JULIO RÍOS CALDERÓN
Gotera de una baba caníbal
No seamos
los bolivianos una especie de tristeza atascada en el tiempo; que ninguna
niebla espectral domine nuestros días. Vivimos el siglo del progreso, el siglo
de la ciencia, el siglo de la guerra. La guerra declarada entre países que
disputan un territorio. La guerra doméstica que se libra en el propio suelo.
Basta leer y escuchar las noticias para comprobar que estamos más cerca de la
mueca que del acto de sonreír.
El
quehacer nacional es una antología de la impotencia colectiva, muy aparte de la
frustración. No nos disfracemos de un paraíso perdido, y soseguemos las
expresiones acuñadas por analistas y politólogos que resumen los rituales para
que el panorama no asome desolador.
La evolución
plantea el hecho, el proceso y los resultados: ¿cuál es nuestra evolución? ¿El
matar lo que se quiere? ¿El destruir lo poco que se construye? Proclamamos la
paz confrontando al prójimo. Proclamamos la verdad en exacerbante
contradicción.
La selva
tiene su ley. El león es el soberano. La ley del más fuerte la aplican los
animales que tienen hambre; los que no han sido dotados de raciocinio o las
fieras que defienden a sus cachorros. El león es rey por su nobleza y gobierna
sin distinción de razas. Los lobos de una misma camada jamás se han dañado
entre sí.
Los
países vecinos estornudan y nosotros nos resfriamos. Las guerras que se libran
en territorios fuera de nuestras fronteras nos incomodan y frenan las pocas
ilusiones, producto del amargo antihéroe que basa su filosofía en fanatismos y
dogmas, haciéndose un harakiri frente a un horizonte gris.
Dados los
términos imperantes, no tenemos solución alguna, salvo reinventarnos, inventar
un nuevo mundo posible para los bolivianos. Se expresa que “del propio mal sale
la vacuna”.
Aprendimos
que el hombre es el animal racional y que su ley es la de su comunidad, la que
proclama el bien, la que dicta la justicia. Pero el hombre parece ser enemigo
del hombre. En el Estado, todos somos bolivianos. Todos somos hermanos. ¿Por
qué no retrotraer la antigua divisa -o tríada- de libertad, igualdad y
fraternidad?
Existen
intervenciones de “especialistas” en las que, junto a encuestas de opinión
callejeras, el nombre de la democracia va y viene con aire compungido, pues la
culpa de nuestros naufragios la tiene siempre el otro. Uno es tan indolente que
anda recitando la letra de aquel tango que dice: “(...) el mundo fue y será una
porquería”.
Que no se
paralice la esperanza de un mejor futuro; que desaparezca el cántico de la
infelicidad masiva. Habrá que dejar de ver la televisión, porque todos parecen
ser adictos al simulacro y a la queja.
No faltan
los políticos que en el río revuelto quieren conquistar simpatías, cuando
deberían reflexionar y tomar actitudes inteligentes y no de color amarillo.
Bolivia necesita aportes sustantivos. Proponer vías transitables, metas
posibles y colaboraciones dignas debiera ser la tónica de todos los bolivianos:
Estado y habitantes.
No obstante, convendría que recuperemos el contacto con la naturaleza, así como la capacidad de hacer que de la tierra salga nuestro propio pan y donde la existencia se asuma como una celebración, no como un castigo, donde el hombre y la mujer cultiven la ternura y la visión profética, donde nazcan nuevos niños, para quienes será preciso crear escuelas que enseñen el arte de vivir, en vez del odio que hoy gotea sin parar con una baba caníbal.
Julio Ríos Calderón
Es escritor y consultor