APUNTES EN CORONAVIRUS
COVID – 19
UNA CARRERA A CONTRARELOJ
EL BARBIJO EN LAS REDES SOCIALES
Una carrera contrarreloj. Así podría describirse la movilización para
vacunar a la población mundial contra el coronavirus y recuperar la normalidad
lo más rápido posible.
Hasta el pasado 23 de enero, ya eran más de 60 millones las personas que han
recibido alguna dosis de las vacunas contra el patógeno.
Pero mientras más países agilizan o comienzan sus campañas, varias incógnitas
continúan preocupando a científicos, gobiernos y ciudadanos de a pie.
Todavía se desconoce cuánto dura la inmunidad que ofrecen las vacunas o si las
nuevas variantes del virus que emergen por el mundo se volverán resistentes y
las dejarán inutilizables.
A continuación, las cuatro incógnitas clave a casi dos meses de haber comenzado
la inmunización más grande de nuestra historia.
1. ¿Cuánto dura la inmunidad que ofrecen las vacunas? Qué tan inmunes nos
volvemos después de pasar el coronavirus o vacunarnos es una de las cuestiones
que más nos hemos preguntado en los últimos meses.
Un año después del inicio de la pandemia, ya han salido a la luz los primeros
estudios sobre la inmunidad a medio-largo plazo.
De acuerdo al Instituto de Inmunología La Jolla, en California, varias de las
respuestas inmunológicas tras superar la infección por coronavirus
permanecieron activas durante al menos unos seis meses.
Es similar al tiempo que maneja Salud Pública de Inglaterra, que indica que la
mayoría de pacientes que tuvieron Covid-19 quedan protegidos por al menos cinco
meses.
También puede leer: El mundo cierra fronteras frente a la pandemia y Moderna
lanza mensaje tranquilizador
Teniendo en cuenta que tampoco ha pasado mucho más tiempo desde las primeras
infecciones, varios científicos confían en que la inmunidad dure más, incluso
años.
Por supuesto, no se trata de una regla universal. Cada paciente puede desarrollar más o menos protección y de eso dependerá la posibilidad de reinfectarse o no.
"Es difícil de decir cuánto puede durar la inmunidad porque apenas hemos
empezado a vacunar y podría variar según el paciente y el tipo de vacuna, pero
quizás entre 6 y 12 meses", dice a BBC Mundo el doctor Julian Tang,
virólogo de la Universidad de Leicester, en Reino Unido.
El doctor Andrew Badley, profesor de medicina molecular de la Clínica Mayo en
Estados Unidos, es más optimista: "Confío en que los efectos de la
vacunación y la inmunidad puedan persistir varios años".
"También será importante analizar con detalle los casos de infectados con
las nuevas variantes, que no estaban extendidos en los primeros análisis, y
observar cómo responden los pacientes tras la vacuna", agrega Badley.
2. ¿Es posible contagiarse de coronavirus después de vacunarse? Sí, es posible,
y por varios motivos.
El primero es que la protección que ofrecen la mayoría de vacunasno se activa
hasta después de dos o tres semanas de recibir la primera o única dosis, según
el tipo de vacuna.
"Si te expones al virus un día o una semana después de inyectarte, sigues
vulnerable a la infección y puedes transmitir el virus a otras personas",
explica Tang a BBC Mundo.
Pero incluso si uno se expone al virus varias semanas después de recibir las
dosis requeridas, es posible volver a infectarse.
"Los datos disponibles sugieren que algunos individuos pueden seguir
infectándose con covid, aunque sí que tendrían menos cantidad de virus y
consecuentemente enferman menos que aquellos que no se han infectado o
vacunado. De igual forma, pienso que el virus, una vez vacunado, será más
difícil de transmitir", añade Badley.
Por lo tanto, hay cierto consenso sobre que las vacunas parecen proteger de forma muy efectiva a un número considerable de individuos, pero hasta qué punto impiden infectarse y transmitir la infección sigue siendo una incógnita.
