medinacelli.
Sabemos que la muerte es un problema de los vivos que
nos quedamos huérfanos de nuestros seres queridos, a los que tanto necesitamos.
No importa la edad. Noventa y seis años para Soriano dan testimonio de haber
confesado, él, que ha vivido mucho y con destacada dignidad, claro ejemplo de
un hombre que escuadró su camino recto con una brújula a la que podemos llamar
una plomada de vertical y correcta existencia.
Nosotros hemos perdido a un hombre entrañable y
enormemente querido por todos los que le conocíamos, y con quien hemos tenido
el privilegio de compartir tantos trabajos, tantas reflexiones y también tantos
momentos de sana alegría. Hemos perdido a un gran Maestro, referente de tantos
de nosotros, a quienes tanto y con tanta fraternidad y paciencia instruyó.
Estos y otros muchos detalles de su gran humanidad nos
acompañarán siempre, así como su imagen en nuestros trabajos, siempre cuidada y
elegante, a través de la que transmitía no sólo su humano comportamiento, sino
el profundo respeto al trabajo literario.
Bien visto, todas las vidas son inconclusas y
solamente cuando se entregan a la familia, los amigos, los hermanos, los hijos,
los nietos, éstos las terminan, como un artesano, dándoles la forma definitiva
de su verdad y de su esperanza.
La última de esta historia de Armando Soriano, de la
que no podemos ahuyentar la tristeza, nos impone ser fuertes para seguir
luchando y para aceptar nuestro destino con dignidad y sin temor.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la
olvidan; y no basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre
delante. Entonces, la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y
alegre. Armando nos deja el recuerdo de su obra, de su ejemplo y la esperanza
de que un día, por la bondad de Dios, hemos de volver a reunirnos para siempre.
“Ignoro cuándo fue mi ternura / mansa de otoño y
triste ceniza, / se encendió por la savia que inaugura / misteriosa emoción que
me esclaviza. / Qué importa interrogar en el secreto / si fue la miel de su
frutal aliento / que atibió mi dormido sentimiento”, versos de don Armando hoy
guardados en el Arca de la Alianza, un caja de madera que simboliza la
inmortalidad.
Don Armando está al lado de la compañera de toda su
vida, que se adelantó en el camino, Etna Arce de Soriano. Dejó entre nosotros a
sus hijos, Ramiro, Pilar, Oscar y Javier, a sus amados nietos,y a todos sus
parientes y amigos, que hoy por su partida, se entibió el calor de la vida del
poeta nato. Yo abrigo mis recuerdos releyendo su poemario “Asedio de
Nostalgias” que en su primera página, la letra del poeta dice: “Para Julio
Ríos, talentoso literato de sensitivo espíritu, con el afecto de Armando”, La
Paz marzo de 2008.
La obra la dedicó a Etna su amada esposa: “En un rumor
de gris melancolía llegan desde las sombras del pasado las quimeras que la
memoria espía con el fervor de todo lo soñado”.
Se fue recitando a Tamayo: Yo fui el orgullo como se
es la cumbre, / Y fue mi juventud el mar que canta. / ¿No surge el astro ya
sobre la cumbre?/ ¿Por qué soy como un mar que ya no canta?/ No rías, Mevio, de
mirar la cumbre / ni escupas sobre el mar que ya no canta. / Si el rayo fue, no
en vano fui la cumbre,/ Y mi silencio es más que el mar que canta.
Armando Soriano Badani, nació en Cochabamba el 2 de
septiembre de 1923, falleció el 28 de febrero del año 2020. Terrible es la
muerte, pero cuán apetecible es también la vida del otro mundo, a la que Dios
nos llama.
Julio Ríos
Calderón
La Paz, 14 de mayo de 2024
Julio Ríos Calderón, nació en LA PAZ BOLIVIA, el 12 de julio de 1956. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, estudió en las universidades Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, Sucre y Universidad Católica San Pablo de La Paz. Hizo un diplomado en investigación periodística en la Universidad de la Jolla, en San Diego California USA. Ha sido Presidente y Director General CEO de la revista especializada en turismo GBT. Ha ganado el PREMIO INTERNACIONAL DE PERIODISMO MARRIOTT GOLDEN CIRCLE AWARD. Como periodista ha visitado 50 ciudades en Latinoamérica, Centroamérica, Norteamérica y Europa. Es escritor, periodista y crítico de arte. Es columnista del periódico PÁGINA SIETE de la ciudad de La Paz. Sus padres fueron Mario D. Ríos Gastelú, escritor y periodista, y Elva Calderón de Ríos, profesora de lenguaje. Tiene un hijo Juan-Cristóbal Ríos, cineasta: escribió la película boliviana QUIEN MATÓ A LA LLAMITA BLANCA. Por otra parte, hizo estudios de filosofía contemporánea. En la actualidad se desempeña como consultor y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO, la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera Edición 2008 y Segunda Edición 2016), EL ALTO PARA TODOS (2017), Historia de ALCOS (2021), LA GENERACIÓN NINI en co-autoría con Alberto Liendo Romero (2023), UNA HISTORIA PARA CONTAR (2024).