LETRA Siete
LA SINFONÍA No. 3 DE BRAHMS Y
DOS SUITES DE RAMIRO SORIANO
El maestro y la Sinfónica se lucieron en una reciente presentación con los arreglos de la “Suite boliviana” y de una de las más bellas obras musicales de todo tiempo y género.
Julio Ríos Calderón
LETRA SIETE, PAGINA SIETE, domingo 4 de septimbre de 2022
En el arreglo contrapuntístico y armónico, eminentemente moderno en la línea de la música clásica contemporánea, Soriano fusionó diversas técnicas musicales; sumó una colección de estilos e ideas de distintas fuentes, ejecutadas con magistral arte sonoro.
La batuta, sin vacilación de un gran maestro, demostró sobradamente conocer las peculiaridades de la Sinfonía Nº 3 en fa mayor, Op. 90, de Johannes Brahms. La dirección fiel a composiciones dotadas de una emocionalidad tan exaltada, puso de relieve la capacidad de mesura y de autodominio.
Inició el primer movimiento, Allegro con brio. Expuso un tema en el que el esquema fa-la bemol-fa se lleva todo el protagonismo. La elección de esta combinación de notas no es casual: en el sistema de notación alemán se transcribe como “F-A-F”, lo que se corresponde con el lema vital del músico: Frei aber froch (Libre pero contento). Soriano, permitió escuchar los compases iniciales a cargo de la sección de instrumentos de viento, en el tono necesario para el estallido del tema.
El conductor invitado por la Orquesta Sinfónica Nacional, combinó calma, melancolía y momentos de intensidad emocional con la técnica de quien conoce perfectamente el espíritu de la obra. Continuó el segundo tema, sobre la impronta del primero ―que nunca va a llegar a desaparecer del todo―, y fue confiada al clarinete solista cargado de delicadeza y ternura. Tras él, llegó el tercer tema, el más complejo y desarrollado, que concedió el protagonismo al oboe. El resultado, una gran exégesis de Ramiro Soriano. Se trata de una pieza difícil de olvidar por su belleza cromática y su aparente sencillez. Una de esas felices e inagotables composiciones en las que el público asistente al Centro Sinfónico, jamás dejará de apreciar las sensaciones disfrutadas en dos días de concierto el 24 y 25 de agosto.
El segundo movimiento Andante, Soriano lo dilucidó de modo sencillo, entreverando una sensación de reposo para el público. Reveló la intensidad dramática característica del fragmento anterior
Junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, Ramiro Soriano Arce ratificó, el 24 y 26 de agosto, el talento y la amplia formación musical en todos los ámbitos. Destacó la armonía, análisis, composición e instrumentación de la Suite orquestal de su autoría, la Suite boliviana y la Sinfonía N. 3 en fa mayor de Johannes Brahms.
El concierto tuvo lugar en el Centro Sinfónico Nacional, donde el cometido de tan excelente director de orquesta, fue de inspiración para los músicos de la Sinfónica, que pudieron transmitir el espíritu de las tres composiciones musicales. A partir del estudio de las partituras, alcanzó con éxito unificar la interpretación de las obras, iniciando su plausible participación con la Suite orquestal.
Desde caporales (danza de expresión artística surgida a fines de la década de los 60, como síntesis de una serie de influencias culturales que ingresó al imaginario boliviano), luego el Nocturno (una pieza tocada a momentos, generalmente en fiestas de noche), hasta el tema morenos (danza propia del área andina sudamericana al son de la música da cuenta de la vida cotidiana).
Soriano y la Orquesta se lucieron con los arreglos y posibilidad de exaltar la participación de los integrantes que ejecutan instrumentos de viento, como la trompa, el trombón. La segunda entrega fue la Suite boliviana, también de su autoría en los arreglos; a partir de una exquisita armonía, en una perspectiva contemporánea, transmitió la indeleble canción No le digas. Retrotrajo la profunda intensidad de la letra: “Si te encuentras con la trini/ No le digas que sufrido/ Dile que en los campos me viste buscando/ Lirios para sus trenzas/ Dile que en los campos me viste buscando/ Lirios para sus trenzas”
Jaime Saenz, autor de Felipe Delgado, narra ese paseo por las oscuridades de la ciudad que un día se llamó “La Paz de Ayacucho”. De ahí saldría la letra de la más hermosa cueca boliviana con música de Willy Claure y del Jechu Durán.