"Este es un virus muy heterogéneo y produce síntomas muy diversos según el paciente. Lo mismo sucederá con las vacunas. Unos tendrán una reacción inmunitaria muy potente que impedirá pronto que el virus se reproduzca en ellos. Mientras que en otros la respuesta no será tan completa y permitirá un poco de reproducción y transmisión", dice a BBC Mundo José Manuel Bautista, catedrático del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid, en España.
3. ¿Protegerán las vacunas contras las nuevas mutaciones y variantes del coronavirus? Quizás se trate de la mayor preocupación que existe ahora mismo. Los virus mutan constantemente, y a veces lo hacen tanto que se vuelven más resistentes a las vacunas, por lo que es necesario modificarlas.
Es el temor que existe con las variantes de coronavirus identificadas en Sudáfrica o Reino Unido, por ejemplo, de las cuales se han registrado casos en otros países e incluso se han vuelto las dominantes por su mayor capacidad de infección.
Sin embargo, aún es pronto para decir con exactitud si estas variantes son resistentes a la vacuna o no.
Moderna anunció este lunes que su vacuna seguía siendo efectiva contra las variantes de Reino Unido y Sudáfrica, aunque en el caso de la sudafricana produciría una nueva forma de vacuna extra que puede usarse para reforzar la protección.
Pfizer y BioNTech también aseguran que su compuesto neutraliza las nuevas variantes. "De igual forma, hay que tener en cuenta que aunque las vacunas aprobadas son muy efectivas, no lo son al 100% ante ninguna variante del virus, ni siquiera la original", aclara Badley, de la Clínica Mayo.
"La protección de las vacunas dependerá de qué tan diferente sean las nuevas variantes de las anteriores", explica Tang. En resumen, se desconoce si las nuevas variantes que han aparecido serán resistentes a las vacunas, pero sí está clara la necesidad de que gobiernos y departamentos de salud vigilen e identifiquen las variantes emergentes para evaluar si las terapias disponibles pueden neutralizarlas.
4. ¿Cuántas dosis y en qué periodo deben administrarse las vacunas? Las vacunas de Pfizer, Moderna y la de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, por ejemplo, se administran en dos dosis.
En el caso de Pfizer y Moderna, recomiendan que estas dos dosis se administren dejando tres semanas de espacio entre la primera y la segunda.
Pero a fines de 2020 Reino Unido anunció que priorizaría vacunar a tanta gente como fuese posible con la primera dosis y que ofrecería la segunda hasta tres meses después de la primera.
La medida de Reino Unido generó un debate internacional sobre cuál era la forma más recomendable de vacunar, pero Pfizer y la mayoría de la comunidad científica mundial prefirieron ceñirse a lo comprobado en los ensayos clínicos: una dosis hoy y la segunda a los 21 días.
La OMS se pronunció al respecto y también recomendó administrarlas cada 21 o 28 días, aunque admitieron que dicho intervalo podría ampliarse hasta un máximo de seis semanas en casos excepcionales.
FUENTE: PAGINA SIETE
El barbijo, el gran objeto del 2020. Se convirtió, después de nueve meses de su irrupción, en un ícono cultural. Los hay de los diseños, materiales y precios más variados. Y también hay detractores del barbijo. Como sea, se ha vuelto parte de nuestra cotidianeidad: forma parte muchas anécdotas (como las de lectoras y lectoras de mi BLOG que cuento en esta crónica) y, para algunos su uso no morirá luego de la pandemia.
El 8 de marzo del año pasado 2020, poco antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara que el COVID-19 era una pandemia global, Florencia Tellado —una diseñadora de sombreros y vestuarista de publicidad— se sorprendió al ver a su asistente cubriéndose la boca y la nariz con un barbijo en una motorhome abarrotada de actores.
Cinco días antes, el 3 de marzo, se había confirmado los primeros casos en Bolivia. Era un tiempo extraño, de imágenes televisivas llegadas desde muy lejos donde había gente con una mirada aterrada que saltaba por arriba de sus tapabocas, un tiempo de inminencias sin certezas.
