viernes, 11 de marzo de 2022

 


viernes, 11 de marzo de 2022  · 19:58

Gotera de una baba caníbal

No seamos los bolivianos una especie de tristeza atascada en el tiempo; que ninguna niebla espectral domine nuestros días. Vivimos el siglo del progreso, el siglo de la ciencia, el siglo de la guerra. La guerra declarada entre países que disputan un territorio. La guerra doméstica que se libra en el propio suelo. Basta leer y escuchar las noticias para comprobar que estamos más cerca de la mueca que del acto de sonreír.

El quehacer nacional es una antología de la impotencia colectiva, muy aparte de la frustración. No nos disfracemos de un paraíso perdido, y soseguemos las expresiones acuñadas por analistas y politólogos que resumen los rituales para que el panorama no asome desolador.

La evolución plantea el hecho, el proceso y los resultados: ¿cuál es nuestra evolución? ¿El matar lo que se quiere? ¿El destruir lo poco que se construye? Proclamamos la paz confrontando al prójimo. Proclamamos la verdad en exacerbante contradicción.

La selva tiene su ley. El león es el soberano. La ley del más fuerte la aplican los animales que tienen hambre; los que no han sido dotados de raciocinio o las fieras que defienden a sus cachorros. El león es rey por su nobleza y gobierna sin distinción de razas. Los lobos de una misma camada jamás se han dañado entre sí.

Los países vecinos estornudan y nosotros nos resfriamos. Las guerras que se libran en territorios fuera de nuestras fronteras nos incomodan y frenan las pocas ilusiones, producto del amargo antihéroe que basa su filosofía en fanatismos y dogmas, haciéndose un harakiri frente a un horizonte gris.

Dados los términos imperantes, no tenemos solución alguna, salvo reinventarnos, inventar un nuevo mundo posible para los bolivianos. Se expresa que “del propio mal sale la vacuna”.

Aprendimos que el hombre es el animal racional y que su ley es la de su comunidad, la que proclama el bien, la que dicta la justicia. Pero el hombre parece ser enemigo del hombre. En el Estado, todos somos bolivianos. Todos somos hermanos. ¿Por qué no retrotraer la antigua divisa —o tríada— de libertad, igualdad y fraternidad?

Existen intervenciones de “especialistas” en las que, junto a encuestas de opinión callejeras, el nombre de la democracia va y viene con aire compungido, pues la culpa de nuestros naufragios la tiene siempre el otro. Uno es tan indolente que anda recitando la letra de aquel tango que dice: “(...) el mundo fue y será una porquería”.

Que no se paralice la esperanza de un mejor futuro; que desaparezca el cántico de la infelicidad masiva. Habrá que dejar de ver la televisión, porque todos parecen ser adictos al simulacro y a la queja.

No faltan los políticos que en el río revuelto quieren conquistar simpatías, cuando deberían reflexionar y tomar actitudes inteligentes y no de color amarillo. Bolivia necesita aportes sustantivos. Proponer vías transitables, metas posibles y colaboraciones dignas debiera ser la tónica de todos los bolivianos: Estado y habitantes.

No obstante, convendría que recuperemos el contacto con la naturaleza, así como la capacidad de hacer que de la tierra salga nuestro propio pan y donde la existencia se asuma como una celebración, no como un castigo, donde el hombre y la mujer cultiven la ternura y la visión profética, donde nazcan nuevos niños, para quienes será preciso crear escuelas que enseñen el arte de vivir, en vez del odio que hoy gotea sin parar con una baba caníbal.


JULIO RÍOS CALDERÓN, es escritor y consultor