ADIÓS A UN NOVELISTA BOLIVIANO
In memoriam,
Enrique Rocha Monroy
ESCRIBE Julio Ríos Calderón
Revista Literararia ANDO sábado 16 de abril de 2022
Faltaba menos de un mes para que cumpliera 90 años, y murió el viernes 15 el la ciudad de La paz. Se enterrará mañana domingo, en el Cementerio Jardín. "Enrique fue mi maestro: me dejó una biblioteca cuando se fue a La Paz, que enriqueció con bellos libros que compraba en La Paz y me los enviaba. Así formó a otro escritor, quizá menos brillante que él, pero con el mismo tesón, escribe en su cuenta de Facebook, su hermano Ramón, a propósito del fallecimiento de Enrique Rocha Monrroy.
El escritor, que se ubicó entre los más importantes de la narrativa boliviana, causalmente nació en Tarija. Este departamento boliviano celebró sus efemérides y aniversario el 15 de abril, fecha del fallecimiento del novelista, el amigo y el hombre también político y diplomático.
Su novela “Los cuatro tonos”, acercan consideramos que desde una perspectiva creativa permite entrever una nueva forma de narrar. En su afán paródico, la obra conquista el objetivo óptimo de la experimentación narrativa, a saber, vale decir la creación de diferentes contenidos por la vida armando nuevas formas literarias.
Otra novela escrita fue “Sentina de escombros”, ambientada en la ciudad de Cochabamba, Bolivia. El tema de la identidad nacional se expresa en las líneas de la psicología colectiva, de la idiosincracia individual, de las costumbres, etc., y es en la novela avasallada de escombros donde uno encuentra una autenticidad absoluta.
Con la misma brillantez y éxito del guatemalteco Miguel Ángel Asturias y del colombiano Gabriel García Marquez, Rocha Monroy penetró por esos rumbos. Por ejemplo, Rocha ha presentado “La Cancha”, sitio comercial muy popular donde se encuentra de todo, entre ropa, objetos, equipos de música, televisores, con una autenticidad extraordinaria.
Un material bastante difícil de manejar porque implica un compromiso grave para el escritor pues esa herramienta no tiene mayormente nobleza para satisfacer las aspiraciones de un escritor; es de un realismo que, a ley de legitimidad un escritor tiene que manejarlo. Y sin embargo, Rocha lo hace con originalidad, con gran elocuencia, con un caudal enorme, avasallador. Entonces llega a tomar, llega a aprisionar no solamente la atención, sino el efecto, la curiosidad de la gente.
En la amenidad de todas las escenas que describe hay dos donde asoma su maestría, una peculiaridad suficiente para otorgar a Enrique Rocha Monroy potencialidad inédita en temas costumbristas que se reviste de nuevo estilo a la narrativa contemporánea. Uno es de la referida “cancha”, colorido y picante mercado de Cochabamba donde el autor desaparece como sujeto observador y se confunde, se dispersa en la multiplicidad de objetos, personas, mercaderías, vocerío, palabras al vuelo.
La novela “Medio siglo de milagros” tiene un género picaresco de fabricación nacional. Género que cultivaron los escritores españoles del “Siglo de Oro”, se nos presenta modernizado en esa novela ingeniosa, óptima en recursos expresivos, incluido nuestro castellano mestizo, barroco y popular. Además de la riqueza del vocabulario oculto en el libro de Rocha Monroy, sobresale con el detalle de su composición objetiva al ejercicio coloquial del lenguaje popular con que trasunta la manera de ser, el alma, de los personajes de las clases media y originaria, de diferentes regiones del país.
Sin alarde imitativo, Rocha hace suyo un nuevo castellano amestizado, con fidelidad e ingenio que recuerdan al cubano Cabrera Infante. Por los antecedentes expuestos, es justo catalogar “Medio siglo de milagros” entre las obras clásicas de la literatura boliviana.
Hacia 1990 Enrique Rocha Monroy lanzó una definición de novela al decir: La forma literaria llamada más que las otras a interpretar la vida en la novela. La trama se basa en pedazos de vida, que no necesita haber acontecido en la realidad, sino que ha sido inventada por un individuo, el escritor.
Rocha Monroy después de tan vasta producción literaria, ante su fallecimiento nos adelantamos ahora a su tumba e imaginamos una columna rota o sin acabar, símbolo de que el trabajo del escritor quedó inconcluso o de que uno de los pilares de la vida se ha roto. Todas las existencias son indefinidas y solamente cuando se prodigan a los amigos las concluímos, como un constructor, burilando la forma final de su autenticidad y de su confianza. La última de este itinerario del escritor y político Enrique Rocha Monrroy, de la que no podemos ahuyentar la tristeza, nos impone ser fuertes para seguir luchando y para aceptar nuestro destino con dignidad y sin temor.
Por mucho que nos haya unido con él un sentimiento muy íntimo de solidaridad fraterna (recuerdo haber compartido un premio de literatura con él y participar con Enrique de un Jurado calificador del certamen “Concurso de Cuento Franz Tamayo”), ante su muerte no podemos resignarnos a sumergirnos en aquel silencio, aconsejado por la sabiduría brahmánica, en cuyo fondo de aniquilación es posible participar de la unidad, donde para los seres juntos en la vida, se desmorona el muro de la muerte física y se restablece el sentido unánime de nuestro destino de átomos. Hay evidentemente entre esto y aquello, una penumbra de eternidad a la que no es accesible la palabra, ni aún el pensamiento.
La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; y no basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces, la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre. Enrique Rocha Monrroy nos deja el recuerdo de su obra, de su ejemplo y la esperanza de que un día, por la bondad de Dios, hemos de volver a reunirnos para siempre.