Florencia Tellado, dijo: “tengo que hacer barbijos porque es algo que está buenísimo usar, así que se me ocurrió diseñar una máscara copada que se sume a mi línea de sombreros, y descubrí una parte de la cabeza fascinante”. Fue la primera diseñadora argentina que vio al barbijo como algo más que una simple barrera sanitaria: lo vio como una prenda llena de posibilidades, quizás como uno de los íconos culturales que —hoy lo sabemos— definirían al año 2020.
Aunque un barbijo de tela puede no detener al coronavirus, sí atrapa las gotitas de saliva que se liberan cuando una persona (la persona que lo usa) habla, tose o estornuda. Y el virus viaja en esa saliva. Como se dijo tantas veces este año, si alguien que tiene COVID-19 usa su máscara, la probabilidad de contagiar a otro se reduce a 5%. Si el otro también está portando un barbijo, a 1,5%. Y, si además de eso, ambas personas están a un metro de distancia, o más, la chance de contagio es nula.
Tellado creó primero un barbijo blanco con lentejuelas rematado en un gran moño superior, lo fotografió y lo subió a Instagram. Hasta hoy, esa foto tiene 889 likes (una cifra que las tres publicaciones contiguas no superan). Con la cuarentena instalada, mudó su taller a su casa en Palermo. Fue justo cuando, a mediados de abril, el uso de barbijo se volvía obligatorio en casi todo el país. Desde entonces ella diseñó barbijos negros con moños dorados; barbijos con protección ocular rosa; sombreros de tweed de lana, forrados en satén, con presilla de cuero acharolado y visor de acetato desmontable; barbijos con decoración de manos de plástico; barbijos negros con turbante; y muchos otros barbijos que combinan la alta costura con la audacia del nuevo diseño pandémico.
En los meses más duros de la cuarentena, mientras la prensa local la descubría (cuando la primera dama Fabiola Yáñez usó uno de sus barbijos el 25 de mayo y cuando Natalia Oreiro usó otro en Cantando 2020) y hasta Vogue de Italia la presentaba, Tellado se levantaba a trabajar a las 5:30 de la madrugada (su marido y su hija de 2 años aún dormían) y hacía varios barbijos a la vez.
Hoy —¿quién lo hubiera dicho hace un año?— hay barbijos descartables celestes de polipropileno; lavables de neoprene con válvula y clip nasal; hay barbijos de dos capas con bolsillo, 100 por ciento algodón; personalizados para empresas y marcas, con sus logos; de policloruro de vinilo o de PET transparente con cordón elástico. Hay barbijos que son máquinas electrónicas: en agosto, LG presentó en Seúl el suyo (nombre comercial: Puricare Wearable Air Purifier) que en realidad es un purificador de aire portátil con dos ventiladores y un sensor que detecta el ciclo y el volumen de la respiración, y ajusta la velocidad de los ventiladores para respirar mejor. Hay barbijos de silicona transparente de grado médico, que no se empañan y que, con la boca y la nariz visibles, permiten desbloquear celulares: cuestan 126 dólares.
También hay barbijos autosanitizantes producidos con nanotecnología para matar a los virus, hongos y bacterias que caen en su tela.
La historia empieza poco antes de que el aislamiento obligatorio fuera decretado: algunos químicos y físicos universitarios se enteran de que a los médicos les faltan elementos de protección personal y deciden estudiar el tema y escribir algunas ideas basadas en las posibilidades de los laboratorios y de los institutos donde trabajan. Después los contacta esa empresa textil que fabrica barbijos: quiere estudiar la posibilidad de rociar una tela de algodón con agentes antimicrobianos.
En poco tiempo gritan eureka: la capa de tela interior del barbijo —la que queda junto a la boca y la nariz— tiene iones de plata y otros compuestos fungicidas y antibacterianos. La capa de tela externa es tratada con iones de cobre —que son los que dan la acción antiviral—compuestos fungicidas, bactericidas y polímeros. Y sobre esa tela externa se aplica una tercera capa semipermeable que hace más lento el proceso de absorción de la gotitas en las que se transportan las partículas virales.