La Suite incluye cullaguadas (danza que hace referencia al oficio de tejedor, tanto de hombres como mujeres); más adelante El Haragán (taquirari de la música popular del oriente boliviano); huayños (baile colectivo de recorrido en hilera, cantando al danzar un texto en que conviven el quechua, el aymara y el español, dando muestras de una manifestación cultural autóctona). Concluyó la obra con una Acuarela (que incluye una variada coexistencia de temas nacionales), y el Clásico paceño, que lleva en alto el entusiasmo cuando el público imaginó un partido de fútbol entre Bolívar y Strongest.
En el arreglo contrapuntístico y armónico, eminentemente moderno en la línea de la música clásica contemporánea, Soriano fusionó diversas técnicas musicales; sumó una colección de estilos e ideas de distintas fuentes, ejecutadas con magistral arte sonoro.
La batuta, sin vacilación de un gran maestro, demostró sobradamente conocer las peculiaridades de la Sinfonía Nº 3 en fa mayor, Op. 90, de Johannes Brahms. La dirección fiel a composiciones dotadas de una emocionalidad tan exaltada, puso de relieve la capacidad de mesura y de autodominio.
Inició el primer movimiento, Allegro con brio. Expuso un tema en el que el esquema fa-la bemol-fa se lleva todo el protagonismo. La elección de esta combinación de notas no es casual: en el sistema de notación alemán se transcribe como “F-A-F”, lo que se corresponde con el lema vital del músico: Frei aber froch (Libre pero contento). Soriano, permitió escuchar los compases iniciales a cargo de la sección de instrumentos de viento, en el tono necesario para el estallido del tema.
El conductor invitado por la Orquesta Sinfónica Nacional, combinó calma, melancolía y momentos de intensidad emocional con la técnica de quien conoce perfectamente el espíritu de la obra. Continuó el segundo tema, sobre la impronta del primero ―que nunca va a llegar a desaparecer del todo―, y fue confiada al clarinete solista cargado de delicadeza y ternura. Tras él, llegó el tercer tema, el más complejo y desarrollado, que concedió el protagonismo al oboe. El resultado, una gran exégesis de Ramiro Soriano. Se trata de una pieza difícil de olvidar por su belleza cromática y su aparente sencillez. Una de esas felices e inagotables composiciones en las que el público asistente al Centro Sinfónico, jamás dejará de apreciar las sensaciones disfrutadas en dos días de concierto el 24 y 25 de agosto.
El segundo movimiento Andante, Soriano lo dilucidó de modo sencillo, entreverando una sensación de reposo para el público. Reveló la intensidad dramática característica del fragmento anterior, donde los asistentes pudimos relajarnos y disfrutar de los dos temas principales que lo componen, de una instrumentalización tan leve que perfectamente podrían ser tomados para música de cámara. La serenidad de este movimiento quedó clara en su compás de 2/4, y en realidad sirvió para estimular en el auditorio el estado de ánimo necesario para continuar con el celebérrimo tercer movimiento.
Poco allegretto, en 3/8, es el movimiento más popular que jamás compuso Brahms, y posiblemente de una de las más bellas y emocionantes obras musicales de todo tiempo y género. Soriano, desde sus primeros compases, asomó su belleza y la pasó a diseccionarla técnicamente. Llamó la atención sobre el hecho de que todo el fragmento se asienta sobre una frase melódica que, más que desarrollada, resulta reinterpretada una y otra vez por los distintos instrumentos de la Orquesta: una de esas genialidades sobre las que Ramiro se detuvo para imponer el mayor brillo.
La sinfonía concluyó con el movimiento Allegro alla breve, dirigido con gran tensión emocional, en el que expresó tres temas, de los que tan sólo dos fueron completamente desarrollados, antes de llegar a una coda en la que se retoma en Pianissimo, el tema de apertura de la sinfonía y donde ya no queda absolutamente nada de la energía precedente.
El conductor combinó
calma, melancolía y momentos de intensidad emocional con la técnica de quien
conoce perfectamente el espíritu de la obra.
Julio Ríos Calderón / Escritor y consultor