En el universo de los barbijos, que ha hecho su big-bang expansivo, además hay mascarillas N95: la “N” significa que no filtra aceites; el “95”, que filtra el 95 por ciento de las partículas aéreas de hasta 0,3 micrones (un micrón equivale a la milésima parte de un milímetro; eso no siempre es suficiente ante el tamaño de una partícula de coronavirus, que puede ser de 0,1 micrones). Estas mascarillas rígidas de cartón, que adquirieron cierto prestigio entre el personal de salud durante la pandemia, fueron inventadas en 1992 por el profesor de origen taiwanés Peter Tsai, quien ahora volvió desde su jubilación e improvisó un laboratorio en su casa en Knoxville, Tennessee (Estados Unidos), para investigar cómo esterilizar y reutilizar la N95 para la gente que en los hospitales lucha contra el coronavirus.
Tsai trabajó quince horas al día con
sus mascarillas: las hirvió, las coció al vapor, las puso en un horno, las dejó
al sol. Y llegó a un resultado: hay que calentarlas a 71 grados durante una
hora. O hay otro método: dejar que el coronavirus muera naturalmente al dejar a
la máscara intacta durante siete días, porque si el virus no encuentra un
anfitrión se vuelve inactivo en la superficie de la mascarilla. Mientras tanto
3M, el fabricante de las N95 originales, duplicó (desde Estados Unidos, Asia y
Europa) la producción global de N95 a 1.100 millones por año, prometió llegar a
2 mil millones en 2021 y lanzó un comunicado en medio de la crisis.
WITH CHINSTRAP ANGELINE JOLIE IN A NOT VERY LOW-CUT DRESS WEARING IT WITH BARE SKIN UNDERNEATH
In recent days, Angeline Jolie, was seen as never before. Every day she goes shopping in the streets of Los Angeles wearing a chinstrap and accompanied by her children. This time she wore an evening dress, not too low-cut at all, which turned it into a casual style thanks to a pair of small sandals. The actress wears the garment, wearing bare skin underneath.
The chinstrap, the great object of 2020. It has become, after nine months of its irruption, a cultural icon. There are different designs, materials and prices. And there are also detractors of the chinstrap. Anyway, it has become part of our daily life: it is part of many anecdotes (such as those of readers of my BLOG that I tell in this chronicle) and, for some, its use will not die after the pandemic.
On March 8 last year 2020, shortly before the World Health Organization declared that COVID-19 was a global pandemic, Florencia Tellado -a hat designer and advertising costume designer- was surprised to see her assistant covering her mouth and nose with a chinstrap in a motorhome crowded with actors.
Five days earlier, on March 3, the first cases had been confirmed in Bolivia. It was a strange time, a time of television images coming from far away, with people with a terrified look jumping over their masks, a time of imminence without certainties.
Florencia Tellado, said: "I have to make chinstraps because it is something that is very cool to use, so I thought of designing a cool mask to add to my line of hats, and I discovered a fascinating part of the head". She was the first Argentine designer who saw the chinstrap as something more than a simple sanitary barrier: she saw it as a garment full of possibilities, perhaps as one of the cultural icons that -we know today- would define the year 2020.
While a cloth chapstick may not stop the coronavirus, it does catch the droplets of saliva that are released when a person (the wearer) talks, coughs or sneezes. And the virus travels in that saliva. As has been said so many times this year, if someone who has COVID-19 wears their mask, the chance of infecting another is reduced to 5%. If the other is also wearing a mask, to 1.5%. And, if the two people are also within a meter or more of each other, the chance of contagion is zero.
Tellado first created a white, sequined chinstrap topped with a large top bun, photographed it and uploaded it to Instagram. As of today, that photo has 889 likes (a number that the three adjoining posts do not exceed). With the quarantine installed, she moved her workshop to her home in Palermo. It was just when, in mid-April, the use of masks became mandatory in most of the country. From then on she designed black chinstraps with gold bows; chinstraps with pink eye protection; wool tweed hats, lined in satin, with a flat leather loop and removable acetate visor; chinstraps with plastic hand decoration; black chinstraps with a turban; and many other chinstraps combining high fashion with the audacity of the new pandemic design.
In the toughest months of her forties, while the local press discovered her (when First Lady Fabiola Yáñez wore one of her chinstraps on May 25 and when Natalia Oreiro wore another one in Cantando 2020) and even Italian Vogue featured her, Tellado got up to work at 5:30 a.m. (her husband and 2-year-old daughter were still asleep) and made several chinstraps at a time.
Today - who would have thought it a year ago - there are light blue disposable polypropylene chinstraps; washable neoprene chinstraps with valve and nose clip; there are two-layer chinstraps with pocket, 100 percent cotton; customized for companies and brands, with their logos; made of polyvinyl chloride or transparent PET with elastic cord. There are chinstraps that are electronic machines: in August, LG presented in Seoul its own (trade name: Puricare Wearable Air Purifier), which is actually a portable air purifier with two fans and a sensor that detects the breathing cycle and volume, and adjusts the speed of the fans for better breathing. There are medical-grade, clear silicone chinstraps that don't fog up and, with the mouth and nose visible, allow you to unlock cell phones: they cost $126.
There are also self-sanitizing chinstraps produced with nanotechnology to kill viruses, fungi and bacteria that land on their fabric.
The story begins shortly before mandatory isolation was decreed: some university chemists and physicists learn that doctors lack personal protective equipment and decide to study the subject and write down some ideas based on the possibilities of the laboratories and institutes where they work. Then they are contacted by that textile company that manufactures chinstraps: they want to study the possibility of spraying a cotton cloth with antimicrobial agents.
In no time they scream eureka: the inner fabric layer of the chinstrap (the one next to the mouth and nose) has silver ions and other fungicidal and antibacterial compounds. The outer layer of fabric is treated with copper ions (which are the ones that provide the antiviral action) fungicidal and bactericidal compounds and polymers. A third semi-permeable layer is applied on top of this outer layer, which slows down the absorption process of the droplets carrying the viral particles.
In the universe of face masks, which has made its expansive big-bang, there are also N95 masks: the "N" means that it does not filter oils; the "95" means that it filters 95 percent of airborne particles down to 0.3 microns (one micron is equivalent to one thousandth of a millimeter; this is not always sufficient for the size of a coronavirus particle, which can be 0.1 microns). These rigid cardboard masks, which gained some prestige among health personnel during the pandemic, were invented in 1992 by Taiwanese-born professor Peter Tsai, who has now returned from retirement and improvised a laboratory in his home in Knoxville, Tennessee (USA), to investigate how to sterilize and reuse the N95 for people in hospitals fighting the coronavirus.
Tsai worked fifteen hours a day with his masks: he boiled them, steamed them, put them in an oven, left them in the sun. And he came to a result: they have to be heated to 71 degrees for an hour. Or there is another method: let the coronavirus die naturally by leaving the mask intact for seven days, because if the virus does not find a host it becomes inactive on the surface of the mask. Meanwhile 3M, the manufacturer of the original N95, doubled (from the United States,
Asia and Europe) global production of N95 to 1.1 billion per year,
promised to reach 2 billion by 2021 and released a statement in the midst of
the crisis.
Julio Ríos, escritor, periodista y crítico de arte, en la actualidad se desempeña como consultor privado, asesor de seguros y asesor en proyectos de redacción. Ha escrito los libros DIECIOCHO CRÓNICAS Y UN RELATO y la novela LA TRIADA DE LA MOSCA (Primera y segunda edición 2008 y 2017. EL ALTO PARA TODOS (2017), es su última publicación relacionada con información cultural y turística de la ciudad boliviana. Ha escrito desde 1975 hasta la fecha más de 15 mil artículos, entre editoriales, entrevistas, análisis políticos, crítica de arte, filosofía, literatura y música. Es columnista del periódico Página Siete de La Paz, Bolivia y crítico de arte. Ha ganado premios como periodista, y ha visitado 50 ciudades en Latinoamérica, Norteamérica y Europa. Dirige la publicación "Artistas en el pincel", dedicada a pintores contemporáneos del mundo. Escribe comentarios sobre cine en su Blog que se publican en su cuenta de Twitter. Su hijo Juan-Cristóbal Ríos Violand, es cineasta y guionista de las películas: Quien mató a la llamita blanca, Norte Estrecho junto a Omar Villarroel, y la Virginia de los bolivianos.